UNA TACITA DE TÉ CON EL ESCRITOR JAPONÉS
KAKUSO
Lucila González de
Chaves
“Maestra del Idioma”
Toda la historia del
té, los ritos para su elaboración, la ceremonia para tomarlo en una fina tacita
de porcelana, y, entre pequeños sorbos, su erudición. Hablo del escritor
japonés, Okakura Kakuso **, en su invaluable obra “El libro del té”.
Lo “vemos” sorber su
té y vamos meditando y aprendiendo con él sobre la vida, sobre los
sentimientos, más que sobre las pasiones, contenidas estas, por medio de la
cortesía habitual en los japoneses, por su civilización moral y por sus
tradiciones, de cuya pérdida nos habla el autor con cierta melancolía, en el
libro citado.
Y para este
refinamiento, para este deleite, para entender el trascendente disfrute del té,
hay escuelas especiales, pues cultivar el té, procesarlo y tomarlo es un arte;
es así como el autor nos habla del “téismo”, haciendo hincapié en la tilde
sobre la E, porque no son lo mismo: teísmo y téismo: el primero es una creencia
religiosa; el segundo vocablo nace para indicar el ceremonial del té.
Sigue sorbiendo su té
en la bellísima tacita de porcelana, al tiempo que nos va exponiendo las teorías
del taoísmo y del zennismo, sus reflexiones en torno a su civilización, su
religión, su dominio sobre las pasiones sin renunciar a lo sentimental, el
valor de la lealtad practicada en el respeto y en la cortesía.
En “El libro
del té”, el lector puede precisar lo simbólico que es
para los orientales el té; la trascendente significación que él tiene en
su historia, en su idiosincrasia. La siguiente frase es clave, si se lee
despacio y con un poco de hermenéutica. El autor dice a los occidentales:
“Nos acusáis de tener
demasiado té, pero, ¿no podemos nosotros sospechar que a vosotros os falta té
en vuestra constitución?”
Y, agrega: “El sabor
del té posee un encanto sutil que lo hace irresistible y muy particularmente
susceptible a la idealización”.
El lector avezado no
puede dejar de descubrir, al lado de tan hondas meditaciones en torno a una
tacita de té, los relampagueos poéticos:
“…bajó al jardín, y
sacudiendo un árbol, llenó el suelo de púrpura y de oro, ¡pedazos del manto de
brocado del otoño!”
Y, la concepción
artística de Kakuso: “El arte no tiene valor más que en cuanto habla de nuestra
sensibilidad…, de la melancolía…”.
Inmediatamente se
enciende en el lector ese secreto sentimiento, esa esencia de vida que es el
goce de las pequeñas cosas.
La historia de la literatura universal registra rápidamente al
autor como a “un escritor para jóvenes, invitándolos a conocer sus tradiciones
japonesas, y a no dejarse llevar por la invasión de los ideales occidentales”.
Es que los años de 1900 fueron una etapa muy convulsa en la
historia del Japón: salía del feudalismo y abría su conexión con el mundo.
Kakuso, afirman también los literatos, “tiene mucha influencia del
escritor japonés, Tanizaki, especialmente de su obra “El elogio de la sombra”,
donde expone “la belleza de las cosas que han sido usadas”; las cosas que
tienen las marcas imborrables del tiempo.
Era el año 1961, y en mis búsquedas en librerías y en ferias del
libro, me encontré un lindísimo ejemplar que tenía en la pasta preciosas ilustraciones
de motivos japoneses; contenía dos pequeñas-grandes obras: “La flauta de jade”
de Toussaint y “El libro del té” de Kakuso.
Yo ignoraba el valor y las características de la literatura
japonesa; no digo la literatura oriental, porque había tenido muchos encuentros
con libros de autores de la India, entre ellos Tagore, uno de mis, aún,
“autores de cabecera”; además, conocía mucha parte de “Los Vedas”, los libros
sagrados hindúes, por ejemplo: Los “Upanishads”.
Fue, entonces, para mí una fiesta el descubrir este
bellísimo ejemplar. Lo releí, lo subrayé, tomé notas, hice fichas y lo guardé
como una de mis preciadas joyas.
Pasaron muchos años y un día, no hace mucho tiempo, la vida
me puso frente a dos amigos sensibles y esotéricos, pensantes y rebeldes. En el
ir y venir de mis palabras y las suyas, en el intercambio de conceptos en una
agradable tertulia, en las reflexiones sobre los aconteceres, fui deduciendo
que a ellos les gustaría leer ese libro tan celosamente guardado…
La amistad fue creciendo, las conversaciones se alargaron y las
reflexiones se hicieron cada vez más sinceras…
De pronto, un día, tomé mi libro, le escribí dos o tres
cosas y lo entregué a mis amigos, dos excelentes críticos...
Pasaron los años, y otro día, mi amado ejemplar, “El libro del
té”, reapareció editado en la interesante y asombrosa Serie Cultural
que mis amigos dirigían y orientaban.
…….
** Okakura Kakuso (1862 – 1913). En japonés es costumbre
referirse a los escritores, escribiendo primero el apellido y luego el nombre.
Kakuso fue filósofo, artista; escribió con gran autoridad sobre historia e
incursionó en crítica sobre el arte de su país. Defensor incansable de las
tradiciones ancestrales japonesas, acorraladas por la modernización y la
cultura occidental.
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