EL HOGAR Y LA SOCIEDAD EN LA LITERATURA INFANTIL DE AYER Y DE HOY
Lucila González de Chaves
“Aprendiz de Brujo”
Lugore55@gmail.com
Examinemos el invaluable apoyo que presta la buena literatura infantil
en el despertar del amor por la lectura y la formación de mejores ciudadanos.
La evolución del sentido estético del niño está en relación directa con
sus valores literarios.
De los cuentos contados por los padres, extrae los elementos para jugar,
recrearse y re-crear su mundo. En esta primera etapa comienza el buen manejo
del lenguaje, la sociabilidad, las aptitudes creativas, la iniciación de su
mundo interior.
Vendrá después el encuentro directo con autores y personajes mediante el
libro. Ya sabe leer. Con la lectura el niño empieza a diferenciar el mundo que
va descubriendo, con el de su hogar. Aquí empieza la conquista de la realidad.
Su encuentro con el hada madrina en los cuentos, ha sido muy discutido.
Unos están en contra de las hadas porque las consideran perjudiciales. Para
otros, su presencia es simbólica. Preguntémonos: ¿qué representan las hadas?,
Siempre, la literatura tiene para el que sabe leer, un mensaje dado en
símbolos. El niño, por su capacidad y vocación de identificación con los
personajes, ¿no verá algo especial en las hadas? Recordemos que el hada madrina, con su magia,
su varita de estrellas, su dulzura y su comprensión, concede de inmediato lo
que todo el poderío del padre y el infinito amor de la madre no pueden
realizar.
De la mano de las hadas fuimos aprendiendo a ser seguros en la acción; el
hada buena nos consolaba; nos defendía de la bruja mala y de sus encantamientos
malignos; por eso, era aún más buena el hada madrina. Recordemos que lo bueno
se resalta por la contraposición con lo malo; pero, desde luego, no puede
negarse su proximidad, casi diríamos, su simultánea presencia.
El hada madrina –o la bruja buena en otros cuentos- ha sido para todos
nosotros la primera sembradora de la nobleza y de la generosidad, elementos
indispensables para la convivencia en el hogar y en la sociedad.
Aprendimos desde muy niños el atractivo de la música en el cuento El flautista de Hamelín. En un concierto, en el encuentro con la
sublimidad de la música, estamos tan alelados como aquellos animalitos que
dejaron en paz la ciudad de Hamelín, para correr detrás del flautista; o como
los niños que llegaron al país de la ilusión guiados por el prodigio de las
notas musicales que salían de aquella flauta.
En los cuentos de aventuras, el niño se sentirá un héroe generoso y
valiente: El hijo del zorro; Colmillo
blanco del autor Jack London; La isla
del tesoro; En los mares del sur del escritor Stevenson; La venganza de Sandokán (El tigre de la
Malasia); El corsario negro, del incomparable Emilio Salgari, el italiano
que fue capitán a los dieciocho años, y cuya experiencia marinera alimentó su
fantasía de autor de obras de aventuras, ocurridas en lugares exóticos.
Recordemos a Julio Verne con sus obras de ciencia-ficción, un género
narrativo que muestra cierto tipo de predicciones científicas con respecto al
futuro del mundo. Muchos de los aspectos y realizaciones que narró Julio Verne
son hoy conquistas logradas por el hombre. Pero esas obras fueron (¿seguirán
siendo?) el vínculo del niño con el saber científico y la respuesta a su
pregunta por el universo.
Y el libro Las mil y una noches,
ese inolvidable conjunto de ensueños, emociones y aventuras de un país
oriental, una Arabia –para los niños- perdida en el mapa, pero que teníamos la
certeza de que era absolutamente feliz, a causa de la intervención de genios y
gigantes, espíritus y duendes.
Nadie puede negar que este libro despierta la imaginación y enseña que
para satisfacer cualquier deseo hay que aceptar muchos retos y correr
innumerables riesgos.
Las lecciones son una inferencia, no una enseñanza explícita en los
cuentos. Si estuvieran claramente expresadas las lecciones de solidaridad, de
moral y de ética, creo que los cuentos perderían mucho de su valor. Las
lecciones para la vida y los parámetros de convivencia familiar y social se van
captando de una manera inconsciente.
Miremos algunas obras de la literatura infantil actual. El escritor
Hernando García Mejía tiene en sus cuentos infantiles, como característica
sobresaliente ese trasfondo didáctico y formativo que circula en un caudal de
ternura y belleza.
En su cuento Ojitos borradores,
los niños van aprendiendo a rechazar la soberbia y el engreimiento
personificados en el detestable Felipón; valoran la humildad y la entrega al
servicio de los demás en la persona inolvidable del Maestro Heraclio. Camila,
la niña rica y avara, es un personaje que a los niños les causa una incomodidad
y un tremendo sentimiento de impotencia, y ¡qué alegría se siente cuando le va
llegando el castigo en el poder misterioso de Elenita, la dueña de los ojitos
borradores!
En este cuento está, también, la presencia del hada madrina, del hada
buena, la cual no es creación exclusiva de los autores de cuentos de hace tiempo;
el hada es una hermosa señora que todo lo ilumina con su presencia, flota y
“agita en el aire azul de la noche” una mano cargada de sortijas. “Soy la Maga
Bondad”, le dice a Elenita. “(…) quiero ayudarte en tu problema”.
Un cuento ganador en el Concurso “Raimundo Susaeta” de hace años, (del
cual fuimos jurado), es Martín Girasol
escrito por José Martínez Sánchez. En este cuento, desde el primer párrafo, que
es un pregón, se inicia el aspecto didáctico: amor por la naturaleza, necesidad
de conservar la ecología. Dice: “He aquí, niños de toda la tierra, la verdadera
historia del amigo de los árboles, de los pájaros, del viento y de las flores”.
