domingo, 23 de abril de 2023

PALABRA Y COMUNICACIÓN

 

 

LA PALABRA, NÚCLEO FUNDAMENTAL DE LA EXPRESIÓN

 

Lucila González de Chaves

“Aprendiz de Brujo”

Lugore55@gmail.com

 

Desde siempre se nos ha dicho que el hombre es un animal racional; el ser humano razona, es capaz de amar, de reír y de hablar. El amor, la risa y la palabra nos separan definitivamente del animal. Dicho de otro modo: la capacidad de ser alegres y el don divino de la comunicación, hacen que seamos un grupo aparte, en el proceso de la creación y en el desenvolvimiento de la historia.

La palabra, tan necesaria en la comunicación, no tiene cabida sino en la frase; y en la frase no la tienen los múltiples significados de la palabra, sino uno solo, el necesario en esa frase. La palabra, tiene en ella una significación momentánea, determinada por la situación, que nuestro pensamiento o nuestros sentimientos le asignan en esa  frase, dirigida, exclusivamente, a quien nos escucha o nos lee. Por eso somos responsables de nuestras palabras; una sola de ellas da cuenta, a quienes nos escuchan, de nuestra nobleza interior o de la mezquindad de nuestra vida espiritual, o cultural, o afectiva. Somos en nuestro interior tal y como son nuestras palabras.

 

La palabra es un puente entre nuestra muy íntima realidad y la realidad del otro; entre el YO hacia el TÚ, para llegar a un NOSOTROS; pero ocurre casi siempre que nuestras deslealtades, nuestros prejuicios y odios y rencores incondicionales, borran el NOSOTROS, desconocen el TÚ, es decir, a los otros, y sólo quedan las palabras narcisistas alabando el YO.

 

La efectividad de la palabra está circunscripta al “almacenamiento” interior de cada individuo. Un almacenamiento que está constituido por lo psicológico, lo afectivo, lo espiritual y lo intelectual. A mayor almacenamiento, mayor necesidad de la palabra y, por consiguiente, mayor responsabilidad en el empleo de ella. A un mayor y enriquecido almacenamiento interior, corresponden más amabilidad en las palabras, mayor equilibrio en el tono con que se pronuncian, mayor facilidad en el acercamiento a los demás, cualesquiera sean quienes nos hablan o nos escuchan; a menor almacenamiento interior, corresponden mayor rudeza y altanería en la palabra, más egolatría, menos comunicación amable y bondadosa.

 

Es bueno preguntarnos en esta celebración del Idioma, y siempre, ¿cuánto respeto tenemos por la palabra hablada y escrita?, ¿cuánto hemos estudiado su funcionalidad y manejo en relación con nuestro ámbito familiar, afectivo, laboral, cultural?, ¿hemos pensado seriamente en las secuelas positivas o malignas que nuestra palabra pueda dejar en el otro?

 

El sentido de la palabra no puede ser más que aproximativo, como lo es nuestro propio pensamiento;  ocurre que las palabras resultan muchas veces impotentes, para expresar todos los aspectos del pensamiento, del sentimiento, de la imaginación. Está ya comprobado que nuestra palabra nos traiciona muchas veces por defecto, y también por exceso.

 

El diccionario, con toda su riqueza de léxico, no es más que un lugar donde yacen las palabras de donde se levantan para cobrar vida.  Así, cada palabra, se transforma en ser vivo, lleno de significación y de sentido, de comprensión y de amor. Pero, a veces, nuestra pequeñez de alma, en un momento de odio, de rencor, de envidia, la palabra destroza una vida, dañando la más bella relación.

 

La belleza y elegancia de un texto escrito no residen en las palabras aisladas, sino en su artística conexión; esa capacidad de expresión, habita en el modo y en la sabiduría de utilizar las palabras y, por sobre todo, en la riqueza interior de quien habla o escribe.

 

La profundidad y trascendencia de lo que hablamos y escribimos, resultan de lo que, con las palabras, como vehículo, hagamos sentir o pensar a quien nos lee o nos escucha.

 

Es bueno recordar que hay palabras vacías de significación o mal colocadas tanto al hablar como al escribir.

 

Un texto en el que predominan las palabras vacías produce una impresión de ordinariez, de indigencia mental y espiritual. Y en lo hablado, ya el diccionario incluye el adjetivo ‘cantinflesco’ para referirse a todo lo que hablamos falto de sentido, de mensaje, de coordinación, a semejanza de aquel célebre actor de cine mexicano conocido con el sobrenombre de “Cantinflas”.

 

O, por el contrario, las palabras llenas de valores, de significación y de sinceridad, prestan a la frase una densidad considerada como elemento del buen estilo. Pero, hay que tener cuidado, porque tal densidad puede ser también fatigosa y difícil de sostener mucho tiempo, puesto que exige una permanente tensión espiritual y mental.  La excesiva densidad puede resultar indigesta.

 

Encontramos ejemplos de este estilo indigesto, por demasiado cargado de ideas y pensamientos, en algunos filósofos y ensayistas para quienes escribir es ‘apretar’ de tal modo el pensamiento, en palabras y frases tan densamente significativas, que la lectura se transforma en un ejercicio análogo al que se realiza para desentrañar el sentido de una fórmula matemática.

 

El manejo de cada palabra en la comunicación NO es tarea fácil. Recordemos que son pocas las palabras que tienen un sentido claro y un solo significado. Cuanto más se estudian las sutiles diferencias y matices en el significado de las palabras, más nos convencemos de la responsabilidad, al utilizarlas como instrumentos para razonar y para transmitir ideas y, sobre todo, sentimientos.

 

Una palabra mal empleada estropea, y a veces para siempre, el más bello pensamiento, la más brillante idea y el más dulce de los sentimientos.

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