LA AMISTAD
Lucila González de Chaves
Maestra, escritora y periodista
Estamos asistiendo al cumplimiento de
las palabras proféticas del jesuita Teilhard de Chardin, el sabio sacerdote
francés de asombrosa lucidez científica, quien dijo:
“Nuestro mundo estallará si no
aprendemos a amar”.
Este tiempo se caracteriza por la competición
y la ambición de poder, de saber y de tener; y, por darles paso con todas sus
secuelas, hemos olvidado amar y servir.
Ya no entendemos que, en nuestros
hogares, instituciones, ciudades, en nuestro país, en el mundo entero, todo se
derrumba por falta de amor. A lo que hay que agregar el temible arrasamiento de
los virus que solo podremos sobrellevar si nos toleramos los unos a los otros.
Es la hora de orar por el amor entre
nosotros. Un amor que despierte el perdón, la esperanza y la confianza, el
optimismo, la fe, el respeto, la fraternidad, la tolerancia, la sensibilidad
por la bella simplicidad de las cosas y de las personas; que nos dé claridad y
humildad.
¡Hace tanto que la política, la
frialdad del saber, el dinero y el poder, el narcisismo y la superficialidad
nos silenciaron todo esto!
Quiero citar apartes de dos textos
escritos por dos hombres muy distantes en el tiempo, en el espacio y en la
historia, pero fuertemente unidos en la grandeza.
Uno es San Pablo, el apóstol iluminado
que, encendido de fe, nos dejó las más maravillosa y profunda definición del
amor, en su primera Carta a los Corintios, escrita hacia el año 55 de nuestra
era. Él dice:
“Si yo hablara todas las lenguas de los
hombres y de los ángeles, y me faltara el amor, no sería más que bronce que
resuena, y campana que toca. Si yo tuviera el don de profecías, conociendo las
cosas secretas, con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para
trasladar los montes, pero si me falta el amor, nada soy.
“Si reparto todo lo que poseo a los
pobres, y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado, pero si no tengo
amor, de nada me sirve.
“El amor es paciente, servicial y sin
envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni
busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida
las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto, y siempre le agrada la
vedad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta”.
El otro autor, fallecido a finales del
siglo XX, fue un brillante abogado y escritor, hijo de esta Antioquia dolorida,
y testigo de su calvario en la historia que hoy vivimos; es el doctor Oscar
Peña Alzate, quien, ante la tumba de su gran amigo, declaró:
“[…]. La amistad no es un
´conocerse´, no es un ´simpatizar´, no es el mero ´compañerismo´, ni una
muestra de circunstancial cariño. Ella es más profunda, más sólida, es
imperecedera porque está enraizada en las almas que la nutren.
“[…]. El ser humano necesita de la amistad
para habilitar su soledad, para impulsarse, para liberarse de las cadenas del
egoísmo, para gozar de la nobleza. Un ser humano sin amigos es naturaleza
árida…
“La amistad cubre el espacio de la
vida. Quien no la conciba o la recele, es un indolente o un resentido
alimentado de migajas.
“La amistad nos procura siempre un
mástil y una vela para navegar en el proceloso mar de la vida.
“No se le puede dar la espalda a un
amigo, sino para llevarlo a cuestas”.
Por mi parte, creo que debemos pensar en los siguientes aspectos:
Tener un amigo no es del cotidiano
acaecer. Confundimos al amigo con el compañero de trabajo, o de pupitre en el
aula, o con el contertulio, o con el vecino.
Debemos identificar la amistad para
diferenciarla de los demás impulsos del afecto. La amistad no nos llega por
generación espontánea; nace y se fortalece en el laboratorio del alma. Hay que
buscarla, se encuentra en donde menos se espera y, una vez, hallada, hay que
alimentarla con gentileza, gallardía, desinterés, servicio y lealtad.
La LEALTAD es la prueba de fuego
de la amistad.
Hay que buscarla en el interior de las
gentes, en su alma, en sus sentimientos, en su luminoso razonar. Una vez que
ella crece con libertad y limpieza, procura una amorosa sombra a nuestra
doliente contextura humana y aliento espiritual a nuestra alma.
Ser amigo no es DAR; es DARSE
con desprendimiento, ayudar sin esperar nada a cambio, aconsejar y compartir
con prudencia, analizar y corregir sin causar heridas, reconocer sabia y
honradamente los valores del amigo sin melindres ni adulaciones, gozar con sus
triunfos sin envidiarlo, acudir con presteza en su angustia; que nuestra tabla
de medida no sea la retribución sino la del desinterés.
La amistad no es lejana; está hecha de
calor humano. Es sumisa, plácida, solidaria, y jamás se desdobla en odio o en
desengaño o en deslealtades. Ella no es excluyente, es polivalente, no admite
el egoísmo, no convive con la pasión sino con la virtud, es, ante todo,
auténtica.
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