LA PALABRA,
NÚCLEO FUNDAMENTAL DE LA EXPRESIÓN
Lucila
González de Chaves
“Aprendiz de
Brujo”
Lugore55@gmail.com
Desde siempre se nos ha dicho que el hombre es un animal
racional; el ser humano razona, es capaz de amar, de reír y de hablar. El amor,
la risa y la palabra nos separan definitivamente del animal. Dicho de otro
modo: la capacidad de ser alegres y el don divino de la comunicación, hacen que seamos
un grupo aparte, en el proceso de la creación y en el desenvolvimiento de la
historia.
La palabra, tan necesaria en la comunicación, no tiene cabida
sino en la frase; y en la frase no la tienen los múltiples significados de la
palabra, sino uno solo, el necesario en esa frase. La palabra, tiene en ella
una significación momentánea, determinada por la situación, que nuestro
pensamiento o nuestros sentimientos le asignan en esa frase, dirigida,
exclusivamente, a quien nos escucha o nos lee. Por eso somos responsables de
nuestras palabras; una sola de ellas da cuenta, a quienes nos escuchan, de
nuestra nobleza interior o de la mezquindad de nuestra vida espiritual, o
cultural, o afectiva. Somos en nuestro interior tal y como son nuestras
palabras.
La palabra es un puente entre nuestra muy íntima realidad y
la realidad del otro; entre el YO hacia el TÚ, para llegar a un NOSOTROS; pero
ocurre casi siempre que nuestras deslealtades, nuestros prejuicios y odios y
rencores incondicionales, borran el NOSOTROS, desconocen el TÚ, es decir, a los
otros, y sólo quedan las palabras narcisistas alabando el YO.
La efectividad de la palabra está circunscripta al
“almacenamiento” interior de cada individuo. Un almacenamiento que está
constituido por lo psicológico, lo afectivo, lo espiritual y lo intelectual. A
mayor almacenamiento, mayor necesidad de la palabra y, por consiguiente, mayor
responsabilidad en el empleo de ella. A un mayor y enriquecido almacenamiento
interior, corresponden más amabilidad en las palabras, mayor equilibrio en el
tono con que se pronuncian, mayor facilidad en el acercamiento a los demás,
cualesquiera sean quienes nos hablan o nos escuchan; a menor almacenamiento
interior, corresponden mayor rudeza y altanería en la palabra, más egolatría,
menos comunicación amable y bondadosa.
Es bueno preguntarnos ¿cuánto respeto tenemos por la palabra
hablada y escrita?, ¿cuánto hemos estudiado su funcionalidad y manejo en
relación con nuestro ámbito familiar, afectivo, laboral, cultural?, ¿hemos
pensado seriamente en las secuelas positivas o malignas que nuestra palabra
pueda dejar en el otro?
El sentido de la palabra no puede ser más que aproximativo,
como lo es nuestro propio pensamiento; ocurre que las palabras resultan
muchas veces impotentes, para expresar todos los aspectos del pensamiento, del
sentimiento, de la imaginación. Está ya comprobado que nuestra palabra nos
traiciona muchas veces por defecto, y también por excesoEl diccionario, con
toda su riqueza de léxico, no es más que un lugar donde yacen las palabras de
donde se levantan para cobrar vida. Así,
cada palabra, se transforma en ser
vivo, lleno de
significación y de sentido, de comprensión y de amor. Pero, a veces, nuestra
pequeñez de alma, en un momento de odio, de rencor, de envidia, la palabra
destroza una vida, dañando la más bella relación.
La belleza y elegancia de un texto escrito no residen en las
palabras aisladas, sino en su artística conexión; esa capacidad de expresión,
habita en el modo y en la sabiduría de utilizar las palabras y, por sobre todo,
en la riqueza interior de quien habla o escribe.
La profundidad y trascendencia de lo que hablamos y
escribimos, resultan de lo que, con las palabras, como vehículo, hagamos sentir
o pensar a quien nos lee o nos escucha.
Es bueno
recordar que hay palabras vacías de significación o mal colocadas tanto al
hablar como al escribir.
Un texto en
el que predominan las palabras vacías produce una impresión de ordinariez, de
indigencia mental y espiritual. Y en lo hablado, ya el diccionario incluye el
adjetivo ‘cantinflesco’ para referirse a todo lo que hablamos falto de sentido,
de mensaje, de coordinación, a semejanza de aquel célebre actor de cine
mexicano conocido con el sobrenombre de “Cantinflas”.
O, por el contrario, las palabras llenas de valores, de
significación y de sinceridad, prestan a la frase una densidad considerada como
elemento del buen estilo. Pero, hay que tener cuidado, porque tal densidad
puede ser también fatigosa y difícil de sostener mucho tiempo, puesto que exige
una permanente tensión espiritual y mental. La excesiva densidad puede
resultar indigesta.
Encontramos ejemplos de este estilo indigesto, por demasiado
cargado de ideas y pensamientos, en algunos filósofos y ensayistas para quienes
escribir es ‘apretar’ de tal modo el pensamiento, en palabras y frases tan
densamente significativas, que la lectura se transforma en un ejercicio análogo
al que se realiza para desentrañar el sentido de una fórmula matemática.
El manejo de cada palabra en la comunicación NO es tarea
fácil. Recordemos que son pocas las palabras que tienen un sentido claro y un
solo significado. Cuanto más se estudian las sutiles diferencias y matices en
el significado de las palabras, más nos convencemos de la responsabilidad, al
utilizarlas como instrumentos para razonar y para transmitir ideas y, sobre
todo, sentimientos.
Una palabra mal empleada estropea, y a veces para siempre, el
más bello pensamiento, la más brillante idea y el más dulce de los sentimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario