HAY QUE
RESCATAR Y REVITALIZAR LA VERDAD
La humanidad ha requerido siempre de la verdad
para forjar el desarrollo de sus pueblos y velar por el bienestar de todos.
A través de la historia hemos comprobado que
cuando la verdad se impone, el diálogo, la justicia, la paz y la búsqueda de
oportunidades comienzan a hacer parte de nuestra existencia, a guiarnos por
caminos de reflexión y ética y a empujarnos hacia un mejor vivir y hacia una
cultura salvadora de principios y pilar de los grandes adelantos en todos los
campos del saber y del ser.
La falta de verdad vulnera a la humanidad. A
sabiendas de este principio de bienestar moral y emocional, el hombre, hoy más
que nunca, ha impuesto la mentira como soporte de muchas instituciones de
diversa índole y como camino de destacadas personas para conquistar sus metas,
pero, ¿a qué precio? Si consideráramos la verdad como un valor ético,
estaríamos dándole sentido al respeto debido a los demás, y construyendo uno de
los planes básicos sobre los que se asientan la conciencia moral y todos los
ámbitos de la vida humana.
Santo Tomás de Aquino afirma que “la verdad es
el último fin de todo el universo”; es decir, que la verdad empodera al hombre
para actuar con libertad, justicia, orden y amor. Desde siempre hemos sabido
que la verdad, es en sí misma, el más valioso y excelente don; por ello, al
cederle espacio a la mentira, el hombre aniquila sus valores y su historia, intoxica
el camino de la justicia, y pierde la percepción de la nobleza y del compromiso
de vivir, elementos justificadores del quehacer del hombre en este mundo, y se
convierte en esclavo de las circunstancias y, como consecuencia, se expone a
perder el control de sí mismo y a deteriorar el papel que le corresponde en el
discurrir de la historia.
Es imperativo el compromiso con la verdad en
todo cuanto nos toque realizar, porque ella es el alma de la justicia, por
tanto, debemos cuidarnos de repetir la historia de los nihilistas que niegan la
existencia de cualquier verdad, o de los fundamentalistas, que tienen la
pretensión de imponerla por la fuerza.
Quien relativiza la verdad termina por
despreciar su propia vida, la de las demás personas y hasta la existencia de Dios. Quien le da la espalda a
la verdad coacciona su misma libertad, “la verdad os hará libres” (Juan 8,32). Quien
se acoge siempre a la verdad, jamás será esclavo de ningún poder, porque
siempre sabrá respetar, valorar y servir libremente a los hermanos.
Al igual que la necesidad de amar, el deseo por
la verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre, por consiguiente, no hay
que tener miedo a la verdad, pues ella es nuestra amiga y custodia nuestra
libertad.
Si reflexionamos seriamente y con dignidad, entenderemos
que sólo los auténticos valores llevan inequívocamente hacia un venturoso
futuro; es, por tanto, necesario, fortalecer dichos valores y no dejar que se
impongan corrientes contrarias que nos fracturan el sentido de la verdad. Es
una meta del hombre digno no exponerse al arbitrio de algunos dirigentes que,
con lenguajes tóxicos y comportamientos no muy ejemplares, quieren doblegar su
idiosincrasia y su honesto talante.
Son funestos los resultados de la mentira: se
manipula al hombre, se menosprecia la verdad, el relativismo cobra fuerza, los
valores son ensombrecidos, las categorías del bien y del mal se desvanecen, lo correcto
pasa a un segundo plano, y comenzamos a experimentar una crisis de fe y de
responsabilidad que nos alinea junto al egoísmo, la soberbia, el irrespeto, la
avaricia, para lograr solamente fortalecer la vulnerabilidad de la sociedad y
corroer la dignidad humana.
Menospreciar la verdad es hacer de la posverdad
un fenómeno social capaz de dejar atrás la sensatez y ponernos de frente a la
mentira, la ignorancia, la charlatanería, la desinformación, el populismo, la
información suministrada por las redes sin un orden ético, la propaganda
manipulada por muchos y el negacionismo que lleva a la pérdida de valores. La
posverdad entierra los hechos en una avalancha de emociones y creencias, y
produce un contagio emocional ciudadano.
Es el momento de recurrir a los medios
tradicionales, digitales o no, incluidos radio y televisión, para que actúen
como el principal instrumento de contención de tales fenómenos destructivos.
Estamos frente al peligro de que desaparezca la verdad en el espacio público, y
crezca la falta de confianza de los ciudadanos en sus instituciones.
Las personas que se escudan en la mentira saben
cuál es la verdad y la ocultan intencionalmente; la posverdad va mucho más allá,
pues se desentiende de la verdad. La posverdad está abriéndose paso en todos los
campos y desquiciando los valores, hasta llevarnos a creer que la objetividad
no existe, que la consistencia, la imparcialidad, la sinceridad, el respeto, la
precisión y la búsqueda de la minimización de los errores, ya no son
importantes.
Bien señaló Aristóteles que quien rechace toda
verdad se verá constreñido a la condición de una planta. Lo cierto es que, sin
la verdad, nada puede describirse, ni expresarse, ni enseñarse. Si se suprime
la verdad se desvanecen las disciplinas, se nos pierde la ciencia, se acaban
los referentes y vulneramos toda nuestra sociedad, pues “verdadero es aquello
que es” (San Agustín).
Que la verdad nos haga libres y dignos de
responder por el desarrollo de nuestros pueblos. Debemos volver a la verdad y
esta ha de ser la tarea de todos.
Hemos de retomar el reto impuesto por la
cultura, la tradición, las buenas costumbres de educar en la verdad. La
herramienta formativa está ahí, presente en todas las generaciones y en todos
los tiempos; lo que falta es voluntad y vocación de educar en el bien, en la
verdad y en la belleza de nuestra existencia.
+Mons. José Mauricio Vélez García
Obispo Auxiliar de Medellín
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