LA MUSICALIDAD Y EL MENSAJE AVALAN EL ARTE
DE LA DECLAMACIÓN
La declamación es una
proyección del mensaje poético que nos alcanza el alma y, a veces, cambia
nuestro sentir y nuestro pensar.
Un excelente declamador es el
que nos hace vibrar frente a la traslación al lenguaje del estado espiritual
del poeta que sabe el arte de trasmitir la vida en palabras.
Ningún ensayo, ninguna teoría
tendrán el discurso exacto para explicar el poder mágico que, sobre la
sensibilidad del ser humano, tiene un excelso declamador, cuando roza con su
arte nuestra zona espiritual y emocional donde se incuban misteriosamente
nuestros más encumbrados y secretos deseos y sentires.
La declamación, altamente
concebida, combina los sonidos, el ritmo y el mensaje con el lenguaje gestual y
corporal y consigue despertar, así, la máxima intensidad de emoción emanada de
los poetas a quienes interpreta.
Al sentido estético y finura de
espíritu de los oyentes les es fácil reconocer una buena poesía mediante el
declamador; pero, como hay variados comportamientos y reacciones frente al
sentir y el pensar, nunca nadie podrá definir todo cuanto la poesía, sus
autores y sus intérpretes significan para el ser humano, sensitivo
y pensante.
La declamación es una disciplina
mental, espiritual y sentimental del intérprete, pues su función no solo es
deleitar, sino también humanizar los anhelos del hombre dándole a conocer las
excelentes páginas de los poetas, en donde se encontrará a sí mismo, y las que,
además, le darán explicación a sus inquietudes existenciales.
Cada sensibilidad es distinta,
y cuanto mayor es la sensibilidad de los poetas y de los oyentes, más exquisitos,
tenues y refinados tendrán que ser los matices que el buen declamador debe
poner en su interpretación.
En mi ya larga vida de entrega
a la enseñanza, a la lectura, a la investigación y con un infinito amor por la
poesía, tuve la oportunidad de escuchar a muchos declamadores, animados por el
afán de inculcarnos la belleza de las palabras.
Pero, solo conservo en mi
memoria los recitales de dos grandes mujeres: los de Berta Singerman,
argentina, de un exquisito lenguaje corporal y una inolvidable voz musical,
además de un refinado y clásico repertorio; y los de Adriana Hernández, de una
sensibilidad por el arte, sorprendente; una voz manejada con exquisitez, a
veces, lenta, a veces apasionada, a veces soñadora, como conviene al sentir y
al pensar del poeta que va interpretando.
Hay algo en ella que la
diferencia: no desgasta su admirable capacidad de declamadora en poemas sin
valores líricos, ni connotativos, ni trascendentes. Ella necesita arder con las
palabras y la pasión del autor, iluminar a su público con los mensajes sublimes
de los poetas clásicos.
Porque ha entregado su vida a
la cultura y al arte, Adriana es como el poeta José Asunción Silva, en las
palabras del gran pensador y poeta Guillermo Valencia:
“Tener la frente en llamas y
los pies entre el lodo…; querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo “.
……………………………………………
(Exclusivo para la Revista
Cultural de El Café Rojo y en homenaje a la exquisita intérprete del
verso, la escritora, poetisa, la
creadora incansable de fomentar el arte y las letras en Medellín)
Lucila González de Chaves
“Aprendiz de Brujo”
Maestra, periodista y escritora
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