¿CÓMO DEFINIR,
HOY, LA FAMILIA, LA SOCIEDAD, LA EDUCACIÓN?
Lucila González de Chaves
Hasta hace algunos años, la educación era holística, es
decir integral; y eso lo entendía, lo asimilaba y lo exigía tanto la sociedad
como la familia. Teníamos que esforzarnos en dar conocimientos, sí; pero, sobre
todo, intensificar el cuidado y cultivo del alma, del corazón, del carácter de
los niños y jóvenes.
¿En qué momento se bifurcó el exclusivo objetivo de
“educar”? ¿Cuándo resolvimos que era más efectivo intensificar el conocimiento,
en detrimento de la formación del SER?,
¿y que ganar las pruebas del Saber y todas las demás competencias y
demostraciones de conocimientos eran la cima que se tenía que alcanzar en la
educación?
Dizque los puntajes altos en el conocimiento eran el
índice de la excelencia EDUCATIVA…
Hemos dedicado todos los esfuerzos y todas las metodologías al SABER…, y en su pro, todas las filosofías educativas de gobernantes y maestros….
Y, ¿el SER? ¿Sabemos algo sobre el ineludible compromiso de educar el SER?
Se nos olvidó que
para darle sentido al SABER y encaminarlo provechosamente, primero hay que SER;
y que lo que necesitamos hoy es gente que sepa SER, no tanto SABER.
Por esta bifurcación ahondada cada vez más por el miedo
al compromiso, a las amenazas, muchas de ellas, mortales, y por no aplicar
normas serias y hacerlas cumplir, y sancionar cuando la falta de ellas hiere hondamente
el alma, la personalidad, la dignidad, las mínimas normas de convivencia en
esta sociedad desvalida; por ello, por esa flexibilidad, nuestras familias, la
educación, la sociedad… y todo en Colombia se derrumba….
Se esfumaron el buen ciudadano, el honrado político y el
gobernante, el amable compañero, el cómplice gentil de todos los momentos, el
vecino educado, el adolescente dispuesto a respetar y a colaborar en la
formación de su carácter, el niño inocente, atento a recibir lecciones de vida.
Hoy, casi todos los colombianos, son, al decir de Dostoievski, “seres
humillados y ofendidos”.
Detengámonos en estas locas competiciones e intentemos
seriamente, comprometidamente y con discernimiento, organizar puntajes de
respetuosos hijos de familia, de ejemplares miembros de la sociedad, de compañeros
fraternos de estudio y de diversión, de ciudadanos que no fomenten actos
horripilantes…
Realicemos ejercitaciones para “convivir” en paz, con dignidad, con honestidad, con respeto,
por el otro. Hagamos de este verbo un verdadero objetivo de la educación;
vivifiquemos ese logro con estrategias, con ejercitaciones y no con retóricas
repetidas hasta el cansancio.
Que “convivir” sea el VERBO núcleo de nuestros esfuerzos educativos como padres “realmente presentes en la vida de los hijos”, como maestros, como dirigentes de una sociedad, como religiosos, como vigilantes para que se cumplan las normas y se aplique justicia.
Hoy, tenemos que enseñar a decir: ¡NO!
Antes, nos enseñaban a decir ¡SÍ!, porque había que aprender a obedecer para, más tarde, saber mandar; porque “había que respetar a los mayores”, escuchar sus consejos y lecciones y ejemplos de vida; había que colaborar con los compañeros de estudio, con los amigos, los vecinos y con todos cuantos nos necesitaran….
Pero, era que ¡se podía creer en el otro!
Hoy, por la puerta del “SÍ” han penetrado todos los males,
al amparo de las consignas de contemporizar, de perdonar, de comprender, de
tolerar, socializar, fraternizar, de “vivir y dejar vivir” porque se impone el
mandamiento de: “el libre desarrollo de la personalidad es sagrado”. Por la
puerta del SÍ a los celulares, a la TV, a Internet, a las malvadas redes
sociales; por esa puerta del debilitamiento del carácter – digo - ha penetrado
en el ser humano la ruina de su capacidad de decisión y el respeto por sí mismo
y por los demás, y lo ha convertido en un robot, ya sin capacidad de
discernimiento. No estoy en contra de la tecnología, al contrario, es una magnífica herramienta que aún no sabemos utilizar convenientemente.
Del “dejar hacer y el dejar vivir” emana la flexibilidad
de todos cuantos tienen la investidura de la autoridad, que ya solo alcanzan a
pedirle a una sociedad herida de muerte por la deshonestidad, los crímenes, las
mentiras, el incumplimiento de las promesas, el irrespeto a las palabras dichas
u oídas, solo alcanza – digo – a pedirle o a exigirle que calle o que colabore
con el derrumbamiento, o que “comprenda y que perdone”. ¡Qué facilismo!
Hemos olvidado que uno de los pilares de la moral, del
compromiso, de la decencia, del respeto es la sanción, aplicada siempre según
las características de la falta, del pecado, del crimen.
En estos cruciales momentos, tenemos que reaprender a
asumir nuestra culpa, y sus consecuencias, en palabras o en nuestros silencios
cómplices, en comportamientos, en opciones de vida y aceptar con fuerza moral y
reciedumbre de carácter, las sanciones.
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