jueves, 24 de agosto de 2023

¿ESPAÑOL O CASTELLANO?

 

 

¿QUÉ HABLA USTED, ESPAÑOL O CASTELLANO?

 

Lucila González de Chaves

“Aprendiz de Brujo”

Lugore55@gmail.com

Muestra, escritora, periodista

 

Muchas personas dicen: “hablamos español”; los profesores afirman que enseñan castellano (lengua castellana). Y, ¿cuál es la diferencia?, se preguntan todos; acaso, ¿no es lo mismo?

En la práctica, sí es lo mismo. Cultural e históricamente, no.

Castellano es el nombre habitual y tradicional; el nombre propio del idioma de una región determinada de España, la región de Castilla; es el idioma que nació en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en donde, en la segunda mitad del siglo X, se redactaron las Glosas Emilianenses en los márgenes de los folios de papiro, con el fin de explicar partes del texto escrito en latín, un idioma que desconocían los habitantes de aquellas provincias.

Español es el castellano que salió de las fronteras de Castilla, la provincia española, y se hizo idioma nacional de España y, después, lengua de muchos pueblos.

El español recoge y funde el vocabulario de las múltiples regiones lingüísticas: castellana, leonesa, aragonesa e hispanoamericana, las que integran nuestra lengua culta y literaria.

De todos los idiomas, en Europa, desde luego sin tener en cuenta el inglés, es el español el que habla el mayor número de personas y naciones. En América, lo hablan todos los Estados del Centro y del Sur, menos Brasil y las Guayanas. En América del Norte se habla en México y en algunos lugares de Estados Unidos que pertenecieron a México. En África, se habla en Marruecos, Guinea, Fernando Po y las Islas Canarias. En Oceanía, en las Islas Filipinas y las Marianas. También lo hablan los judíos sefardíes que están diseminados por varios lugares. Los lingüistas afirman que el idioma español es de una rara fuerza, majestad y armonía; que su entonación es grave, digna, marcial y varonil. Y agregan: “Sólo los idiomas clásicos lo superan en perfección”.

 

Lenguas primitivas de España:

Algunos filólogos conceptúan que el idioma más antiguo de España es el éuscaro o vascuence; luego fueron el celta y el ibero; de las relaciones de estos dos pueblos nació el celtíbero: De la mezcla de todos los pueblos entre sí, se fueron formando modalidades dialectales muy características.

 

La invasión de los romanos:

Llegan los romanos en el siglo III a. de C.,  e invaden a España. Al chocar las legiones romanas con los pueblos españoles ocurrió un hecho muy especial: los españoles no hablaban latín y los romanos no entendían nada de los idiomas hablados por vascuences, celtas, iberos y celtíberos. Tuvo lugar, entonces, un fenómeno lingüístico: Los españoles latinizaron muchos de sus vocablos, y los romanos españolizaron los suyos; y, como en las luchas de todos los pueblos, al fin, se impuso el idioma de mayor civilización.

Los españoles, al verse dominados, iniciaron la transformación de sus propias lenguas, según las exigencias impuestas por sus dominadores. El latín de estos pueblos es el que la literatura ha llamado LATÍN VULGAR: el que hablaba la gente del pueblo, la gente plebeya. Era un latín que sufría continuas modificaciones fonológicas, lexicográficas y semánticas.

Los romanos que invadieron a España no poseían el LATÍN URBANO, que era el latín hablado por los patricios y los ciudadanos ilustrados de Roma, y mucho menos poseían el LATÍN CLÁSICO o LITERARIO, el que era puramente escrito, el latín de Cicerón, de Virgilio, de Horacio y de muchos brillantes escritores romanos. El latín fue la lengua de la poesía, así como la de la ciencia toda y, fue, además, el instrumento de la liturgia y de la Iglesia.

En el siglo V d. de C. desaparece el Imperio Romano y ocurre un fenómeno geográfico: Se van formando naciones completamente separadas, tales como: Francia, Italia, Rumania y otra más, que hablan lenguas procedentes del latín. Ese conjunto de pueblos se llamó Romania.

 

Las lenguas romances:

Todas las lenguas derivadas directamente del latín se conocen con el nombre de lenguas romances, románicas o neolatinas. (Lenguas habladas “a la romana”).

