viernes, 29 de julio de 2016

ENTREVISTA CON EL PERIÓDICO EL MUNDO DE MEDELLÍN



PERIÓDICO EL MUNDO

VIERNES 29 DE JULIO DE 2016

ENTREVISTA



Viernes 29 de Julio de 2016  http://www.elmundo.com/portal/img/linea_separadora.jpg  Actualizado 01:53 am.
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Story of a love between two masters

Relato de un amor entre dos maestros 
Autor: 
Daniel Grajales 
29 de Julio de 2016

La maestra, escritora y experta en Lenguaje, Lucila González de Chaves, presentó hace unos días su más reciente título Carta abierta al maestro. 



Lucila González de Chaves y su esposo, el tenor lírico Luis Eduardo Chaves, en los retratos que la autora tiene ubicados en su estudio. 
Cuando terminó la gran guerra que padecía el mundo en 1945, a Medellín llegaron muchos europeos, entre ellos lituanos y austriacos, de origen judío, quienes fundaron la Orquesta Sinfónica de Antioquia. Bajo la dirección de Joseph Matza Dusek, un trompetista había conquistado entonces el amor de Lucila González, hasta ese momento sin apellido de casada, quien, en la magia de sus dos decenios de vida, se formaba en la Alma Máter de Antioquia. 

Sin embargo, por esa capacidad que tiene el destino de cambiar de rumbo la vida de las personas, la joven, de 24 años, se enamoraría de otro hombre, catorce años mayor que ella, quien también tendría en las venas el sentimiento musical, el amor por las partituras, por las voces, por los tonos, por la melodía que significa dedicar la existencia al sonido. Muy al estilo de la reflexión de Luciano Pavarotti, con su idea de  que “una vida dedicada a la música es una vida bellamente empleada”, el hombre que conquistaría a la entonces autora en formación sería un maestro musical. 

“Yo estaba un día esperando a mi novio, violinista de la Orquesta Sinfónica de Antioquia. Recuerdo que salía de la Universidad de Antioquia, ahí en el Paraninfo, donde estaba estudiando Letras, a las 5:00 p.m., iba por él a Bellas Artes, en La Playa, esperaba a que acabara los ensayos, y nos íbamos para el Astor. Un día vi a un señor que entró, serio, con un caminadito diplomático, muy bien puesto, y le dije a Valerio, el papá de la gran pianista que tenemos, Teresita Gómez, ‘¿quién es ese señor?’, y me dijo: ‘no sé, un señor que canta’. Yo me imaginé que era uno de Los Panchos, que estaban de moda en ese momento, entonces dije ‘no estoy interesada en esos Panchos tan pinchados’… Seguimos conversando y me di cuenta de la dimensión, del hombre que era”, relata la experta en Lenguaje, refiriéndose al maestro Luis Eduardo Chaves, a quien dedicó su vida, y ahora dedica su libro Carta abierta al maestro, publicación que da cuenta de un amor intenso, real y duradero. 

“Tanta conquista, tanta admiración, tanto afecto nos causamos el uno al otro que a los cuatro meses nos casamos”. 

Esta nueva obra de Lucila González de Chaves fue publicada gracias a la insistencia de la poetisa Mara Agudelo, amiga de la autora, quien encontró letras de valor para poner en contexto hoy, como una invitación a reflexionar sobre temas fundamentales como la familia y el rol de los padres. 

“Ver partir, poco a poco, al amor de su vida, al maestro admirado, al padre de sus hijos, al artista, al amigo y confidente, sin desplomarse, es de valientes. Y ella, la maestra, lo demuestra día a día”, precisa Agudelo en el prólogo, en el cual enfatiza además que en estas letras hay en “memoria cultural y artística, recuerdos familiares, amor, fortaleza y fe, ¡mucha fe!”.

