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PERIÓDICO EL MUNDO – MEDELLÍN
Relato de un amor entre dos maestros
Autor: Daniel Grajales
La maestra, escritora y experta en
Lenguaje, Lucila González de Chaves, presentó hace unos meses su más reciente
título “Carta abierta al maestro”:
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Cuando terminó la gran guerra que padecía el mundo en 1945, a Medellín llegaron muchos europeos, entre ellos lituanos y austriacos, de origen judío, quienes fundaron la Orquesta Sinfónica de Antioquia, bajo la dirección de Joseph Matza Dusek. Un violinista había conquistado entonces el amor de Lucila González, hasta ese momento sin apellido de casada, quien, en la magia de sus dos decenios de vida, se formaba en la Alma Máter de Antioquia.
Sin embargo, por esa capacidad que tiene el destino de cambiar de rumbo la vida de las personas, la joven, de 24 años, se enamoraría de otro hombre, catorce años mayor que ella, quien también tendría en las venas el sentimiento musical, el amor por las partituras, por las voces, por los tonos, por la melodía que significa dedicar la existencia al sonido. Muy al estilo de la reflexión de Luciano Pavarotti, con su idea de que “una vida dedicada a la música es una vida bellamente empleada”, el hombre que conquistaría a la entonces autora en formación sería un maestro musical.
“Yo estaba un día (finales de febrero de 1951) esperando a mi
novio, violinista de la Orquesta Sinfónica de Antioquia. Recuerdo que salía de
la Universidad, ahí en el Paraninfo, donde estaba estudiando
Letras, A las 5:00 p.m., iba por él a Bellas Artes, en La Playa, esperaba a que
acabara los ensayos, y nos íbamos para el Astor. Un día vi a un señor que
entró, serio, con un talante como de diplomático, muy bien puesto, y le dije a
Valerio, el papá de la gran pianista que tenemos, Teresita Gómez, ‘¿quién es
ese señor?’, y me dijo: ‘no sé, un señor que canta’. Yo me imaginé que era uno
de Los Panchos, que estaban de moda en ese momento, (1950), entonces me dije:
‘no estoy interesada en los Panchos’… Conversamos mucho los días siguientes y
me di cuenta de la dimensión del hombre que era”, relata la experta en
Lenguaje, refiriéndose al maestro Luis Eduardo Chaves, a quien dedicó su vida,
y ahora dedica su libro “Carta abierta al maestro”, publicación que da cuenta
de un amor intenso, real y duradero.
"Tanta conquista, tanto afecto nos causamos el uno al otro que a los cuatro meses nos casamos”.
Esta nueva obra de Lucila González de Chaves fue publicada gracias a la insistencia de la poetisa Mara Agudelo, quien encontró letras de valor para poner en contexto hoy, como una invitación a reflexionar sobre temas fundamentales como la familia y el rol de los padres:
“Ver partir, poco a poco, al amor
de su vida, al maestro admirado, al padre de sus hijos, al artista, al amigo y
confidente, sin desplomarse, es de valientes. Y ella, la maestra, lo demuestra
día a día”, precisa la poetisa Mara Agudelo en el prólogo, en el cual enfatiza además que en
estas letras hay “memoria cultural y artística, recuerdos familiares, amor,
fortaleza y fe, ¡mucha fe!”.
Lucila González de Chaves dice que Carta abierta al maestro “no nació como libro. Fueron unos apuntes que naturalmente, cuando uno está tan habituado a estar escribiendo, todo lo que ocurre lo escribe, y yo fui escribiendo momentos de nuestra vida en común, de nuestro matrimonio, de todas las actividades que el maestro Chaves fue desempeñando. Aquí está la historia cultural de Medellín, desde 1951, aproximadamente hasta 1965. Hay que retroceder más de cincuenta años para saber que Medellín era incipiente en temas culturales. Cuando él se enfermó, empezó su decadencia, y yo fui escribiendo día a día. Hice el seguimiento de todas las circunstancias de su enfermedad. Cierro el libro el día en el que él muere”.
Estas letras salen a la luz
develando un matiz poco conocido de la autora, reconocida por su columna
semanal en EL MUNDO en la cual enseña Lenguaje, sus decenas de títulos y los
libros didácticos de apoyo a los maestros que creó hace unas décadas cuando
cambió el sistema educativo, libros que formaron en escritura y lectura crítica
y en el manejo del idioma a varias generaciones.
“Es muy diferente, en todo, en
tamaño, en presentación, en color, en contenido, de los demás libros que he
escrito”. “Estos son mis apuntes muy personales que Mara conoció alguna vez
aquí en mi casa y se empeñó en que había que publicarlos; se fue para la
Asociación de Institutores de Antioquia, Adida, les habló de mis apuntes, y
ellos le dieron el apoyo económico para la publicación. Ella fue a la
tipografía, ella corrigió las pruebas, escribió el prólogo para el libro “Carta
abierta al maestro”, y, además, precisó el día de la presentación. A ella hay
que agradecerle infinitamente todo”, detalla la autora.