Son lenguas romances: el italiano; el provenzal, en el sur de Francia; el castellano, en la provincia de Castilla (España); el catalán, en las provincias catalanas; el portugués; el francés; el retorromano, en algunos cantones de Suiza; el dalmático en Dalmacia; el rumano, en Rumania; el gallego, en Galicia; el sardo, en la isla de Cerdeña, llamada antes Sardania.

El castellano de Castilla, es una lengua que se diferencia marcadamente del resto de los idiomas romances. Seducen en él su fonética y su estructura, que le dan un sello de juventud y una gran claridad acústica, determinada por la abundancia de vocales simples, especialmente la A, que presta la musicalidad. El primer monumento literario en castellano es el Cantar del Mío Cid, aparecido en el año 1140 (siglo XII).

 

El emperador Carlos V, un meridiano en la historia de nuestra lengua:

La coronación como emperador, de Carlos I de España y V de Alemania, convirtió en realidad el sueño de una monarquía universal que durante toda la Edad Media obsesionó a España.

Al llegar a España, Carlos V ignoraba completamente el castellano, pero al escucharlo tan sonoro y tan marcial, tuvo la resuelta voluntad de imponerlo en todos los lugares del Imperio; llegó, inclusive, a exigirlo a los príncipes alemanes. Al aprender el idioma, ya no dudó más en expresarse en él. Por su real mandato, esta lengua pasó a sustituir el latín en las cancillerías, y se convirtió, así, en el idioma diplomático de Europa: el español.

Y un fenómeno social empieza a manifestarse: las cortes europeas, los medios sociales elegantes de los países vecinos de España tienen como gala y honor el conocimiento y el uso del español. El mismo Carlos V dice: “Mi lengua española es tan noble que merece ser sabida y entendida por toda la gente cristiana del mundo”.

 

En su “Crónica” (Libro historial), la Real Academia Española (RAE) destaca:

 

“Año 1870: Se inicia la publicación del Prontuario de ortografía de la lengua castellana en preguntas y respuestas.  Las tres últimas ediciones cambiaron, en el título, la expresión lengua castellana por lengua española”.

Y desde entonces siguió llamándose lengua española o idioma español, no: lengua castellana.

 

 

Elementos que integran el español:

 

La mayoría de nuestras palabras provienen del latín, bien sea el culto o el vulgar. Es arriesgado calcular el porcentaje de palabras castellanas de origen latino; pero, basta decir que sin el latín nuestro idioma no existiría.

El segundo idioma en importancia, por el aporte de voces a nuestra lengua, es el árabe, debido a la permanencia de los árabes en la península española durante más de siete siglos.

La invasión árabe a España en el año 711, determina una modalidad muy especial de la Edad Media española: la cultura árabe se hispaniza. Muchos de los términos científicos, hoy aceptados universalmente, fueron lanzados al mundo por medio de la España Medieval, como: alquimia, alambique, álcali, alcohol; lo mismo que los números que sustituyeron las letras romanas. La invasión del mundo islámico se prolongó hasta el año 1492.

El tercer idioma importante en la formación del español es el griego, que nos ha dado un gran caudal de voces a lo largo del tiempo;  algunas de ellas se han tomado directamente o  a través de otras lenguas, o del latín. Esto se explica por la estrecha vinculación de las culturas griega y latina, y porque hasta ahora se siguen formando nuevas palabras, a partir de voces y elementos griegos.

Otras lenguas que, desde finales de la Edad Media, han influido en el español son: el italiano, el portugués, el inglés, el francés y las lenguas indígenas originarias de los territorios americanos conquistados por los españoles.

 

¿POR QUÉ ESCRIBIR?   ¿CÓMO HACERLO?

 

Saber escribir supone unas normas, la voluntad de respetarlas y un esfuerzo para llegar a descubrir las riquezas de la propia lengua.

Saber escribir exige cuatro cualidades: claridad, precisión, elegancia y sensibilidad.

En el momento actual, muchos se preguntarán: ¿Por qué hay que escribir? ¿No estamos en la era de lo audiovisual? ¿No estamos en la civilización de la imagen?

