Algunos
libros, ¡siempre maestros!
Lucila González de Chaves
(Aprendiz de Brujo - lugore55@gmail.com)
Entre los años 1940 y 1950, la “Feria del libro” (así se llamaba
tan exclusivo acontecimiento cultural en Medellín), se llevaba a cabo en el mes
de septiembre, en una de las enormes casas de la avenida La Playa, a unas dos
cuadras del Palacio de Bellas Artes.
Tenía yo catorce años y cursaba mi bachillerato pedagógico en el
Instituto Central Femenino, hoy CEFA. Entonces, empezaba a contar mis ahorros
(cero mediamañanas y algos, y menos aún, los mamoncillos de la época) para poder
hacer presencia en la Feria.
Cada libro era un espíritu encantador lleno de magia y, por tanto,
atrayente; pero mis centavos (no digo pesos) no alcanzaban para muchos
libros, había que elegir. Y, como desde siempre, me acompañó una misteriosa
y urgente necesidad de “encontrarme”, de “verme”, de “ubicarme”, quizás a causa
de una doble orfandad a muy temprana edad y de una niñez solitaria y tímida, mi
mayor alegría era ir todos los días a la Feria: era enorme mi
alelamiento frente a una de las mesas de la entrada, en donde había muchos
libros llamativos, cuyas portadas en vivos colores y letras, la Editorial
TOR (Río de Janeiro 760) llevaba las de ganar: era la editorial de moda y sus
escritores, los grandes maestros, en literatura, y, sobre todo, en la
estructuración de la personalidad, según la “clase-información” que nos daban
los dos sabios libreros de entonces: Jaime Navarro y Luis Eduardo Marín. Con
esa motivación, encontré entre los autores al francés Paul Clemente Jagot (1889
– 1962).
Eran muchos los títulos de este mismo escritor: El poder de la
voluntad (cómo aplicar la fuerza mental y la tenacidad); El arte de
hablar bien y con persuasión; Hipnotismo a distancia; La educación del estilo;
El libro renovador de los nerviosos, etc., que elegir era una tortura.
A un peso con cincuenta centavos cada libro, solo alcanzaba a comprar tres; y
otros dos o tres de otros autores como Amado Nervo o Constancio C. Vigil, y
Dostoievski, que ya en ese entonces, tanto me gustaba.
Un poco más tarde, profundizando en nuestros estudios, fui sabiendo de
psicología, de filosofía, de métodos, de proyectos, de interacción, del
compromiso de expresar bien el pensamiento y la emoción, de la necesaria
educación personal del comportamiento, etc., etc.
Y, encontré la información sobre el autor que me había conquistado en la
Feria: Paul Jagot; escribía libros sobre el desarrollo personal, sobre
el dominio de sí mismo, de la timidez (mi peor enemigo en ese entonces, y
también ahora), era guía y maestro en educar la voluntad, perfeccionar la
expresión oral, derrotar el nerviosismo, y aseguraba que todo ello se lograba
por la propia voluntad y no por las leyes morales o sociales.
Era doctor en psicología, apasionado por el hipnotismo el que descubrió
cuando tenía solo dieciocho años. Mi profesor de psicología, doctor Miguel Roberto Téllez,
dijo en clase, que lo que los libros de este autor pudieran ofrecer al lector,
estaba dentro de cada uno, dentro de lo personal, y su valor dependía
de si solo se pasaba de simple lector a ser un lector receptivo.
Es muy posible que todo esto se considere anticuado; pero en mis lecturas de lo nuevo y moderno, encuentro que estos temas están hoy expresados en lenguajes de científicos; con vocabulario y semánticas de cada siglo, según sus nuevas complicaciones de exponer y convencer.
De estos libros, a pesar de su propia vejez y de la mía, extraigo
algunos conceptos….
a) “Es preciso buscar el aislamiento por lo menos una hora por día. Así,
el nervioso se ahorrará una buena dosis de influjo nervioso, pues suspende dos
funciones que desgastan considerablemente: la audición atenta y la palabra.
“No se trata de una medida molesta y toda persona podrá acomodarla a sus
necesidades. Si “la hora de aislamiento” se efectúa en un lugar oscuro, su
efecto dinamogenético aumentará, ya que dos de los sentidos, la vista y el
oído, cesarán en su funcionamiento, y no demandarán ningún desgaste de influjo
nervioso […].
“Es un sueño letargoide, equilibrador y reconstituyente. Manejarlo con
disciplina y concentración:
1. Mantener la intención de dejar de pensar.
2. Disociar la atención de todo género de ideas o de toda imagen que
tienda a persistir”.
b) “La atención restrictiva de la palabra asegura una rápida
reconfortación. Todo exceso oratorio va seguido de una depresión; y, al
contrario, algunas horas de silencio constituyen para el espíritu y los
nervios, un verdadero tónico.
c) “Siempre tendremos que hablar; pero cada cual puede ahorrar
un número de palabras, reemplazando las frases espontáneas por una frase bien
pensada…. La sola abstención de palabras inútiles deja disponible en el
organismo una cantidad de energía beneficiosa”.
(El libro renovador de los nerviosos. -
p.34)
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