Así, el lector se encuentra con una mujer que deja a un lado todo el rigor con el que educa en su área del conocimiento lingüístico, para mostrar sentimientos, emociones, anhelos y sensaciones diferentes.
Cierra el libro el siguiente
párrafo:
"Miércoles 16 de marzo del 2011
¡Mi maestro! A las nueve y
media de la noche te has ido para siempre. Ya estabas listo y el Gran Maestro
te tendió los brazos y te dijo ¡ven! Te fuiste en medio del sueño, con paz y
serenidad. Para ti, ¡nuestro homenaje de amor y de recuerdo por siempre! ¡Acompáñanos
desde el cielo!”, dice en la contraportada de la obra, apuntando al maestro
Chaves sus palabras de adiós, luego de su muerte.
González de Chaves cita en este
mismo espacio un poema de Edgar Poe Restrepo, poeta antioqueño, autor de la
letra del Himno de la Universidad de Antioquia:
“¡Qué
tristeza más triste, más tristísima,
¡Qué
desolada soledad tan triste!
Qué
soledad más sola, más solísima,
Qué
triste soledad tan desolada
Tenía
esa palabra: ¡Triste!, ¡Sola!”.
La maestra deja ver su intimidad,
da cuenta de una vida bien vivida, para aportar a los ciudadanos:
“Creo que son lecciones de vida:
cómo aceptar el dolor, cómo vivir el nexo de la compañía, cómo vivir el
compromiso matrimonial, cómo acompañar a alguien que se amó durante tanto
tiempo, tanto en el éxito y la gloria como en la decadencia y la muerte. Hay lecciones
de amor, de fortaleza frente a la vida. El libro no tiene nada de didáctico, no
es moralista, no predica ética, no predica religión…. Es una entrega a los 24
años de edad, a un hombre voluntariamente elegido, por la admiración de sus
valores artísticos, espirituales, intelectuales”.
Su amor fue largo, comenzó con
“un noviazgo de cuatro meses, para un matrimonio de sesenta años (1951 – 2011,
año de muerte del señor Chaves). “Compartimos todo, lo bueno, lo malo, lo
negro, lo gris. Fue mi maestro en el ordenamiento y ubicación de mi formación
cultural y mi amigo hasta en callejear para tomar tinto en el Astor”.
Y el arte, la cultura, la
formación, fueron los caminos que recorrieron juntos:
“Cuando lo conocí y nos asamos,
yo tenía 24 años; a su lado empecé a afianzar mi admiración por el arte. Nos
unió fundamentalmente la música barroca, por su lado, y por el mío, la
literatura que era y es mi amor”.
La voz de narradora
Para la autora no fue fácil dejar
ver su vida privada; pero dice con orgullo, que casi todo fue amable, porque se
esmeraron en cultivar la amistad y el compañerismo:
“Yo siempre tuve desconfianza en
relación con las confidencias, porque cuando uno pone a la vista de las gentes
lo íntimo de su personalidad, de sus sentimientos, de su vida privada, casi
siempre da temas de conversación y a la crítica a los demás. Tengo una natural
timidez, un natural rechazo a que las personas empiecen a clasificar mis
sentimientos, mis comportamientos, mis quehaceres; a que se tomen libertades
para inventar historias acerca de cómo piensa y cómo vive uno, cómo estudió y
cómo trabajó. Ya me pasó con alguien que no conocía mi vida antes de casarme y
muy poco de mi vida privada ya de casada y con hijos; una dama a quien ayudé mucho en sus estudios; ya
profesional ella se iba destacando en su servicio, y mi nombre se iba
conociendo en el ámbito cultural, periodístico y educativo de la ciudad. No sé
qué la llevó a inventarse unas historias un poco desagradables…, quizás opacar
mi nombre…, no sé”.
En el rol de narradora, la
maestra Lucila acepta que se siente “muy bien, contenta, por haber respetado la
verdad, el orden y la nobleza de las palabras”.
“Yo ya había escrito algunas
narraciones. Escribí mi vida de niña en Titiribí; hablé sobre mi preadolescencia
en el más amado de los pueblos antioqueños; de todos los castigos en el Colegio
de La Presentación porque uno tenía novio; y luego, ya otra vez en Medellín,
expuse las peripecias sufridas y superadas de estudiante en la ciudad, en el
Instituto Central Femenino, hoy CEFA”.
Desde su experiencia, tras una
vida dedicada a las letras, González de Chaves explica que en Carta abierta al maestro “hay
retrospección, el libro empieza en el momento mismo en que pierde la salud,
cuando él tenía 93 años, mirando hacia atrás nuestra vida, nuestros hijos, el
Instituto de Bellas Artes, las corales, las presentaciones de ópera, etcétera. Hay
introversión, porque da cuenta de lo que yo siento, lo que pienso, también, de
lo que trato de entender, de lo que el maestro siente con sus atormentadoras
molestias”.
“Es un libro circular porque
comienza muy tarde, da muchas vueltas por todas las vías existenciales de los 24, 30,
40 años, y casi que termina en el momento en que empieza. Tiempo circular; no
es el tiempo lineal de las novelas”.