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La autora tiene guardados en su casa algunos de los afiches de los conciertos internacionales y nacionales del maestro Chaves. 
En la intimidad de la maestra

Lucila González de Chaves dice que Carta abierta al maestro “no nació como libro. Fueron unos apuntes que naturalmente, cuando uno está tan domesticado para estar escribiendo, todo lo que ocurre lo escribe, y yo fui escribiendo momentos de nuestra vida en común, de nuestro matrimonio, de todas las actividades que el maestro Chaves fue desempeñando. Aquí está toda la historia cultural de Medellín, desde 1951, aproximadamente hasta 1965. Hay que retroceder más de cincuenta años para saber que Medellín era incipiente en temas culturales. Cuando él se enfermó, empezó su decadencia, yo fui escribiendo día a día. Hice el seguimiento de todas las circunstancias de su enfermedad. Cierro el libro el día en el que él muere”. 

Estas letras salen a la luz develando un matiz poco conocido de la autora, reconocida por su columna semanal en EL MUNDO en la cual enseña Lenguaje, sus decenas de títulos académicos y las cartillas de apoyo a los maestros que creó hace unas décadas cuando cambió el sistema educativo, que formaron en escritura y lectura a varias generaciones. 

“Sí, esta es una publicación muy diferente, en todo: en tamaño, en presentación, en color, en contenido. Estos son mis apuntes personales que Mara los conoció alguna vez aquí y se empeñó en que había que publicarlo. Ella se fue para la Asociación de Institutores de Antioquia Adida, les contó y ellos le dieron el apoyo económico para hacerlo. Ella fue a la tipografía, ella corrigió las pruebas, escribió el prólogo, precisó el día de la presentación. Todo lo hizo Mara, a ella hay que agradecerle infinitamente todo”. 

“Es muy diferente, en todo, en tamaño, en presentación, en color, en contenido. Estos son mis apuntes personales que Mara los conoció alguna vez aquí y se empeñó en que había que publicarlo. Ella se fue para la Asociación de Institutores de Antioquia Adida, les contó y ellos le dieron el apoyo económico para hacerlo. Ella fue a la tipografía, ella corrigió las pruebas, escribió el prólogo, precisó el día de la presentación. Todo lo hizo Mara, a ella hay que agradecerle infinitamente todo”, detalla la autora. 

Así, el lector se encuentra con una mujer que deja a un lado todo el rigor con el que forma en su área del conocimiento, guardando su buena escritura e impecable ortografía, para mostrar sentimientos, emociones, anhelos y sensaciones diferentes. 

“Miércoles 16 de marzo del 2011

¡Mi maestro!  A las nueve y media de la noche te has ido para siempre. Ya estabas listo y el Gran Maestro te tendió los brazos y te dijo ¡ven! Te fuiste en medio del sueño, con paz y serenidad. Para ti,  ¡nuestro homenaje de amor y de recuerdo por siempre!

¡Acompáñanos desde el cielo!”, dice en la contraportada de la obra, apuntando al maestro Chaves sus palabras de adiós, luego de su muerte, hace cinco años. 

González de Chaves cita en este mismo espacio un poema de Edgar Poe Restrepo, poeta antioqueño, autor de la letra del Himno de la Universidad de Antioquia:

“¡Qué tristeza más triste, más tristísima,

Qué desolada soledad tan triste!

Qué soledad más sola, más solísima,

Qué triste soledad tan desolada

Tenía esa palabra: ¡Triste!, ¡Sola!”.

Deja ver su intimidad, quiere dar cuenta de una vida bien vivida, para aportar a la formación de ciudadanos.

“Creo que son lecciones de vida: cómo aceptar el dolor, cómo vivir el nexo de la compañía, cómo vivir el compromiso matrimonial, cómo acompañar a alguien que se amó durante tanto tiempo, tanto en el éxito y la gloria como en la decadencia y la muerte. Hay lecciones de amor, de fortaleza frente a la vida. No tiene nada de didáctico, no es moralista, no predica ética, no predica religión. Es una entrega voluntaria, a los 24 años de edad, a un hombre voluntariamente elegido, por la admiración de sus valores artísticos, espirituales, intelectuales”. 