Cada vez se enseña más según métodos audiovisuales, y la televisión escolar tiene ahora muchos seguidores; incluso, muchos escritores han abandonado la literatura y se han pasado al cine.

Ninguna imagen, ninguna palabra oral podrán sustituir las palabras y las frases que tracemos en el papel, y sobre las cuales podremos reflexionar, resaltar un matiz, introducir una sutileza que dé a nuestro pensamiento todo su valor.

Son muchas las circunstancias en las cuales necesitamos escribir:

Para comunicar una información general o personal.

Para solicitar una información o un servicio.

Para expresar un sentimiento o una emoción.

Para convencer o conmover.

Para poner orden en nuestras propias ideas.

Para ver más claro dentro de nosotros.

Por el simple placer de comunicarnos con una persona que queremos o admiramos.

Para huir de la soledad y salir de nosotros mismos.

Porque lo escrito permanece.

Porque lo escrito se recuerda más que lo oral.

 

Algunas recomendaciones para escribir:

 

Cuando se escriben frases muy largas, se deben simplificar, eliminando despiadadamente las palabras inútiles.

Evitar las jergas, inclusive, las que estén de moda; los términos oscuros, o las imágenes equívocas. En cambio, utilizar imágenes que le lleguen con claridad al lector. La prensa y la publicidad nos están dando titulares llenos de imágenes chocantes, cuando no, contradictorias.

Escribir las palabras adecuadas en el lugar que les corresponde. Cuanto más rico sea nuestro vocabulario, mayores serán las posibilidades de una correcta redacción. Desgraciadamente nos están invadiendo las palabras que sirven para todo y limitan la comunicación; incluso, la convierten en ambigua. Empleamos en todo momento palabras como: espectacular, funcional, problemático, estupendo, lindo, bellísimo, percepción, extraordinario, mundial y otras más; todas las que se van poniendo de moda.

Dice el escritor francés Jean-Pierre Saïdah: “Sólo el lenguaje diplomático está repleto de matices o subterfugios que permiten que el interlocutor caiga en la trampa de las palabras, de los sentidos supuestos, de los sentidos ocultos o de los sentidos claros”.

Las palabras pueden, a veces, ser equívocas y falsear el sentido del deseo de comunicarnos. Debemos aprender a sopesarlas, sin olvidarnos de utilizar dos balanzas: la nuestra y la de lector.

 

Evitar el abuso de definiciones y de frases que empiecen así: ‘yo pienso que’, ‘no es eso precisamente lo que yo quería decir’, ‘me atrevería a insinuar, a sugerir’, ‘dicho de otra manera’, ‘a propósito, yo sugeriría’, etc.

Evitar frases caracoleantes, barrocas que desarrollan largamente lo que bien podría decirse en una, dos o tres palabras.

Evitar los pleonasmos, muy frecuentes especialmente en la conversación. Ejemplos viciosos, como: lo dijo totalmente todo; el primer número uno de la lista; previó con anticipación el hecho; subió arriba y se sentó en el asiento; entrar adentro; venir de otra parte; salir de dentro; una frase de palabras; anda moviéndose; habló diciendo, en su nombre y en el mío propio, etc.

3. Los adjetivos son palabras difíciles de manejar: se peca por pobreza,  o por abundancia, o por uso impreciso y vago. Los adjetivos son las flores de la literatura; un texto muy “florido” empalaga, es decir, causa hastío. Y, además, si abusamos de ellos, acaban por ser palabras "vacías".

No emplear los adjetivos degradados en busca de fuerza efectiva. Ejemplos: una película espectacular; unos zapatos espectaculares; una conferencia espectacular; un libro ¡bárbaro!; ¡Qué talento más bestial!

Prescindir de grupos de adjetivos, como: solo y único; primero y antes que todo; es alto y derecho; cabello rubio de color claro; color negro y oscuro; agua clara, transparente.

Existen los pleonasmos literarios para dar un efecto de insistencia, ejemplos: yo, yo fui quien lo dijo; yo lo he visto con mis propios ojos; yo me estaba diciendo a mí mismo para mis adentros, etc.  Es muy difícil emplear estos pleonasmos literarios sin dañar la elegancia del escrito; se necesita ser un gran maestro de la pluma; un genio del estilo y, aun así, lo escrito con esos pleonasmos, pierde su valor estético.

