ROCÍO
VÉLEZ DE PIEDRAHÍTA, INTÉRPRETE DE LA SOCIEDAD
Lucila
González de Chaves
“Maestra del Idioma”
Lugore55@gmail.comEscritora por vocación, por
temperamento, por estudio y por una aguda observación, principal característica
de nuestra autora y columnista, excelsa hija de Antioquia (Colombia), (1926 -
2019). Alimentó sus
devociones literarias con la cátedra, las conferencias, los foros y seminarios
en los que sobresalen la profundidad de los conceptos y la seriedad de sus
sustentaciones.
Novelista, cronista, crítica,
historiadora, periodista, todos estos aspectos de su ingenio se elevan a la
misma altura por su sello inconfundiblemente personal, por la honda vibración
humana que en todas sus obras palpita. Escribe para despertar resonancias en la
sociedad y en las comunidades, y lo consigue, porque su sentido de la realidad
o de lo concreto, su elegante y contenida ironía, su paciente y honesto
análisis, la aguda psicología y un fino humor, son elementos diferenciadores y
característicos de su estilo.
Los personajes de sus novelas y
cuentos están llenos de urgencias realistas y de centelleos instintivos. Los
problemas que ellos afrontan son jirones de la vida diaria. Todos hablan de
hondas inquietudes sentimentales y sociales, que son desgarramientos
interiores.
Un tanto al estilo de Molière,
observando a los seres humanos y a la sociedad, ha concebido sus novelas: La tercera generación. El pacto de las dos
rosas. El hombre, la mujer y la vaca.
Con humor y con respeto fustiga los
vicios y costumbres de una sociedad vacía, ajena a los valores espirituales e intelectuales;
una sociedad que no le encuentra sentido a la existencia. Así lo afirma el
subtítulo de La tercera generación:
“episodios de una mujer sin vida”.
Si leemos detenidamente el epígrafe
con que empieza la desilusionadora
historia de Lucerito, Junior y doña María Josefa (personajes de la Tercera Generación) nos daremos cuenta del hondo
contenido socio-cultural de sus obras:
“Cuando
veo los que suben y los que bajan en la escala social, observo que los que
suben llevan alpargatas, y los que bajan zapatos de charol”. (Leroy-Beaulieu).
El libro El hombre, la mujer y la vaca es el retrato fiel del rico
hacendado, para quien cuentan más sus vacas de raza, que su esposa e hijos.
Entre él y su familia se levanta un muro: ¡la admiración y dependencia de una
“holstein”! Veamos el primer párrafo de este “cuento desagradable”:
“Alfredo de Musset, en su famoso
soneto a Víctor Hugo, dice que en este bajo mundo es preciso amar muchas cosas,
para saber al fin cuál es la que nos gusta más”.
Pues bien: Don Antonio, después de
haber amado con entusiasmo el deporte, el dinero, las mujeres y los negocios, a los sesenta años resolvió que definitivamente lo que más le gustaba
en el mundo, eran las vacas. Sobre todo
las vacas lecheras. Y entre ellas, Amapola, la ‘Holstein’ cuya vida valía más
que la de una mujer.
La novela La Cisterna tiene un
argumento inspirado en la vida de una mujer de la clase media, adinerada, que
padece todas las angustias provenientes de no haberse adaptado al medio social
y familiar que la rodea. Esta obra es una crítica a la sociedad contemporánea y
a algunas de sus instituciones más importantes.
La
Guaca,
novela cuyo marco espacial es mixto, ya que es relato rural y urbano al mismo
tiempo. Su conflicto es un secuestro con todo lo que esto conlleva: angustia,
sobresaltos de la familia, despliegue de actividades por parte de los cuerpos
de seguridad, y la buena voluntad de una sociedad que con sus “pistas” casi
siempre falsas, entorpecen la labor de rescate, y llevan al clímax, la
expectativa y el dolor del hogar ofendido. Todo esto desata “sentimientos mezquinos, altruistas, interesados, rencorosos, valientes, agazapados”.
Y lo de siempre, el principio de la
solución: “el coronel recomendó sigilo, prudencia, reserva, discreción”.
