viernes, 28 de abril de 2023

MEMORIAS

 

COLECCIÓN DE MEMORIAS PARA UNOS TIEMPOS DIFÍCILES

 

 

Lucila González de Chaves

“Maestra del Idioma”

Lugore55@gmail.com

 

No ha pasado del todo la pandemia, dicen los expertos. Seguimos luchando por dominar el miedo ¿Se va alejando la esperanza?

¡El peligro sigue su marcha! Se ha agotado el placer de contemplar las mismas imágenes; se volvieron grises los recuerdos amados; la falta del abrazo, del beso, de la cercanía ha aridecido nuestro mundo emocional. Solo la luz que arde delante de un Cristo de doscientos años – herencia de mi abuela María Alzate Dávila -, invita a mantener la fortaleza.

Miro un montón de papeles escritos en tiempos ya lejanos: presencias, cercanía, valores, enamoramientos…, y quiero entregarlos a quienes, como yo, van amontonando recuerdos:

 

1. Braulio Lorenzo Restrepo R.

 

“No es que hayan muerto, se fueron antes”

No alcanzan a consolarme las palabras del poeta mexicano, Amado Nervo.

“No es que hayan muerto…” ¿No es muerte el irse a la eternidad en busca del Supremo Bien? ¿No es muerte permanecer en el lecho mortuorio, ajeno a las inmensas tristezas de los suyos? ¿No es muerte la ausencia del alma, y lo extraño de aquellos ojos de donde desparecieron el amor y la ternura?

“No es que hayan muerto…”. ¿Cómo explicarnos, entonces, su larga ausencia? ¿Cómo entender su indiferencia frente a nuestra inmensa soledad? ¿Cómo, si no han muerto, no regresan a consolarnos, y permanecen silenciosos ante nuestra desconsolada espera?

“… se fueron antes”. Y, para ir a donde ellos van, ¿no es necesario morir?... ¿No es muerte abandonar misteriosamente la vida?

“…se fueron antes”. Al irse nos dejaron tristes; desgarrada el alma; sangrante el corazón.

Tardes llenas de paz; noches claras y tibias, ¡muchas veces habéis visto fugarse el alma de nuestros seres amados! ¡Conocéis de muy cerca a “la señora muerte que se va llevando todo lo bueno que en nosotros topa” (De Greiff) …”, a los seres amados, que con la claridad de su inteligencia y nobleza de sentimientos nos dieron ejemplo de fe, de amor, de dignidad…!

“…se fueron antes”. Los que sufrimos tu ausencia, sabemos que tú, abuelo, viajero misterioso, no regresarás jamás; pero, entendemos bien que un día habremos de seguirte…. ¿Cuándo? Quizás tan pronto, que tú no hayas descansado lo suficiente del viaje. Tal vez tan tarde, que ya el tiempo haya borrado tus huellas…

Un día haremos el mismo recorrido para alcanzar la Patria Celestial, en donde tú, abuelo muy amado, estarás esperándonos para confortarnos del largo peregrinar ¡Adiós, abuelo!

Titiribí, marzo de 1950 - Lucila González Restrepo

 

2. Miguel Ángel Albornoz

 

Esta tarde de marzo, (1980), ha venido a saludarme un escritor. Llegó con un su amigo poeta, de nacionalidad ecuatoriana. Me habló de su trabajo de escritor, de su tierra, de sus ancestros… y, ¡oh sorpresa!, de alguien con quien en mi juventud compartí varias tardes literarias y poéticas: ¡Miguel Ángel Albornoz! Te estoy evocando porque tu pariente Arturo me habló de ti con admiración y nostalgia; hace poco has muerto en Quito; el gobierno te rindió honores porque llegaste a ser un buen profesional y un miembro sobresaliente de la Academia Ecuatoriana de Historia…

Empiezas, Miguel Ángel, con estas noticias, a tener presencia en mi recuerdo, cuando una tarde, en una conferencia, alguien nos presentó, y me dijiste que habías venido desde Quito a hacer tu especialización en historia y política. Me gustó tu hermoso talante físico y tus palabras delatadoras de tu mundo interior. Esa primera conversación fue el comienzo de una bella amistad.

Lo adiviné más tarde…, te habías enamorado de mí, pero jamás encontraste la palabra precisa para decirlo, solo te delataba tu larga y profunda mirada; era el año 1949, tiempos de romance y de guerrillas; ¡era una alegría conversar contigo! Mis 22 años florecían al escuchar tus palabras de poeta.