El
maestro Chaves según su esposa:
Lucila González de Chaves
describe a continuación a su esposo, el maestro Luis Eduardo Chaves:
“Admiro de él un infinito
desapego de la parte económica. En el libro consta que yo siempre lo vi
flotando en una nube de ideales, de ilusiones artísticas: óperas, conciertos,
maravillas de la música…, admiro ese desinterés de llevar el arte a todas
partes y a todos los seres humanos desde
los niños hasta los adultos, sin esperar nada”.
“Él trajo, en 1960, de Sofía, la capital de Bulgaria, el Método Kodaly para
empezar a educar a los niños y a los jóvenes en la música, desde los 5 años,
cuando en Medellín no se estudiaba música; puso en ello todo su entusiasmo,
pero las directivas de la educación en Antioquia, le dijeron, con desprecio, que él era
comunista. Inmediatamente, lo castigaron mandándolo para el Magdalena Medio;
después vinieron otras cosas muy insoportables e injustas por parte del jefe de
la educación, que no quiero repetirlas porque todavía me afectan, pero en el
libro están todas las afrentas que recibió”.
“Creó muchas casas de la cultura,
llevó sus enseñanzas musicales, la música clásica y barroca, a las
universidades y a instituciones educativas. Daba clases particulares. Escribía
para la prensa”.
“Otro valor muy escaso en la
gente, fue su capacidad de asimilar las incompetencias de los demás.
Entenderlas, comprenderlas, perdonarlas, aceptarlas y continuar la vida de una
manera normal.
La
unión de la familia
Para González de Chaves, el papel
de la familia es fundamental en cualquier sociedad, por eso “a pesar de todo lo
que él fue y de todo lo que yo hice, nunca dejamos el rol de papá y de
mamá”.
“Nuestros hijos crecieron
escuchando ópera. Les compramos, siendo muy niños, la enciclopedia El mundo de
los niños, y ellos, sin saber leer, ojeaban sus páginas. Cantaban pedazos de
ópera, porque como eso era lo que oían, entonces cantaban de manera enrevesada,
lo que su papá y los alumnos cantaban”.
La
maestra se siente orgullosa de lo logrado en el seno familiar:
“Hoy tengo cuatro hijos y ocho
nietos profesionales. Trabajan con consagración y responsabilidad, pero no
pretendo decir que sean unas lumbreras.
Me devuelvo en mi historia y me siento satisfecha por la profesión que pude desempeñar, el cómo la desempeñé y cómo la amo,
porque yo no me siento jubilada; uno se jubila de los cargos y las cargas
materiales, pero de escribir, de leer y de estudiar uno no se jubila, y de ser
maestro, tampoco”.
González de Chaves precisa la
libertad, el respeto, pero también la guía de los padres como eje fundamental
en el desarrollo de una familia de bien: “todos los hijos eligieron libremente
sus profesiones; no fueron músicos como el papá; quizás fui yo quien influyó
para que fueran primero a la academia; después vendrían las artes; deseé que
tuvieran una profesión”.
También habla del feminismo,
extendiendo su concepto a las mujeres de hoy: “a mí me ha ido muy bien en la
vida siendo mujer. No sé por qué ahora algunas mujeres quieren apabullar a los
hombres, los menosprecian, …. Respeto
sus posiciones, pero creo que necesitamos a la pareja”.
La
reflexión final
Como despedida, la experta en
Lenguaje, la mujer que ha formado a los estudiantes del departamento y del país
con sus conocimientos, sus libros, sus conferencias y sus escritos en
periódicos y revistas, conceptúa que la lucha del maestro Chaves por la cultura
de Medellín y Antioquia debe continuar en los gestores culturales, en los
periodistas, críticos, artistas, maestros e investigadores.
Dice la maestra: “No hemos podido
alcanzar una cultura clásica, armónica, universal, paradigmática; no nos gusta
acercarnos a la cultura griega ni a otras culturas superiores a la nuestra.
Hoy la poesía es de momento, las únicas
normas son los deseos particulares de cada persona. La poesía perdió el ritmo,
la musicalidad, y en ningún momento hablo de la rima, porque esta, sí está en
decadencia; en cuanto al mensaje poético, este es muy coloquial y la mayoría de las veces, ininteligible. Mi
gusto y mis estudios de estilística me dicen que poesía sin musicalidad, sin
ritmo es una prosa cualquiera. Nos faltan modelos y respeto para aceptar a los
pocos, muy valiosos, que van apareciendo. La mayoría de la gente no les pone
valor y cuidado ni a los escritores de valía, ni a las exposiciones, ni a los
conciertos, ni a los artistas.
Y la narrativa va empobreciéndose
por falta de altura en las ideas, en los conceptos, en la imaginación, en la
expresión, en el noble y adecuado manejo del lenguaje; son pocos los estilos
literarios de valía. Sí existen escritores colombianos de altura, de muchos
méritos literarios y lingüísticos, pero nuestras envidias quieren opacarlos. Nos
falta sensibilidad y mucho respeto para poder crecer en lo artístico. Hay
excepciones admirables entre escritores y artistas, pero pocas; lo demás tiene
una existencia corta y sin huellas”, concluye González de Chaves.
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