En esta novela hay suspenso, emoción,
análisis, sátira, crítica. En ella se asoma la violencia, esa extensa y
dolorosa historia que desde 1950 ha vivido nuestro país y que aún está presente
en secuestros, robos, acechanzas, atracos, asesinatos.
Tal vez la obra narrativa más extensa
de Rocío Vélez de Piedrahíta es el Terrateniente.
Sobre ella, la propia autora dice:
“Lo que aquí se relata -con personajes y lugares ficticios- es lo que se esconde en Antioquia detrás de
la simple expresión “abrir fincas”. Por ser una aventura que se realizó en el
silencioso batallar de individuos ajenos a la publicidad, y sobre todo porque enriqueció a muchos de ellos, no
despertó en el país, que beneficiaba, ni asombro, ni mucho menos,
reconocimiento. Es más, la generación que se internó en el monte entre los años
veinte y treinta, (1920 – 1930) presenció durante su vejez cómo la culminación
de su empresa coincidía con una revolución social que - debido al atraso de las leyes agrarias y al
usufructo inmerecido de la tierra, por algunos ciudadanos urbanos - distorsionó sus esfuerzos y ahogó en la
animadversión general uno de los movimientos más espectaculares que se hayan
realizado en el país”. (p.9)
Con esta novela, Rocío ocupó el
segundo puesto en el Concurso Nacional de 1978 (España), y con ella, la mujer
latinoamericana se hizo sentir más allá de las fronteras patrias.
Sus crónicas recopiladas en dos tomos
con el título de Entre nos, son otro
regalo para el espíritu. Risueñas fotografías de los aconteceres más destacados
en la vida del país y en el común vivir de las familias. El escritor Abel
Naranjo Villegas, después de leer estas crónicas, se expresó así respecto a la
autora:
“Las calidades de su prosa la colocan
entre los grandes escritores de Antioquia, es decir, del país, porque empalma
ella con la gran tradición literaria de antaño y la nueva literatura nacional.
Por las dotes de su ingenio pertenece a la pura línea vernácula de Carrasquilla
y Efe Gómez, con una riqueza de vocabulario y de sintaxis realmente
envidiable”.
Rocío Vélez de Piedrahíta es, además
experta en literatura infantil. Sus muy valiosos conceptos están recogidos en
la obra Guía de literatura infantil.
De la introducción que hace la autora, transcribo tres conceptos que me
llaman la atención:
“El niño afortunado que encontró cupo
en una escuela, recibe clase todo el día y tiene, además, que hacer tareas, no
resiste que en las horas de reposo, cuando quiere distraerse, lo sigan
instruyendo, aunque le den material atractivo con bellas ilustraciones. Se
niega: le da dislexia que es una manera de bloquearse. Entre los factores que
se enumeran para explicar el éxito avasallador e indestructible del “comics”,
junto con el factor económico, debe figurar en primera fila, el deseo del niño
a divertirse sin esfuerzo intelectual, leer repasando, sin retener, sin
aprender. Tal y como los adultos que, cuando están fatigados no leen los Sueños
de don Marco Fidel Suárez, sino novelitas policíacas".
“Para que un libro sea un buen libro
para niños, tiene que ser un buen libro a secas, y reunir las condiciones de
las obras literarias de calidad".
No es lo mismo “literatura para niños”
que literatura deliberadamente pueril y tonta, sin ambiciones literarias, donde
se acude a la exaltación del diminutivo, peor aún, de vocabulario reducido,
“para que entienda”. “Con el criterio de limitar el vocabulario para que el
niño entienda, se comete un contrasentido: si nunca oye palabas nuevas, nunca
conocerá palabras nuevas”.
En su obra de crítica literaria Comentarios sobre la vida y la obra de
algunos autores colombianos, nos presenta análisis serios de quienes en la
época de la Colonia, se distinguieron como altos exponentes de las letras: Juan
Rodríguez Freile, Hernando Domínguez Camargo, Lucas Fernández de Piedrahíta y
la Madre Josefa del Castillo.
En 1980, Rocío recibió la Medalla
“Trabajador de la Cultura” impuesta por el Instituto de Integración Cultural.
En 1979 representó a Colombia en el Seminario sobre Edición de Libros
Infantiles y Juveniles, organizado por la Unesco y el Cerlal.
Digamos, para finalizar, que fue miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y una excelente columnista de
periódicos importantes del país.