Una tarde, en el Astor, me regalaste el valioso libro Historia de la literatura ecuatoriana, que aún conservo. Tu prolongado silencio era impactante; tu tristeza, contagiosa. En la servilleta que envolvía mi humeante tacita de café, silenciosamente, te escribí: “tú estás triste, y yo sé por qué…”.

Fue grande tu confusión; preferiste hablarme de un libro que acababas de comprar, y hundiste tus ojos en él. Un momento difícil por lo silencioso y, sin embargo, yo escuchaba el discurso de tu corazón…

Llegó el tiempo en que debías regresar a tu tierra, y desde allá seguías escribiéndome. Nunca olvidaste mi frase de la servilleta…

Fue en diciembre cuando llegó una muy especial carta: hacías el recuento de tus días en Medellín en mi compañía, de nuestras vidas a conciertos, a museos, a las librerías… En esa extensa carta expresaste todo cuanto pensabas y sentías, y toda esa declaración terminaba en una proposición de matrimonio.

Me tomó por sorpresa; tuve miedo y desazón; no tenía ni valor ni vocación ni alegría ni madurez para hablar de ese asunto matrimonial. Cobardemente, te escribí diciéndote que me iba para la finca de mis abuelos, muy distante de Medellín, que al regreso te escribiría… Lo que nunca sucedió.

Escribo este texto en memoria de la persona más gentil, inteligente y tímida que he conocido, tú, Miguel Ángel Albornoz, exitoso historiador ecuatoriano.

Medellín, abril de 1980

 

3.Carlos Vieco Ortiz

 

No hay que olvidar lo que en la historia de la música colombiana representa el maestro Carlos Vieco Ortiz (1904 – 1979).

Mi generación y las demás que pasaron por el Instituto Central Femenino (CEFA) lo vimos, siempre, con un envidiable vigor espiritual, con igual fidelidad a sus principios éticos y estéticos. Damos testimonio de su amor por la música y de su sapiencia para enseñárnosla.

La síntesis de su vida son sus bellas melodías.

Un pasillo que lleva por título “Echen p’ al morro” fue su primicia ofrecida a un público que lo aplaudió, dado que su autor no tenía aún veinte años. Sus composiciones pasan de tres mil: pasillos, bambucos, valses: Invierno y primavera, Triste y lejano, Hacia el Calvario, Plegaria, Tierra labrantía, Cultivando rosas, etc., todas ellas con letras de grandes poetas como León Zafir, Bernardo Mejía Palacio, e interpretadas por figuras destacadas del canto como Alfonso Ortiz Tirado, Margarita Cueto…

Fue el autor del himno del Instituto Central Femenino (hoy, CEFA) en el año 1946, sobre texto poético del canónigo Bernardo Jaramillo. El himno fue cantado por primera vez, por todas las alumnas del Instituto Central Femenino, con motivo de las célebres “fiestas del Colegio” (septiembre de 1946), y en homenaje a su fundador el joven profesional Joaquín Vallejo Arbeláez. Tuvimos el privilegio, como alumnas, de aprender a cantar el himno bajo la dirección de su compositor.

Carlos Vieco fue condecorado con la Cruz de Boyacá, y la Estrella de Antioquia: dos en plata y una en oro. Recibió la Medalla al Mérito de Colcultura y el Premio “Germán Saldarriaga del Valle”, creado en Antioquia.

En memoria del maestro más sencillo, humilde, comprometido e iluminado que yo haya conocido y cuya muerte nos duele.

Medellín, 1979.

 

 4. José Manuel Vélez Trujillo

 

” Un personaje de leyenda”. Así lo ha llamado el ilustre abogado titiribiseño Rodrigo Flórez Ruiz, y agrega que en el libro Poemas, producción literaria de José Manuel Vélez Trujillo, alias “Puntudo”, encontramos al poeta romántico, al existencialista, al costumbrista.

 Este verso de “Puntudo” nos explica la idiosincrasia de Titiribí:

Mi pueblo vive de anhelos,

De glorias y alegrías,

Músicas y poesías,

Crónicas de torería

Y lances de amor y celos;

……………………

El músico, poeta y cronista Octavio Quintero Villa, uno de los grandes valores de Titiribí, prologó el libro Poemas, y define su mejor soneto, “Como vine me voy”, diciendo que es “un verdadero reflejo de su vida bohemia, resumida en catorce versos llenos de realidad y sentimentalismo”:

 

Como vine me iré, no llevo nada

En mi raída alforja de viajero;

Ni la caricia de un amor sincero,

Ni una ilusión, ni una esperanza, nada.