La defensa de la ecología es una necesidad sentida y vivida no sólo por
los hogares y la sociedad, sino por el mundo entero. ¡Basta ver los desastres
causados por la soberbia del hombre!
Quiero decir que el tema, el hilo conductor del citado cuento ganador,
es universal. Creo que su lectura contribuye mucho más a la educación de los
niños y, en general, de los ciudadanos, que todos los discursos, las leyes y
las disciplinas del NO, de padres, maestros y gobernantes.
El cuento finalista en el citado concurso fue La amapola y el cardo del joven escritor Luis Fernando Estrada. Es
un cuento corto, absolutamente hermoso en la concepción y el estilo; didáctico
y filosófico en la actitud de sus personajes: la amapola, engreída y
superficial a causa de su belleza es despreciativa, altanera, ofensiva; el
cardo, humilde, despreciado por la amapola, pero siempre su silencioso amante.
El final del cuento es triste: Cuando el jardinero arranca el cardo
porque es “maleza”, una rosa le cuenta a la amapola la historia del cardo
enamorado, y ella exclama: “¡Si yo lo hubiera comprendido y amado también!”, y
no logró evitar que las lágrimas corrieran abundantemente.
Es lo que pasa siempre: llorar por lo que no hicimos a tiempo, por el
amor que conquistamos, pero no supimos retener y se alejó desengañado; ser
indiferentes a los problemas de los demás por egoísmo y engreimiento; negamos a
toda colaboración para restaurar la paz, el amor, la armonía, escudados en esas
detestables expresiones: “es que yo soy así y no puedo cambiar”; “es que no
creo en nada; nada cambiará”
Y Genoveva de Brabante, la
princesa infeliz que pagó cara su fidelidad al esposo con una condena a muerte.
El niño, de manera inconsciente, percibe que Genoveva es la
personificación de la virtud perseguida, la que triunfa al fin. Infiere en esta
narración una sociedad de intrigas y falsedades; pero, al fin comprueba cómo la
maldad es castigada. Aunque más tarde tenga que comprobar y vivir la desolada
realidad de que muchos seres honrados e inocentes, son condenados a causa de la
maldad de otros, o por los desaciertos de la justicia.
El niño aprende lo que es la crueldad en cuentos como: Hansel y Gretel; Caperucita Roja y
muchos más. Pero, ¿qué sucede?, que al
niño no puede aislársele de los componentes de la realidad, y la crueldad es
uno de ellos. La agresividad hace parte de lo humano; la crueldad hace parte
del universo del niño.
Aprendiendo a sortear la crueldad, asimilando la forma como se maneja en
los cuentos, va preparándose para el encuentro con una sociedad, cada vez más
cruel y en mayor descomposición.
La mayoría de los cuentos crueles tienen un final de paz y de
reencuentro con los seres y las cosas que constituyen el mundo feliz. Un ser
superior, o un pensamiento rápido convertido en eficaz acción, extirpan el mal
y restablecen el bien.
Se pensará que esta forma de solución en nada toca los caminos de la
objetividad. Podemos estar de acuerdo.
Pero, ¡cuántos milagros realizan en la vida personal o de hogar o de
sociedad, un espíritu bien templado, bien acrisolado, un carácter decidido! ¡Cuánta magia hay en la palabra consoladora,
en el abrazo cordial, en el desinteresado servicio de un ser humano, en la
decisión tomada por quien escoge sembrar en el corazón de sus hijos el amor y
la paz!
En la vida de relación de los niños con los cuentos, son importantes el
lenguaje, el estilo, el relato o el discurso –como lo llama la semiótica-.
Muchos cuentos tienen el encanto musical del lenguaje, la belleza de nombres
sonoros y armónicos.
Del encuentro del niño con el lenguaje estético, con el estilo sutil del
autor, con la expresión amorosa y tierna del primer cuento contado por sus
padres, nace la devoción por la magia y el encanto de la palabra; la valoración
de lo connotativo, es decir, del significado expresivo.
Ocurre que, en el hogar, en el colegio, en la sociedad, a los niños
creativos los llamamos despectivamente “soñadores”, y afirmamos que todos los
cuentos que están leyendo son los causantes de ese “mal”. También es costumbre
señalarlos como mentirosos porque nos cuentan las historias más inverosímiles,
sin espacio, sin tiempo, sin la lógica de los mayores; están construyendo su
propio mundo con sus amigos invisibles, dialogando con los personajes de sus
cuentos, escenificando para sentirse protagonistas de lo que les han contado o
han leído.
Por seguirle –a veces de buena
fe- el juego a ciertos parámetros
educativos de padres y maestros rígidos, que pretenden lecturas y
comportamientos serios y de la realidad, estamos impidiendo que sueñen, que creen,
que imaginen, a quienes quizás sean una futura sociedad más generosa y creativa,
capaz de aplicar con éxitos sus excelentes competencias, de encontrar mejores
soluciones a tantos problemas agobiantes.
Recordemos el más extraordinario libro de todos los tiempos, El Principito, escrito por el autor
francés Antoine de Saint-Exupéry. En este relato niños, adolescentes y adultos
hemos aprendido lecciones de las más diversas especies; la más trascendente, la
del camino de la amistad.
La gran moraleja de este libro, una constante bellísima, y al mismo
tiempo profunda, es la soledad vencida por la amistad. Tema que está claramente
expuesto en el diálogo entre el zorro y el principito.
Y cerramos estas apreciaciones
con la frase de Pablo Picasso: “Cada
niño es un artista. El problema es cómo puede seguir siendo artista una vez que
crece”.
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