TIEMPOS
DIFÍCILES……
Lucila
González de Chaves
(“Aprendiz
de Brujo”)
Lugore55@gmail.com
Siempre hemos creído que las paradojas, por basarse en contradicciones,
en ideas opuestas, son imposibles en la realidad; pero, en la literatura son un
elemento brillante, desafío de buenos escritores, sobre todo, de poetas de alta
alcurnia iluminativa, para construir páginas inolvidables. Un solo ejemplo:
Calderón de la Barca dice en su obra: La vida es sueño, “soy un esqueleto
vivo”; para saber qué quiso decir el príncipe con esta expresión paradójica,
hay que leer dicha obra y, especialmente, el monólogo de Segismundo.
El poeta antioqueño Rómulo Góngora, ya moribundo, en su último poema,
“Caos”, exclama: “
No sé si estoy ardido o apagado…
/A veces creo que he resucitado, /
o que cadáver soy recién nacido”.
Este doloroso e incomprensible cambio de nuestro mundo en estos últimos años
nos ha llevado a pensar, a hacer y a vivir cosas paradójicas….
Hoy, solo quiero centrarme en el fenómeno del tapabocas: el
indispensable como defensa del virus, el recurso imprescindible en el que
confiar nuestra seguridad de no contagio, el ya obligatorio complemento de la
moda, que nos ha nivelado a todos con el mismo rasero, en relación con la
economía, la raza, la familia, la educación, la profesión…. Hoy, “todos somos
iguales” , en su cabal sentido, en su real acepción; hoy, todo va teniendo su
sabor de dolor, de pérdida, de distancia…
Pero…, el tapabocas como defensa, también se ha llevado las sonrisas…,
esas… luminosas, fraternas, acogedoras, inolvidables, en las que hallábamos
acogida, discurso de amor, comprensión incondicional a nuestras fallas, ayuda
moral en nuestros duelos; quizás, en instantes de desaliento podríamos
decir con el poeta español, Gustavo Adolfo Bécquer:
“Esas (sonrisas)… que aprendieron
nuestros nombres, esas… no volverán”.
Esas sonrisas diluyentes de
caracteres ásperos; esas que eran un gesto luminoso para mostrar el alma, el
amor, la tolerancia, la fraterna cercanía, la herramienta para paliar nuestra
soledad y nuestros dolores, esas… no volverán.
¡Muy pobre nuestra alma sin las sonrisas fraternas, amorosas,
espontáneas y cómplices!
El tapabocas nos ha limitado en gran parte, nuestro lenguaje: a través
del tapabocas, las palabras no tienen eco ni influencia porque han perdido
detrás de esa pequeña mampara de tela, la sonoridad, el ritmo, la claridad de
la vocalización, los hipertonos que nos guiaban en la comprensión de
sentimientos, intenciones, ideas…; ya los vocablos son incómodos para
pronunciarlos y poco audibles ni atractivos.
¡Muy pobres nuestras palabras sin la cercanía de los otros en las
tertulias, en las reuniones familiares, sin el calor que hermana cuando
ellas se dicen al oído, o por amor, o por fraternidad, o por compañía, o por
reclamo!
El tapaboca nos ha robado los olores: aquellos, los primeros de todos
los elementos, los de la naturaleza. Desolados, hemos olvidado el olor de los
árboles, de los prados, de las flores, el olor indecible del afecto, de la
compañía, de la hermandad; hemos olvidado el olor familiar, los olores caseros;
las familias se han distanciado un poco por temor a infectar o a ser infectados; ya no añoramos el
olor del incienso, ni los ritos en nuestros templos; los niños y jóvenes ha
perdido el olor de sus maestros: su perfume, su ropa recién lavada, sus rostros
bien afeitados, los peinados llenos de aromas venidos de las peluquerías que
hacían parte de la inolvidable presencia física de nuestros maestros. Eran
nuestro modelo para caminar, para vestirnos, para sonreír, para manejar el
lenguaje gestual de amistad, de ternura, de comprensión; eran el parámetro
según el cual íbamos a echar los hondos y firmes cimientos de la
existencia que viviríamos serenamente, dignamente...
¡Muy pobre nuestra existencia sin poder sentir ni definir los olores que
nos eran entrañables, originados en los antepasados, en la casa paterna, en el
aula, en el lugar del trabajo, en la familia reunida, en los amigos, en los
amores inolvidables!
¡Tiempos insoportables de ayuno de miradas, de palabras, de calor de
afecto, de presencias sinceramente fraternas, no con sellos de compromiso
social, de ratos para pasar el día, o con intenciones empobrecidas de solo
afecto compañeril!
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