 

Pero sé que al final de la jornada,

Al terminar el árido sendero,

Hallaré a mi cansancio de viajero,

El reposo apacible de la nada.

 

Como vine me voy; la vida es eso:

Un viaje con pasaje de regreso

Hacia una estación desconocida.

 

Como vine me voy, ensueño loco;

Viví un instante, me amañé muy poco,

No gocé nada y se acabó la vida.

 

Este texto es un admirado recordatorio del poeta caótico, pero hombre sencillo y caballeroso, escrito 1985. 

 

5.Jesús María Velásquez

 

Un personaje típico en Titiribí; lo llamábamos “Champaña”.

La imagen de él se graba en mi recuerdo, entre mis once y trece años de edad: Andaba a zancadas y, a veces, con levedad, metido en su mundo interior; de ahí que diera la impresión de estar lejos de la realidad.

Habitado por la poesía, amaba con ardor la literatura y tenía una pasión: la lectura. Era un gran conversador de memoria prodigiosa. Sin preámbulos, en cualquier lugar y en forma repentina, empezaba a declamar textos de autores: Valencia, Silva, Barba Jacob, Rubén Darío etc., o de oradores, porque amaba la oratoria. Su misma voz y sus ademanes eran de carácter oratorio.

Pasaron los años. Mi vida profesional y de familia fue desarrollándose en Medellín. Por ese motivo, ignoro si su carácter cambió en sus últimos años. En mis visitas a Titiribí, de manera fugaz, pude verlo ya setentón y me pareció que su exclusivo talante seguía siendo igual.

Tuvo la desbordante manía de ser coleccionista; amaba con pasión su cuartito en el parque municipal, el que había convertido en museo; era un celoso guardián de sus tesoros

En memoria del declamador que escuché en mi primera infancia, escribo este corto texto. - Medellín, abril de 1985.

 

6. A mi maestra fallecida

                                                

¡Cuántas décadas han transcurrido desde que usted, apreciada maestra, me dijo casi como un regaño: “¡Lo que un hombre hizo, otro hombre lo puede hacer”!

Me devuelvo en el tiempo y escucho su voz.

 

 Desprevenida y pensativa, estoy junto a la campana, en el más largo corredor de mi amado colegio, el Instituto Central Femenino. Es el año 1945 y estoy cursando mi cuarto año (hoy, noveno) de magisterio.

Hace una semana, usted me ha puesto de tarea realizar un cuadro sinóptico sobre todos los Luises que han gobernado a Francia y sobre las guerras. Todo lo que usted nos narró en las clases de la semana, yo debo resumirlo en un cuadro.

 ¡Imposible!

Tengo diecisiete años, con ancestros pueblerinos, sin experiencias de escritora y más aún, sin creatividad para realizar ese trabajo. Cada vez que usted me pregunta por él, yo le respondo con honestidad, sin sentido de derrota, pero sabedora de que no tengo capacidad de síntesis:

¡No sé cómo hacerlo! ¡No lo haré!

Usted me pide un imposible. Un ejercicio superior a mi inteligencia. Empiezo a sentirme derrotada… Me vuelvo díscola… displicente… Crecen mi timidez y mi miedo… Usted me ha dicho que es posible perder la materia….

Yo, criada por unos abuelos y unas tías muy exigentes, - a causa de mi temprana y doble orfandad, - sé que no me van a permitir llevarles malas calificaciones, y menos aún perder la materia…

¿Qué hacer?

 Mi timidez no me deja confiarle a nadie mi miedo y mi impotencia, y estoy segura de que no realizaré el trabajo que usted me ha impuesto, porque me siento insegura, con ideas y conocimientos confusos acerca del tema.

¡Muy complicados la historia, el gobierno y el arte de Francia!

Esta linda mañanita, estoy recostada en la columna que sostiene la campana. Frente a mí, el inmenso patio de recreo, encuadrado por corredores y aulas. Detrás, la oficina de la señora rectora, Rosa Echeverri de Trujillo; estoy sola… me siento sola…

Usted llega, y sin preguntarme por el cuadro sinóptico, me habla con palabras suaves, perdonadoras… Mi alma y mi mente escuchan su frase:

 “Lo que un hombre hizo, otro hombre lo puede hacer”.

