sábado, 25 de febrero de 2023

EL HOGAR Y LA SOCIEDAD EN LA LITERATURA

 

 

EL HOGAR Y LA SOCIEDAD EN LA LITERATURA INFANTIL DE   AYER Y DE HOY

 

 

Lucila González de Chaves

“Aprendiz de Brujo”

Lugore55@gmail.com

 

Examinemos el invaluable apoyo que presta la buena literatura infantil en el despertar del amor por la lectura y la formación de mejores ciudadanos.

 

La evolución del sentido estético del niño está en relación directa con sus valores literarios.

 

De los cuentos contados por los padres, extrae los elementos para jugar, recrearse y re-crear su mundo. En esta primera etapa comienza el buen manejo del lenguaje, la sociabilidad, las aptitudes creativas, la iniciación de su mundo interior.

 

Vendrá después el encuentro directo con autores y personajes mediante el libro. Ya sabe leer. Con la lectura el niño empieza a diferenciar el mundo que va descubriendo, con el de su hogar. Aquí empieza la conquista de la realidad.

 

Su encuentro con el hada madrina en los cuentos, ha sido muy discutido. Unos están en contra de las hadas porque las consideran perjudiciales. Para otros, su presencia es simbólica. Preguntémonos: ¿qué representan las hadas?,

 

Siempre, la literatura tiene para el que sabe leer, un mensaje dado en símbolos. El niño, por su capacidad y vocación de identificación con los personajes, ¿no verá algo especial en las hadas?  Recordemos que el hada madrina, con su magia, su varita de estrellas, su dulzura y su comprensión, concede de inmediato lo que todo el poderío del padre y el infinito amor de la madre no pueden realizar.

 

De la mano de las hadas fuimos aprendiendo a ser seguros en la acción; el hada buena nos consolaba; nos defendía de la bruja mala y de sus encantamientos malignos; por eso, era aún más buena el hada madrina. Recordemos que lo bueno se resalta por la contraposición con lo malo; pero, desde luego, no puede negarse su proximidad, casi diríamos, su simultánea presencia.

 

El hada madrina –o la bruja buena en otros cuentos- ha sido para todos nosotros la primera sembradora de la nobleza y de la generosidad, elementos indispensables para la convivencia en el hogar y en la sociedad.

 

Aprendimos desde muy niños el atractivo de la música en el cuento El flautista de Hamelín.  En un concierto, en el encuentro con la sublimidad de la música, estamos tan alelados como aquellos animalitos que dejaron en paz la ciudad de Hamelín, para correr detrás del flautista; o como los niños que llegaron al país de la ilusión guiados por el prodigio de las notas musicales que salían de aquella flauta.

 

En los cuentos de aventuras, el niño se sentirá un héroe generoso y valiente: El hijo del zorro; Colmillo blanco del autor Jack London; La isla del tesoro; En los mares del sur del escritor Stevenson; La venganza de Sandokán (El tigre de la Malasia); El corsario negro, del incomparable Emilio Salgari, el italiano que fue capitán a los dieciocho años, y cuya experiencia marinera alimentó su fantasía de autor de obras de aventuras, ocurridas en lugares exóticos.

 

Recordemos a Julio Verne con sus obras de ciencia-ficción, un género narrativo que muestra cierto tipo de predicciones científicas con respecto al futuro del mundo. Muchos de los aspectos y realizaciones que narró Julio Verne son hoy conquistas logradas por el hombre. Pero esas obras fueron (¿seguirán siendo?) el vínculo del niño con el saber científico y la respuesta a su pregunta por el universo.

 

Y el libro Las mil y una noches, ese inolvidable conjunto de ensueños, emociones y aventuras de un país oriental, una Arabia –para los niños- perdida en el mapa, pero que teníamos la certeza de que era absolutamente feliz, a causa de la intervención de genios y gigantes, espíritus y duendes.

 

Nadie puede negar que este libro despierta la imaginación y enseña que para satisfacer cualquier deseo hay que aceptar muchos retos y correr innumerables riesgos.

 

Las lecciones son una inferencia, no una enseñanza explícita en los cuentos. Si estuvieran claramente expresadas las lecciones de solidaridad, de moral y de ética, creo que los cuentos perderían mucho de su valor. Las lecciones para la vida y los parámetros de convivencia familiar y social se van captando de una manera inconsciente.

 

Miremos algunas obras de la literatura infantil actual. El escritor Hernando García Mejía tiene en sus cuentos infantiles, como característica sobresaliente ese trasfondo didáctico y formativo que circula en un caudal de ternura y belleza.

 

En su cuento Ojitos borradores, los niños van aprendiendo a rechazar la soberbia y el engreimiento personificados en el detestable Felipón; valoran la humildad y la entrega al servicio de los demás en la persona inolvidable del Maestro Heraclio. Camila, la niña rica y avara, es un personaje que a los niños les causa una incomodidad y un tremendo sentimiento de impotencia, y ¡qué alegría se siente cuando le va llegando el castigo en el poder misterioso de Elenita, la dueña de los ojitos borradores!

 

En este cuento está, también, la presencia del hada madrina, del hada buena, la cual no es creación exclusiva de los autores de cuentos de hace tiempo; el hada es una hermosa señora que todo lo ilumina con su presencia, flota y “agita en el aire azul de la noche” una mano cargada de sortijas. “Soy la Maga Bondad”, le dice a Elenita. “(…) quiero ayudarte en tu problema”.

 

Un cuento ganador en el Concurso “Raimundo Susaeta” de hace años, (del cual fuimos jurado), es Martín Girasol escrito por José Martínez Sánchez. En este cuento, desde el primer párrafo, que es un pregón, se inicia el aspecto didáctico: amor por la naturaleza, necesidad de conservar la ecología. Dice: “He aquí, niños de toda la tierra, la verdadera historia del amigo de los árboles, de los pájaros, del viento y de las flores”.