Su amor fue largo, comenzó con “un noviazgo de cuatro meses, para un matrimonio de sesenta años. Compartimos todo, lo bueno, lo malo, lo feo, lo bonito, lo negro, lo gris. Fue mi maestro y mi amigo durante toda la vida”. 

Y el arte, la cultura, la formación, fueron los caminos que recorrieron juntos: “Cuando lo conocí, cuando yo tenía 24 años, empecé a afianzar mi admiración por el arte. Era una admiración vaga, yo sabía que estaba enamorada de lo sublime, de lo que uno sabe que existe pero es inasible. Nos unió la música para siempre, la conversación sobre el arte para siempre, y aquí estoy todavía queriéndolo, cuando han pasado cinco años de su muerte”.

La voz de narradora

Para la autora no fue fácil dejar ver lo que sucedió durante tantos años tras las cortinas de su casa, pero descubrió, con orgullo, que todo había sido bello, que no había nada para ocultar. 

“Yo siempre tuve inseguridad, miedo, susto, porque cuando uno pone a la vista de las gentes lo íntimo de su idiosincrasia, de su personalidad de sus sentimientos; eso da desazón. Tengo una natural condición hacia la timidez, a que no conozcan mi vida íntima, no tanto en la parte subjetiva de los sentimientos”. 

En el rol de narradora acepta que se siente “muy bien”, dice estar “contenta”. 

“Yo ya había escrito muchas narraciones. Escribí toda mi vida de niña en Titiribí, toda mi niñez de estudiante, de adolescente todos los castigos en el Colegio de La Presentación porque uno tenía novio. Me encanta contar cosas y este libro tiene una característica, llamémoslo opúsculo porque la gente que nos lee nos dirá que sí es un libro muy grande y es un opúsculo”. 

Desde su experiencia, tras una vida dedicada a las letras, González de Chaves explica que en Carta abierta al maestro “hay retrospección, el libro empieza en el momento mismo en el que él pierde la salud, cuando él tenía 93 años, mirando para atrás nuestra vida, nuestros hijos, el Instituto de Bellas Artes, las corales, las presentaciones de ópera, etcétera. Hay introversión, porque está lo que yo siento, lo que pienso, también lo que trato de entender de lo que él siente con sus molestias”. 

“Es un libro circular porque comienza muy tarde, da muchas vueltas por todas las vías existenciales de los 24,  30, 40 años, y casi que termina en el momento en el que empieza. Entonces, es circular, eso que los profesores llamaban ‘bueno, ¿y el tiempo interno?’, y los muchachos se desbaratan mirando a ver cuál es el tiempo interno, pero es un tiempo circular, no es el tiempo lineal de las novelas”.

El maestro Chaves según su amada

Lucila González de Chaves describe a continuación a su esposo, el maestro Luis Eduardo Chaves:

“Admiro de él un infinito desapego de la parte económica. En el libro consta que yo siempre lo vi flotando en una nube de ideales, de ilusiones artísticas: óperas, conciertos, maravillas de la música. A veces aterrizaba en esta casa para saber que tenía que almorzar. Muchas veces, escuchando una ópera, me preguntaba ‘¿yo ya almorcé?’. Lo que más le admiro es ese desinterés de llevar el arte a todas partes sin esperar nada”. 

“Él trajo de Sofía, la capital de Bulgaria, el Método Kodaly para empezar a educar a los niños y a los jóvenes en la música, desde los 5, cuando en Medellín no se estudiaba música, con el entusiasmo más grande. Y le dijeron comunista. Inmediatamente, la Secretaría de Educación lo mandó para el Magdalena Medio, después vinieron otras cosas muy insoportables, que no quiero repetirlas porque me afectan, pero en el libro están todas las afrentas que recibió”. 