 ¡Qué revelación para una mujer casi niña!  ¡Qué desafío! ¡Qué invitación a aceptar el reto!

Al final de la jornada estudiantil, al salir del colegio al atardecer, siento una extraña fortaleza en mi espíritu, una resplandeciente luz en mi mente y una voz interior clara y definida:

 ¡Sí puedo! ¡Haré el cuadro sinóptico! ¡Y completo!

Cuatro horas de esa noche, repasando las notas tomadas en las clases de usted, recordada maestra, y bosquejando el cuadro sinóptico…

 

¡Al fin, completo! ¡Cinco hojas tamaño carta por ambos lados!

Y usted lo ha recibido con satisfacción, lo veo en sus ojos. Sus palabras son sobrias, pero me compensan el esfuerzo.

A partir de aquella linda mañana en que la escuché a usted, mi maestra, y en la que yo tomé la determinación de cumplir con lo que me pedía, he convertido su frase en bandera de combate en todo cuanto desafío me ha presentado la vida.

Tengo muchísimos años y, aún hoy, ya muy anciana, me repito su frase: ella me da vigor mental y emocional. Por ese momento de su frase, y por otras circunstancias vitales, posteriores a mi vida escolar, y en otros espacios, he podido soportar las angustias, solucionar mis problemas del alma y del cuerpo.

Y con humildad, prepararme intensivamente en el amplio y difícil campo del idioma y de las letras, llevar con éxito hasta el final un buen matrimonio, educar a mis cuatro hijos, amar con ternura a mis ocho nietos y a mis cuatro bisnietos y ser maestra durante cincuenta años. Y aquí sigo todavía, estudiando, leyendo, escribiendo…, sigo siendo fiel al propósito de servir a quienes necesitan una ayudita lingüística o literaria o un aporte existencial.

 

 

domingo, 23 de abril de 2023

PALABRA Y COMUNICACIÓN

 

 

LA PALABRA, NÚCLEO FUNDAMENTAL DE LA EXPRESIÓN

 

Lucila González de Chaves

“Aprendiz de Brujo”

Lugore55@gmail.com

 

Desde siempre se nos ha dicho que el hombre es un animal racional; el ser humano razona, es capaz de amar, de reír y de hablar. El amor, la risa y la palabra nos separan definitivamente del animal. Dicho de otro modo: la capacidad de ser alegres y el don divino de la comunicación, hacen que seamos un grupo aparte, en el proceso de la creación y en el desenvolvimiento de la historia.

La palabra, tan necesaria en la comunicación, no tiene cabida sino en la frase; y en la frase no la tienen los múltiples significados de la palabra, sino uno solo, el necesario en esa frase. La palabra, tiene en ella una significación momentánea, determinada por la situación, que nuestro pensamiento o nuestros sentimientos le asignan en esa  frase, dirigida, exclusivamente, a quien nos escucha o nos lee. Por eso somos responsables de nuestras palabras; una sola de ellas da cuenta, a quienes nos escuchan, de nuestra nobleza interior o de la mezquindad de nuestra vida espiritual, o cultural, o afectiva. Somos en nuestro interior tal y como son nuestras palabras.

 

La palabra es un puente entre nuestra muy íntima realidad y la realidad del otro; entre el YO hacia el TÚ, para llegar a un NOSOTROS; pero ocurre casi siempre que nuestras deslealtades, nuestros prejuicios y odios y rencores incondicionales, borran el NOSOTROS, desconocen el TÚ, es decir, a los otros, y sólo quedan las palabras narcisistas alabando el YO.

 

La efectividad de la palabra está circunscripta al “almacenamiento” interior de cada individuo. Un almacenamiento que está constituido por lo psicológico, lo afectivo, lo espiritual y lo intelectual. A mayor almacenamiento, mayor necesidad de la palabra y, por consiguiente, mayor responsabilidad en el empleo de ella. A un mayor y enriquecido almacenamiento interior, corresponden más amabilidad en las palabras, mayor equilibrio en el tono con que se pronuncian, mayor facilidad en el acercamiento a los demás, cualesquiera sean quienes nos hablan o nos escuchan; a menor almacenamiento interior, corresponden mayor rudeza y altanería en la palabra, más egolatría, menos comunicación amable y bondadosa.

 

Es bueno preguntarnos en esta celebración del Idioma, y siempre, ¿cuánto respeto tenemos por la palabra hablada y escrita?, ¿cuánto hemos estudiado su funcionalidad y manejo en relación con nuestro ámbito familiar, afectivo, laboral, cultural?, ¿hemos pensado seriamente en las secuelas positivas o malignas que nuestra palabra pueda dejar en el otro?

