UNA TACITA DE TÉ CON EL ESCRITOR JAPONÉS KAKUSO
Lucila González de Chaves
“Maestra del Idioma”
Toda la historia del té, los ritos para su
elaboración, la ceremonia para tomarlo en una fina tacita de porcelana, y,
entre pequeños sorbos, su erudición. Hablo del escritor japonés, Okakura Kakuso
**, en su invaluable obra “El libro del té”.
Lo “vemos” sorber su té y vamos meditando y
aprendiendo con él sobre la vida, sobre los sentimientos, más que sobre las
pasiones, contenidas estas, por medio de la cortesía habitual en los japoneses,
por su civilización moral y por sus tradiciones, de cuya pérdida nos habla el
autor con cierta melancolía, en el libro citado.
Y para este refinamiento, para este deleite,
para entender el trascendente disfrute del té, hay escuelas especiales, pues
cultivar el té, procesarlo y tomarlo es un arte; es así como el autor nos habla
del “téismo”, haciendo hincapié en la tilde sobre la E, porque no son lo mismo:
teísmo y téismo: el primero es una creencia religiosa; el segundo vocablo nace
para indicar el ceremonial del té.
Sigue sorbiendo su té en la bellísima tacita
de porcelana, al tiempo que nos va exponiendo las teorías del taoísmo y del
zennismo, sus reflexiones en torno a su civilización, su religión, su dominio
sobre las pasiones sin renunciar a lo sentimental, el valor de la lealtad
practicada en el respeto y en la cortesía.
En “El libro del té”, publicado
en 1906, el lector puede precisar lo simbólico que es para los orientales el
té; la trascendente significación que él tiene en su historia, en su
idiosincrasia. La siguiente frase es clave, si se lee despacio y con un poco de
hermenéutica. El autor dice a los occidentales:
“Nos acusáis de tener demasiado té, pero, ¿no
podemos nosotros sospechar que a vosotros os falta té en vuestra constitución?”
Y, agrega: “El sabor del té posee un encanto
sutil que lo hace irresistible y muy particularmente susceptible a la idealización”.
El lector avezado no puede dejar de
descubrir, al lado de tan hondas meditaciones en torno a una tacita de té, los
relampagueos poéticos:
“…bajó al jardín, y sacudiendo un árbol,
llenó el suelo de púrpura y de oro, ¡pedazos del manto de brocado del otoño!”
Y, la concepción artística de Kakuso: “El
arte no tiene valor más que en cuanto habla de nuestra sensibilidad…, de la
melancolía…”.
Inmediatamente se enciende en el lector ese
secreto sentimiento, esa esencia de vida que es el goce de las pequeñas cosas.
La historia de la
literatura universal registra rápidamente al autor como a “un escritor para
jóvenes, invitándolos a conocer sus tradiciones japonesas, y a no dejarse
llevar por la invasión de los ideales occidentales”.
Es que los años de
1900 fueron una etapa muy convulsa en la historia del Japón: salía del
feudalismo y abría su conexión con el mundo.
Kakuso, afirman
también los literatos, “tiene mucha influencia del escritor japonés, Tanizaki,
especialmente de su obra “El elogio de la sombra”, donde expone “la belleza de
las cosas que han sido usadas”; las cosas que tienen las marcas imborrables del
tiempo.
Era el año 1961, y
en mis búsquedas en librerías y en ferias del libro, me encontré un lindísimo
ejemplar que tenía en la pasta preciosas ilustraciones de motivos japoneses;
contenía dos pequeñas-grandes obras: “La flauta de jade” de Toussaint y “El
libro del té” de Kakuso.
Yo ignoraba el
valor y las características de la literatura japonesa; no digo la literatura
oriental, porque había tenido muchos encuentros con libros de autores de la
India, entre ellos Tagore, uno de mis, aún, “autores de cabecera”; además,
conocía buena parte de “Los Vedas”, los libros sagrados hindúes.
Fue,
entonces, para mí una fiesta el descubrir este bellísimo ejemplar. Lo releí, lo
subrayé, tomé notas, hice fichas y lo guardé como una de mis preciadas joyas.
Pasaron
muchos años y un día, no hace mucho tiempo, la vida me puso frente a dos amigos
sensibles y esotéricos, pensantes y rebeldes. En el ir y venir de mis palabras
y las suyas, en el intercambio de conceptos en una agradable tertulia, en las
reflexiones sobre los aconteceres, fui deduciendo que a ellos les gustaría leer
ese libro tan celosamente guardado…
La amistad fue
creciendo, las conversaciones se alargaron y las reflexiones se hicieron cada
vez más sinceras…
De pronto, un
día, tomé mi libro, le escribí dos o tres cosas y lo entregué a mis amigos, dos excelentes
críticos...
Pasaron los años, y
otro día, mi amado ejemplar, “El libro del té”, reapareció editado
en la interesante y asombrosa Serie Cultural que mis amigos dirigían y
orientaban.
…….........................
** Okakura
Kakuso (1862 – 1913). En japonés es costumbre referirse a los escritores,
escribiendo primero el apellido y luego el nombre. Kakuso fue filósofo,
artista; escribió con gran autoridad sobre historia e incursionó en crítica
sobre el arte de su país. Defensor incansable de las tradiciones ancestrales
japonesas, acorraladas por la modernización y la cultura occidental.
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