No es necesario, como algunos escritores creen, ser oscuro para parecer profundo, ni ser rebuscado para tener aire de sabio. Una idea clara, un estilo sencillo no necesitan impropiedades, sobre todo cuando existen las palabras correctas, las armoniosas, las de precisos significados.

Evitar la banalidad, es decir, lo trivial, lo insustancial; ella no es la tan indispensable claridad. Al contrario, repetir frases insustanciales hace desaparecer la idea expuesta.

Es indispensable una adecuada puntuación. Quien redacta y no cuida la ortografía, perturba la índole constructiva del español e induce a errores de expresión y de comprensión. Ni a los grandes maestros de la prosa y el verso les ayudan y les lucen sus caprichos en el manejo de la puntuación o la negación de ella; erradamente creen que eso es creatividad, ingeniosidad, genialidad. Hay que recordar que los signos de puntuación son  los semáforos del lenguaje y la guía segura que el lector tiene para comprender el texto, porque uno escribe para los demás, no para sí.

Cuidar el orden de las palabras en la frase. Sin el orden correcto, puede expresarse lo contrario de lo que se quiere decir.

Evitar el equívoco. Ejemplos: Los profesores no imponen a los alumnos más que un trabajo por semana, aunque ellos tienen toda la libertad para hacerlo. ¿Quién tiene la libertad? ¿Los alumnos para realizar el trabajo, o los profesores para imponerlo o no? Luis fue al teatro con su novia y su hermana. ¿La hermana de quién? ¿De Luis? ¿De la novia?

Estar muy seguros en el empleo de palabras parónimas para no usar las unas en lugar de las otras; ejemplos: acepción y aceptación; aptitud y actitud; alusión e ilusión; perceptor y preceptor; perjuicio y prejuicio; etc.

Usar sin miedo las palabras relativamente breves y de formación simple, y evitar las frases clichés que nada añaden a la idea, tales como: ‘de algún modo’; ‘en todo caso’; ‘por así decirlo’...

Tener en cuenta el valor que va a dársele a cada palabra: afectivo, satírico, irónico, político, religioso, etc., para que dicha palabra quede bien contextualizada.

Corregir los escritos y leerlos en voz alta, hasta que el oído esté satisfecho. El sentido auditivo es la mejor ayuda para la armonía del escrito; pero al suprimir vocablos en beneficio de la armonía, no debe correrse el peligro de sacrificar la claridad del contenido.

Cuidar la correspondencia de los tiempos verbales: si el verbo de la oración principal está en presente (o en futuro), el verbo de la oración subordinada puede usarse en cualquier tiempo, según lo que se quiera expresar, aquí no hay regla de concordancia de tiempos que aplicar. Si, por el contrario, el verbo de la oración principal  está en tiempo  pasado, el verbo de la oración subordinada se emplea, casi siempre, en pasado del subjuntivo; ejemplos: temía que no viniera a verlo; quería que me dijera la verdad; juzgamos que habría terminado el examen.

Recordemos siempre:

 Evitar el abuso de los artículos.

Cuidar el empleo del posesivo "SU"  por las ambigüedades que presenta.

El lenguaje escrito debe ser más pulido, correcto y de más altura. Evitemos el habla popular. El lenguaje del pueblo, dentro de los escritos, tiene su lugar en la literatura costumbrista.

Tener presente en la elaboración de textos, por cortos o intrascendentes que sean, las normas de la concordancia.

 Evitar el abuso, la repetición de la partícula "que", (el “queísmo”); esa ligereza de expresión vuelve los textos pesados, molestos e inarmónicos.

Evitar la repetición de una misma palabra en frases próximas, sin ninguna justificación, especialmente de sustantivos, adjetivos y verbos. Es correcto que se repitan los elementos de enlace o conectores (preposiciones y conjunciones) cuantas veces sea necesario.

El defecto más  repudiable y ridículo en la redacción es la ampulosidad. Hay que luchar contra el lenguaje afectado, melindroso. La prosa debe discurrir fluida, sencilla, precisa, elegante, sobria.