 

El sentido de la palabra no puede ser más que aproximativo, como lo es nuestro propio pensamiento;  ocurre que las palabras resultan muchas veces impotentes, para expresar todos los aspectos del pensamiento, del sentimiento, de la imaginación. Está ya comprobado que nuestra palabra nos traiciona muchas veces por defecto, y también por exceso.

 

El diccionario, con toda su riqueza de léxico, no es más que un lugar donde yacen las palabras de donde se levantan para cobrar vida.  Así, cada palabra, se transforma en ser vivo, lleno de significación y de sentido, de comprensión y de amor. Pero, a veces, nuestra pequeñez de alma, en un momento de odio, de rencor, de envidia, la palabra destroza una vida, dañando la más bella relación.

 

La belleza y elegancia de un texto escrito no residen en las palabras aisladas, sino en su artística conexión; esa capacidad de expresión, habita en el modo y en la sabiduría de utilizar las palabras y, por sobre todo, en la riqueza interior de quien habla o escribe.

 

La profundidad y trascendencia de lo que hablamos y escribimos, resultan de lo que, con las palabras, como vehículo, hagamos sentir o pensar a quien nos lee o nos escucha.

 

Es bueno recordar que hay palabras vacías de significación o mal colocadas tanto al hablar como al escribir.

 

Un texto en el que predominan las palabras vacías produce una impresión de ordinariez, de indigencia mental y espiritual. Y en lo hablado, ya el diccionario incluye el adjetivo ‘cantinflesco’ para referirse a todo lo que hablamos falto de sentido, de mensaje, de coordinación, a semejanza de aquel célebre actor de cine mexicano conocido con el sobrenombre de “Cantinflas”.

 

O, por el contrario, las palabras llenas de valores, de significación y de sinceridad, prestan a la frase una densidad considerada como elemento del buen estilo. Pero, hay que tener cuidado, porque tal densidad puede ser también fatigosa y difícil de sostener mucho tiempo, puesto que exige una permanente tensión espiritual y mental.  La excesiva densidad puede resultar indigesta.

 

Encontramos ejemplos de este estilo indigesto, por demasiado cargado de ideas y pensamientos, en algunos filósofos y ensayistas para quienes escribir es ‘apretar’ de tal modo el pensamiento, en palabras y frases tan densamente significativas, que la lectura se transforma en un ejercicio análogo al que se realiza para desentrañar el sentido de una fórmula matemática.

 

El manejo de cada palabra en la comunicación NO es tarea fácil. Recordemos que son pocas las palabras que tienen un sentido claro y un solo significado. Cuanto más se estudian las sutiles diferencias y matices en el significado de las palabras, más nos convencemos de la responsabilidad, al utilizarlas como instrumentos para razonar y para transmitir ideas y, sobre todo, sentimientos.

 

Una palabra mal empleada estropea, y a veces para siempre, el más bello pensamiento, la más brillante idea y el más dulce de los sentimientos.

sábado, 22 de abril de 2023

DÍA DEL IDIOMA- AMO LAS PALABRAS

 

23 DE ABRIL, DÍA DEL IDIOMA

 

 

¡AMO LAS PALABRAS!

 

Lucila González de Chaves

“Maestra del idioma”

Lugore55@gmail.com

Blog: lucilagonzalezdechaves.blogspot.com

 

 

“La palabra es un poco de aire comprimido

      que desde la mañana luminosa del Génesis

 tiene poder de creación”.

(Ramón M. del Valle-Inclán)

 

Cómo no amar la palabra escrita si todo nuestro ser está marcado por las incontables huellas que ha dejado a través de nuestra historia existencial:

-En la niñez, al juntar las letras y apenas aprendiendo a escribirlas, se quedaban revoloteando palabras evocadoras de ternura: mamá; mi mamá me ama; yo amo a mi mamá…. Conocimos simoncitos bobos, viejecitas ricas, renacuajos parranderos, brujas metidas por niños en hornos, lunas de chocolate, estrellas que eran, cada una de ellas, ángeles de la guarda, etc.

-En la juventud amamos y leímos las palabras con intensa emoción: teníamos el cerebro abierto y libre para fantasear con los libros que hablaban de hazañas de navegantes, de tormentas, de naufragios, de fuertes luchadores contra los problemas que dificultaban la vida; supimos de alfombras voladoras, de cuevas llenas de tesoros, de princesas sacrificadas por la mentiras y traiciones de los súbditos….