“Formó muchas casas de la cultura, llevó sus enseñanzas musicales, la música clásica y barroca, a las universidades de Medellín, a instituciones educativas. Daba clases particulares. Escribía para la prensa”. 

“Otro valor, muy bonito y muy escaso en la gente, su capacidad de asimilar las incompetencias de los demás. Entenderlas, comprenderlas, perdonarlas, aceptarlas y continuar la vida de una manera normal. Lo digo porque yo era una muchacha de 24 años, que apenas sabía estudiar y él tenía 38”. 

La unión de la familia

Para González de Chaves, el papel de la familia es fundamental en cualquier sociedad, por eso “a pesar de todo lo que él fue y de todo lo que yo hice, nunca dejamos el rol de papá y de mamá”. 

“Nuestros hijos crecieron en el tapete, en la sala, escuchando ópera. Les compramos, siendo muy niños, la enciclopedia El mundo de los niños, y ellos, sin saber leer, ojeaban sus páginas. Cantaban pedazos de ópera, porque como eso era lo que oían todo el día, entonces cantaban eso que les resultaba como unos enredos”. 

Ella se siente orgullosa de lo logrado en el seno familiar.

“Hoy tengo cuatro hijos profesionales y ocho nietos profesionales, me doy el lujo de decir que ninguno tiene ningún vicio. Trabajan con una consagración y una responsabilidad admirable. No quiere decir que fueran unas lumbreras como estudiantes, recuerdo que había a una a la que le preguntaba ‘¿Y la medalla?’, y me respondía: ‘ah, no, no alcanzaron’… Son buenos hijos, buenos esposos, buenos papás. Entonces, yo me devuelvo en mi historia y me siento tan contenta de ver la profesión que pude desempeñar, cómo la desempeñé, cómo la amo, porque yo no me siento jubilada todavía, porque uno se jubila de cargar costales, de cocinar, de barrer, de vender, pero de escribir, de leer y de estudiar uno no se jubila, y de enseñar tampoco. Me siento muy contenta”. 

González de Chaves precisa la libertad, el respeto, pero también la guía de los padres como eje fundamental en el desarrollo de una familia de bien: “todos eligieron sus profesiones, no fueron músicos como el papá porque fui yo quien les dijo que siguieran estudiando más, porque la música va perdiendo cada vez más visión frente a la gente, menos aprecio, entonces muy bueno que en los ratos libres estudiaran música, solfeo, pero que tuvieran una profesión”. 

También habla del feminismo, extendiendo un consejo a las mujeres de hoy: “a mí me ha ido muy bien en la vida siendo mujer. No sé porque ahora muchas mujeres quieren apabullar a los hombres, meterlos detrás de la puerta y salir como las diosas, las gerentes, las que mandan. No. Necesitamos a las parejas”. 

La reflexión final

Como despedida, la experta en Lenguaje, la mujer que ha formado a los estudiantes del departamento y el país con sus conocimientos, mira cómo la lucha del maestro Chaves por la cultura de Medellín y Antioquia debe seguir en los gestores, periodistas culturales, críticos, artistas e investigadores.

“No fuimos capaces de alcanzar una cultura clásica, armónica, barroca, no nos acercamos a los griegos. Hoy la poesía es particular, hay que buscar la manera de que nos enseñen a entenderla. Nos faltan modelos, nos falta seriedad, respeto para aceptar los modelos, nos encanta payasear y tomar las cosas inoportunamente, convertir las cosas serias en expresiones de medianía. La gente no le pone mucho cuidado ni a las exposiciones, ni a los conciertos, ni a los artistas. Nos falta, y no estoy hablando por todo el mundo, que nos expliquen con plastilina qué es ese cuadro, yo no me voy a parar allá al lado de ese cuadro a hacer un papelón de persona que sí entiende una obra para quedar bien”. 

“Nos falta sensibilidad. Con esta falta de sensibilidad artística y estética que tenemos, no vamos a poder adelantar nada en las artes”, concluye González de Chaves.