El escrito debe acomodarse a la importancia de la idea o al pensamiento que se quiere expresar. Las ideas sencillas y claras producen escritos breves; las complejas, escritos largos. No hay que alargarse en lo que no es necesario.

Evitar las fallas de sentido o incoherencias, las faltas de lógica, son producto de la charlatanería, el chamboneo, el querer ser muy originales, la falta de respeto por el idioma, la superficialidad, la pereza para cuidar y pulir lo que se escribe, etc. 

 

Qué debe tener nuestro estilo al escribir

 

1)  Claridad:

Lo que se expresa debe estar al alcance de una persona de cultura media. Claridad es pensamiento diáfano, conceptos bien planeados, exposición limpia. Un estilo es claro cuando el pensamiento del que escribe penetra sin esfuerzo en la mente del lector.

 

2)  Concisión:

Es emplear las palabras absolutamente precisas para expresar lo que queremos. Conciso no quiere decir lacónico (demasiado breve), sino denso, que es el estilo en que cada frase, cada palabra están plenas de sentido. De lo contrario, hay vaguedad, imprecisión y retórica (palabrería).

 

3)  Sencillez:

 

Quiere decir: huir de lo enrevesado, de los melindres, de lo artificioso, de los adornos superfluos, para que lo escrito no sea calificado de barroco (excesivamente adornado, complicado).

 

4)  Naturalidad: 

 

No escribir de modo conceptuoso, sino explicar, expresar, decir “naturalmente lo natural”, como pide el crítico Martín Vivaldi.

El escritor sencillo se expresa con naturalidad; es decir, las palabras y las frases son las “propias”, las adecuadas, las que el tema exige. Huye del rebuscamiento. Lo natural es lo contrario de lo artificioso, de lo ampuloso (estilo hinchado y redundante).

La naturalidad no va contra la elegancia; al contrario, la requiere como soporte. Víctor Hugo dijo: “Guerra a la retórica y paz a la sintaxis”.

 

5)  Unidad:

 

La del párrafo –y la de todo escrito o composición- consiste en que sus partes estén tan estrechamente ligadas entre sí, que todas se refieran al pensamiento dominante.

 

6)  Variedad:

 

En las palabras, en las frases; cuando ellas se enlazan felizmente, emerge la armonía que es elemento de belleza. Pero, esas palabras y esas frases deben estar iluminadas por lo que hay que decir; no abusar de ellas para hacer falsa literatura, fastidiosas introducciones, melindrosos juegos verbales sin ingenio.

 

7)  La originalidad

 

Del estilo radica, de modo casi exclusivo, en la sinceridad. “Todos somos originales cuando somos nosotros mismos”, ha dicho un estudioso del estilo.

Empezar por ser sinceros es ya ser originales. Huir de las expresiones banales, de las frases hechas, de los tópicos consagrados por el uso es el mejor camino para conseguir un estilo original.

“El sello del verdadero escritor –dice el tratadista Albalat- es la palabra propia; y son palabras propias las que no pueden ser remplazadas por otras. Un estilo no es  original cuando abunda en frases que pueden ser remplazadas por otras más exactas, por la expresión más justa.”

Y agrega el crítico Middlenton Murry: “El estilo es perfecto cuando la comunicación del pensamiento o de la emoción se alcanza exactamente.”

El gran enemigo, que es la retórica, amenaza cuando solo se usan las palabras por lo deslumbrantes, por la sonoridad. Cuando  en la prosa se sacrifica la precisión para darle cabida a la musicalidad, el estilo entra en decadencia.

Al escribir, procuremos seguir nuestros caminos; evitar las formas creadas por otros. La lectura de los clásicos y de los grandes escritores de hoy y de ayer  no tiene por objeto imitarlos, sino aprender de ellos lo mejor. Los escritos deben tener un sello que refleje la personalidad. Un estilo personal quiere decir un modo de expresarse singularmente. Las normas para escribir son flexibles y dejan un amplio margen a la expresión personal e íntima.

El saberse todas las normas gramaticales y las ortográficas, y aplicarlas debidamente, no es garantía de poder ser un buen escritor. Una cosa son las normas y otra – bien distinta - es el  manejo, la funcionalidad del idioma y con él, la sensibilidad, la natural elegancia y el gusto estético.

 

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