-En la adolescencia las palabras escritas fueron llegando hasta el corazón en la incomparable musicalidad de la poesía, para hacernos estremecer de emoción frente a las inquietantes incógnitas de los primeros amores. Amábamos la palabra escrita que iba llegando a nuestro cerebro sumido en crisis y desencantos; llegaba ella como notaria del discurrir de la vida, contado y expuesto maravillosamente en novelas, en cuentos, en textos que nos iban iluminando y señalando el camino hacia el objetivo de vivir. Los momentos de intenso amor, de ensoñación, o de profundas dudas o de dolorosos desencantos, estados propios de la adolescencia, excitaban nuestro pensamiento y lo convocaban a buscar sosiego en las embrujadoras palabras escritas de grandes narradores y pensadores.

-En el desasosiego controlado de la adultez; en los hondos momentos de dichas o de tristezas o de encrucijadas difíciles de aclarar, ¡cómo no amar la palabra! si desde el texto nos ofrecía fortaleza, claridad, consuelo y compañía; cómo no amarla si fue ella nuestro apoyo para construir con solidez un proyecto de vida y realizarlo sin engañarnos ni engañar a nadie!

-Y, en la ancianidad….  ¡absolutamente necesarias las amadas palabras escritas! En el recogimiento, la soledad y el silencio, sin ambiciones ni afanes, poder paladearlas y confesarles que a nuestro bagaje intelectual, afectivo y espiritual lo guiaron e iluminaron ellas.

Y, ya, muy cerca del final, declararles nuestro agradecimiento y exigirles que su compañía, sus mensajes y su ternura sean el paliativo del momento del adiós.

Y, ¡Cómo no amar también la oralidad – las palabras “aladas” según el decir de la gran escritora Irene Vallejo – si por ella vivimos y sentimos, nos conocemos y nos amamos!

Yo amo la palabra oral – “alada” - porque con ella he logrado comprender y disfrutar el amor.

Con la palabra “alada” he podido disipar mis cuitas de muertes, de olvidos, de soledades y silencios.

 Ella me ha acompañado en mis éxitos, y es ella la hacedora de los caminos que he transitado en busca del afecto, del amor, de la amistad, de la fraternidad, del saber, del bien enseñar, de la serenidad interior al ir envejeciendo apaciblemente.

Amo la palabra oral porque me llevó hasta el corazón y el cerebro de mis alumnos de todos los tiempos, y con ellos pude compartir la alegría de buscar, de encontrar, de saber; ella nos recordó siempre el compromiso de vivir con dignidad y de aprender con orden, sencillez y humildad.

Fue la palabra “alada” la que me llevó a enamorarme de manera comprometida a formar un hogar, y fue ella el refugio de dos seres: él, artista y tenor lírico, solista operático y maestro de la música barroca; yo, maestra del idioma y de los valores literarios creados por la palabra.

Amo la palabra oral, porque fue ella la que nos ayudó a tejer la convivencia familiar y la tolerancia para admitir y respetar las diferencias. Nuestros hijos encontraron la manera de llegar hasta sus padres para expresar sus deseos, amores e incomodidades al empezar a descubrir y a pronunciar las palabras.

Es la palabra “alada” nuestro recurso comunicativo; el apacible refugio cuando compartimos con los seres amados en agradables encuentros, o cuando la escribimos para destejer, un poco, la apretada y dolorosa urdimbre de nuestro interior, a veces, fuerte, a veces derrotado, en tantos momentos esperanzado…

La palabra “alada” es en el diálogo, el impostergable y comprometido examen de situaciones enmarañadas para ir abriendo el camino de la solución.

En la familia, la palabra sonora, con sus inflexiones tonales, pone de manifiesto sentimientos muy escondidos, propicia benéficos acercamientos, confesiones, rectificación, perdón y recomienzo sincero.

 ¡Cómo no amar, entonces, la palabra oral!

 

 

APRENDIZ DE BRUJO - LEYENDA



Palabra & Obra

 

Aprendiz de brujo en Luciano de Samosata, Goethe, Dukas y Walt Disney

Autor: Lucila González de Chaves

Maestra, periodista y escritora

lugore55@gmail 


Recorrido por la historia del personaje Aprendiz de brujo en la literatura, la música y el cine.

