TERTULIA SOBRE LAS PALABRAS CREADORAS DE BELLEZA
Lucila González de Chaves
Maestra, escritora y periodista
Hace algún tiempo estuve, como invitada, en una tertulia cultural sobre “El
arte de las palabras”. Ya el título mismo señala el compromiso y la
importancia.
El coordinador tuvo la gentileza de presentarme como “estudiosa de la
gramática y de la ortografía”. A alguno de los integrantes de la tertulia, se
le ocurrió recordar que hace años la Alcaldía, al condecorarme con
la Medalla Porfirio Barba Jacob, categoría oro, me llamó “Maestra del Idioma”.
Agradecí sinceramente cuanto dijeron, pero cuando me pidieron que
hablara de mi vida, dije:
Sí. Es verdad cuanto han dicho, pero sé un poquito más allá de la
gramática y de la ortografía, aspectos muy importantes y necesarios en el
manejo del idioma; pero, no representan todo lo que es el idioma, ni tampoco
los luminosos encantos idiomáticos que realizan las palabras.
Me gusta estudiar otros campos en el manejo del idioma, por ejemplo: su
origen, su historia, su desarrollo, su presencia en otros países, la
estilística, los maestros de la palabra creadores de belleza o sembradores de
profundas ideas; la gran influencia en nuestra vida y en la comunicación con
los otros, que tienen las palabras precisas, dignas, sonoras…
Llena mi vida el estudio del
idioma como vehículo de expresión de la belleza, tanto en prosa como en poesía,
y me apasionan su sonoridad, su armonía; además de las formas connotativas con
las cuales se pueden expresar tantos sentimientos ocultos; dolorosos, unos;
vivificantes, los más.
En el idioma, teniendo solo en cuenta la gramática y la ortografía, no
podría lograrse tanto esplendor literario como lo han tenido los grandes escritores
en prosa y en verso.
Por ejemplo: a la luz de la gramática, la expresión “soy un esqueleto
vivo”, del escritor Pedro Calderón de la Barca en su incomparable obra La vida es sueño, sería un grave error
contra la lógica del idioma en el campo de la contradicción; pero, en la genial
concepción de la belleza en poesía, dicha expresión es una muy bien lograda
paradoja. Además de la connotación filosófica que conlleva.
Tampoco podría decirse “noche oscura del alma” porque sería un error
gramatical: un mal manejo de los epítetos; un pleonasmo, una inútil expresión,
en lo que toca con la lógica del idioma: hacer muy evidente lo ya evidente
(redundancias, tautologías). Además, la gramática dice que los epítetos
(adjetivos que no explican nada, no agregan nada al concepto), cuando se usen
–en muy contadas ocasiones - deben estar delante del sustantivo. Y es, además,
una severa advertencia de la estilística.
Sin embargo, ese adjetivo que no agrega ninguna idea, ese epíteto, es un
bellísimo ponderativo en la poesía del místico San Juan de la Cruz cuando habla
de: “La noche oscura del alma”.
¡Hermosa forma del lenguaje connotativo!
Por la misma razón, sería gramaticalmente inaceptable decir que una
espina es aguda (redundancia, bobería). Sin embargo, el poeta Machado escribe
con toda belleza:
“Aguda espina dorada,
¡quién te pudiera sentir
en el corazón clavada!”
Y en ortografía, la diéresis es un signo muy respetable e
imprescindible: se coloca sobre la U en las combinaciones GUE, GUI para que
ella tenga sonido: vergüenza, argüir (dar argumentos), agüita.
A pesar de los puristas; en literatura, la diéresis es algo más, es una
licencia poética que permite al escritor convertir una palabra de dos sílabas
(una de ellas con diptongo) en un vocablo de tres sílabas, al destruir mediante
la diéresis, el diptongo. Así, el inmenso poeta Fray Luis de León dice:
“¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal
rüido”!
(Se lee: rü – i- do; no: rui-do).
Y Rubén Darío escribe:
“Era un aire süave
de pausados ritmos”.
(Se lee: sü – a – ve; tres
sílabas, en vez de dos: sua – ve).
En gramática no puede juntarse un sustantivo abstracto con un sustantivo
concreto, para formar una sola unidad lingüística con contenido lógico.
Sin embargo, el insigne poeta Rubén Darío junta el sustantivo abstracto ‘melancolía’
con el sustantivo concreto ‘gotas’; y crea una figura o imagen literaria que es
la personificación: la melancolía goteando.
Así termina el genial poeta su soneto Melancolía:
“Y en este titubeo de aliento y de agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?”
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