 

La defensa de la ecología es una necesidad sentida y vivida no sólo por los hogares y la sociedad, sino por el mundo entero. ¡Basta ver los desastres causados por la soberbia del hombre!  Quiero decir que el tema, el hilo conductor del citado cuento ganador, es universal. Creo que su lectura contribuye mucho más a la educación de los niños y, en general, de los ciudadanos, que todos los discursos, las leyes y las disciplinas del NO, de padres, maestros y gobernantes.

 

El cuento finalista en el citado concurso fue La amapola y el cardo del joven escritor Luis Fernando Estrada. Es un cuento corto, absolutamente hermoso en la concepción y el estilo; didáctico y filosófico en la actitud de sus personajes: la amapola, engreída y superficial a causa de su belleza es despreciativa, altanera, ofensiva; el cardo, humilde, despreciado por la amapola, pero siempre su silencioso amante.

 

El final del cuento es triste: Cuando el jardinero arranca el cardo porque es “maleza”, una rosa le cuenta a la amapola la historia del cardo enamorado, y ella exclama: “¡Si yo lo hubiera comprendido y amado también!”, y no logró evitar que las lágrimas corrieran abundantemente.

 

Es lo que pasa siempre: llorar por lo que no hicimos a tiempo, por el amor que conquistamos, pero no supimos retener y se alejó desengañado; ser indiferentes a los problemas de los demás por egoísmo y engreimiento; negamos a toda colaboración para restaurar la paz, el amor, la armonía, escudados en esas detestables expresiones: “es que yo soy así y no puedo cambiar”; “es que no creo en nada; nada cambiará”

 

Y Genoveva de Brabante, la princesa infeliz que pagó cara su fidelidad al esposo con una condena a muerte.

 

El niño, de manera inconsciente, percibe que Genoveva es la personificación de la virtud perseguida, la que triunfa al fin. Infiere en esta narración una sociedad de intrigas y falsedades; pero, al fin comprueba cómo la maldad es castigada. Aunque más tarde tenga que comprobar y vivir la desolada realidad de que muchos seres honrados e inocentes, son condenados a causa de la maldad de otros, o por los desaciertos de la justicia.

 

El niño aprende lo que es la crueldad en cuentos como: Hansel y Gretel; Caperucita Roja y muchos más. Pero, ¿qué sucede?, que al niño no puede aislársele de los componentes de la realidad, y la crueldad es uno de ellos. La agresividad hace parte de lo humano; la crueldad hace parte del universo del niño.

 

Aprendiendo a sortear la crueldad, asimilando la forma como se maneja en los cuentos, va preparándose para el encuentro con una sociedad, cada vez más cruel y en mayor descomposición.

 

La mayoría de los cuentos crueles tienen un final de paz y de reencuentro con los seres y las cosas que constituyen el mundo feliz. Un ser superior, o un pensamiento rápido convertido en eficaz acción, extirpan el mal y restablecen el bien.

 

Se pensará que esta forma de solución en nada toca los caminos de la objetividad. Podemos estar de acuerdo.  Pero, ¡cuántos milagros realizan en la vida personal o de hogar o de sociedad, un espíritu bien templado, bien acrisolado, un carácter decidido!  ¡Cuánta magia hay en la palabra consoladora, en el abrazo cordial, en el desinteresado servicio de un ser humano, en la decisión tomada por quien escoge sembrar en el corazón de sus hijos el amor y la paz!

 

En la vida de relación de los niños con los cuentos, son importantes el lenguaje, el estilo, el relato o el discurso –como lo llama la semiótica-. Muchos cuentos tienen el encanto musical del lenguaje, la belleza de nombres sonoros y armónicos.

Del encuentro del niño con el lenguaje estético, con el estilo sutil del autor, con la expresión amorosa y tierna del primer cuento contado por sus padres, nace la devoción por la magia y el encanto de la palabra; la valoración de lo connotativo, es decir, del significado expresivo.

 

Ocurre que, en el hogar, en el colegio, en la sociedad, a los niños creativos los llamamos despectivamente “soñadores”, y afirmamos que todos los cuentos que están leyendo son los causantes de ese “mal”. También es costumbre señalarlos como mentirosos porque nos cuentan las historias más inverosímiles, sin espacio, sin tiempo, sin la lógica de los mayores; están construyendo su propio mundo con sus amigos invisibles, dialogando con los personajes de sus cuentos, escenificando para sentirse protagonistas de lo que les han contado o han leído.

 

 Por seguirle –a veces de buena fe-  el juego a ciertos parámetros educativos de padres y maestros rígidos, que pretenden lecturas y comportamientos serios y de la realidad, estamos impidiendo que sueñen, que creen, que imaginen, a quienes quizás sean una futura sociedad más generosa y creativa, capaz de aplicar con éxitos sus excelentes competencias, de encontrar mejores soluciones a tantos problemas agobiantes.

 

Recordemos el más extraordinario libro de todos los tiempos, El Principito, escrito por el autor francés Antoine de Saint-Exupéry. En este relato niños, adolescentes y adultos hemos aprendido lecciones de las más diversas especies; la más trascendente, la del camino de la amistad.

 

La gran moraleja de este libro, una constante bellísima, y al mismo tiempo profunda, es la soledad vencida por la amistad. Tema que está claramente expuesto en el diálogo entre el zorro y el principito.

 

 Y cerramos estas apreciaciones con la frase de Pablo Picasso: “Cada niño es un artista. El problema es cómo puede seguir siendo artista una vez que crece”.

 

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