Medellín

 

El “Philopseudés” de Luciano

Luciano de Samosata (125 – 181 d.C), escritor griego, dejó más de ochenta obras cortas y de diverso género, escritas con ingenioso humor y extraordinaria fantasía. Son relatos con temas de actualidad de la época, como la creencia en lo sobrenatural y lo maravilloso. Entre esas obras está Philopseudés (El aficionado a la mentira), en donde aparecen por primera vez las aventuras del Aprendiz:

Unos personajes se enzarzan en una conversación sobre la magia y sus poderes, donde cada uno de ellos, pertenecientes a la élite intelectual y representantes de las principales escuelas filosóficas, cuenta algo encaminado a avalar la existencia de fenómenos sobrenaturales. Solo uno, Tiquiades, como el “alter ego” de Luciano, se muestra absolutamente incrédulo con respecto a tales historias.

Uno de esos relatos es el del Aprendiz de brujo: El narrador es Eucrates y lo cuenta como una experiencia personal; lo que sirve para poner en evidencia que lo que está contando no ha sucedido en realidad, ni se ha oído:

Eucrates conoce en un viaje a Pancrates, un sacerdote sagrado de Menfis, de quien se decía que la propia diosa Isis le había enseñado su magia. Cautivado por las maravillas que le ve hacer, especialmente por la forma en que hace cobrar vida a diferentes objetos para que le sirvan, trata de que le enseñe el ensalmo que utiliza, pero Pancrates se niega.

Tras espiarlo en la oscuridad y quedarse con la fórmula mágica, compuesta de tres silabas, logra que funcione el conjuro y hace que una mano de mortero vaya por agua con un ánfora.

Cuando quiere que el mortero pare, se da cuenta de que no sabe cómo hacerlo y el mortero continúa trayendo agua sin cesar, inundando la casa.

En su desesperación, el aprendiz coge un hacha y parte la mano del mortero en dos mitades, con lo que lo único que consigue es que ahora cobren vida las dos mitades, y por separado, continúen trayendo agua.

Cuando está todo inundado, regresa Pancrates, que, muy enfadado, vuelve a poner las cosas en su sitio y desaparece sin dejar rastro.

La balada de J. W. Goethe

Fruto de la amistad y colaboración con Schiller, el escritor alemán Goethe, compuso una serie de baladas sobre cuentos populares y temas legendarios basados en la antigua Grecia; baladas que fueron publicadas en el “Musenalmanach” en 1797. La historia del aprendiz ha pasado a la posteridad porque a finales del siglo XVIII, Goethe compuso una balada inspirada en el relato de Luciano, con algunas diferencias:

El aprendiz de brujo (Der Zauberlehrling) es una balada de catorce estrofas, puesta en boca del aprendiz, y comienza diciendo que ahora que el viejo mago se ha ido, se hará obedecer de los espíritus, porque se ha aprendido de memoria sus palabras y sus gestos, y por tanto puede reproducir su magia.

A continuación, a modo de fórmula mágica, invoca a los torrentes de agua para que fluyan y llenen el estanque. Llama a la escoba y la insta a vestirse de harapos, reprochándole que antes no le hiciera caso; ahora tendrá que cumplir sus deseos.

Comienza a darle órdenes: ponerse sobre dos pies, sacar una cabeza y coger un cubo. La escoba cumple su cometido y comienza a traer el agua para llenar el recipiente. Cuando está lleno, le ordena que pare y, al no obedecer, se da cuenta, consternado, de que ha olvidado las palabras mágicas.

La escoba sigue trayendo agua y lo inunda todo; el aprendiz se enfada con la escoba y la llama “engendro del infierno”. La escoba adquiere un aspecto aterrador, por lo que el aprendiz coge el hacha y la parte en dos pedazos, con el resultado de que ambos empiezan a traer más agua.

Cuando llega el maestro, el aprendiz le dice que los espíritus ignoraron sus órdenes. El maestro, tras ordenar a la escoba que retorne a su rincón, le hace saber al aprendiz, que solo él, como maestro, puede convocar a los espíritus para servirle.

Tanto en Luciano como en Goethe, el objeto de animación toma una cierta apariencia de ser humano, por ello se le viste con harapos.

La diferencia más importante es que en el relato de Luciano, los poderes mágicos emanan del propio Pancrates, en su calidad de gran sacerdote, mientras que en Goethe, hay que convocar a los espíritus infernales que son quienes tienen el poder. El mago no es más que un intermediario.

El scherzo de Paul Dukas

En 1897 se estrenó en París la famosa obra del compositor Paul Dukas, con el nombre de El aprendiz de brujo, para conmemorar los cien años de la creación del poema de Goethe.

La balada de Goethe inspiró a Paul Dukas (1865 – 1935) un poema sinfónico en forma de scherzo sinfónico: El aprendiz de brujo. El propio Dukas subtituló Scherzo basado en una balada de Goethe.

El scherzo basa su fuerza expresiva en una férrea construcción en forma de fuga. Una sinfonía que describe fielmente cada escena de la obra original de Goethe.

Comienza creando una atmósfera misteriosa en la que imaginamos al mago haciendo su magia y al aprendiz madurando la idea de suplantarlo.

En la introducción, sobre un fondo de cuerdas, el contrafagot y luego toda la orquesta van ejecutando, por turnos, el tema del aprendiz de brujo y el encantamiento. La trompeta es la encargada de presentar la fórmula mágica.

El tema original de la escoba es expuesto por primera vez por medio de tres fagots. Luego, un tema más rápido “con un ritmo fuerte, cuyo desarrollo fugado ocupa el lugar más importante de la obra”, sugiere el movimiento de la escoba y da la impresión de que esta va saltando. El resto de la orquesta, principalmente los instrumentos de cuerda, reproducen la acción de verter el agua. Suenan las trompetas, el fagot (la escoba) se anima cada vez más con un ritmo punzante.

La orquesta traduce (los violines) el pánico del aprendiz, incapaz de detener la marcha infernal de la escoba. El agua sigue inundándolo todo.

En este momento la música alcanza su punto culminante, es el momento en que el aprendiz corta en dos mitades la escoba.

Tras una breve pausa, se va elevando lentamente el fagot, y los asistentes se imaginan a la escoba tratando de ponerse en pie de nuevo. En el instante en que las dos mitades de la escoba se ponen de pies, la fuga simple (en la obra musical) se convierte en doble fuga, “para dar origen a desarrollos dobles que se entrecruzan, se persiguen y se encabalgan en un tumulto delirante”. Un súbito final fortísimo indica el regreso del maestro que restablece el orden.

En Goethe no se hacía mención expresa de una fórmula mágica, aunque se dice que el aprendiz se sabe las palabras y los gestos de su maestro. En Dukas, la trompeta hace alusión a la fórmula mágica. El golpe de percusión revela que el mago ha vuelto las cosas a su lugar.


Fantasía de Walt Disney

En 1940, el productor, director y guionista, Disney (1901 – 1966), conocido en la cultura occidental como “el más influyente cultivador de la imaginación infantil”, incluyó en su película de animación, Fantasía, la música del francés Paul Dukas, ejecutada por la orquesta de Filadelfia y dirigida por Leopold Stokowsky. En dicha película, el ratón Mickey asume el papel del aprendiz.

En la introducción se dice que el aprendiz es un niño ávido de conocimientos y que contempla al mago hacer sus prácticas, mientras va transportando con gesto cansado, los cubos de agua que debe llevarle al mago. Cuando este se ausenta, Mickey, el aprendiz, se apodera del gorro de su maestro para asumir su personalidad y ordena a la escoba que haga su trabajo por él. La escoba poco a poco se va enderezando y comienza a acarrear el agua en dos cubos, seguida de Mickey, el aprendiz, que imita sus movimientos con una gran sonrisa. Está feliz porque ha conseguido usar la magia para sus propios fines, no como el mago que hacía surgir imágenes sin utilidad.

Como la escoba está haciendo su trabajo, él se queda dormido. Despierta y se da cuenta de que la escoba ha seguido trayendo agua sin parar y que está todo inundado. Aterrorizado, el aprendiz intenta detener la escoba y con un hacha la hace añicos. Aquí no son solo dos mitades, sino un ejército verdadero de escobas las que cobran vida y traen agua sin parar.

El aprendiz encuentra el gran libro de conjuros de su maestro y busca desesperado la fórmula para detener el hechizo… Un gran torbellino, que coincide con el torbellino sonoro de la música de Dukas, lo engulle…

Regresa el mago…, esboza una mirada aterradora y levantando las manos lo vuelve todo a su lugar.

La Escritora y catedrática, Marisa Miralles, termina sus análisis diciendo: “Nada es original; la mayoría de las historias ya las había contado un escritor griego o un romano”.

(Resumen de mi “Archivo personal de lecturas y estudios”, realizado todo en fichas académicas)


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