¡Vamos juntos al pesebre, a deponer nuestras
rivalidades!
Lucila González de Chaves
Maestra, periodista, escritora
lugore55@gmail.com
Todos ¡juntos!, guiados por la luz de
un noble y urgente deseo y con la humildad y el arrepentimiento como
presentes, vamos al encuentro de la conmemoración de este
extraordinario acontecimiento, ocurrido en Belén hace más de dos mil
años; celebremos jubilosamente el origen de la historia de nuestra salvación.
Este Dios-Niño, hijo de
Dios-Padre, Príncipe de nuestros corazones, lleva siglos acompañando a la
humanidad, e instándola a que aprenda amar, a que alcance la paz interior y la
capacidad de convivencia, que son el único comienzo y el exclusivo camino de la
verdadera paz en las familias, en la sociedad, en nuestro país, en los
gobiernos, en el mundo entero.
Lleva más dos mil años cumpliendo
su promesa de amarnos y perdonarnos; pero no ha sido posible que
aprendamos de Él. Y lo más doloroso: gobernantes y gobernados vamos dejando
atrás y en el olvido, la nobleza de vivir para redimir, lo que el gran Niño del
pesebre, con su nacimiento, constituyó como historia y mandato.
La historia existencial ha cambiado;
hoy se cimienta en incumplir y manchar la palabra, el juramento, el mandato, la
obligación de cuidar la patria; nos anima el perverso sentimiento de ver en los
ciudadanos a seres extraños, a desconfiar de todos ellos y, por ende, a
convertirlos en enemigos.
Cada diciembre los colombianos, cargados con todo el daño que hemos hecho, con
los engaños, la corrupción, recorriendo un camino cada vez más resbaladizo y
tomando un rumbo sin luz ni guía...; con toda esa carga a cuestas, hacemos
promesas, nos decimos palabritas tranquilizadoras, nos damos regalitos
impulsados por el amor familiar, el amor de amigos, de vecinos, de jefes, de
subalternos...
¿Qué hemos logrado? ¿Sí ha
sido el Mandamiento del Amor el centro de nuestra vida, el semillero de una
paz que consiste en ponerles limpieza al alma, seriedad a las palabras, respeto
al compromiso, honestidad a la promesa, firmeza a la obligación?
Nos hemos anestesiado con todos los
aconteceres porque el cerebro no procesa, ya, más noticias escandalosas,
perversas y fabricadas, muchas veces, de silencios cómplices y destruyendo la
rectitud de comportamientos que pueden ser salvadores. Nos vigorizamos con
aspavientos, algarabías, hechos irreverentes y asesinos del pudor, del honor,
de las promesas para defender la majestad de la patria, lo sagrado de los
hogares, el juramento profesional, el respeto a los bienes, el obligatorio
cuidado y protección moral de los niños, que son nuestra prolongación en el
tiempo.
Cada año, cada día, Colombia tiene
para mostrar violaciones, corrupción, llanto, dolores, atropellos morales,
familiares, económicos; y, luego, nos sentimos redimidos, simplemente
negando nuestra responsabilidad y culpabilidad, o utilizando deportivamente la
palabra “perdón”, ya tan manoseada y por ello, tan falta de significación.
Se mata, se engaña, se viola, se
atropella y, luego… el fulano, el doctor, el funcionario, el dirigente, la
empresa, la institución…, el que tenga el turno, sale a decir: “pido
perdón”. Y, ¡ya está!
Cedo la palabra a un
escritor-autoridad en sabiduría, espiritualidad y limpieza y dignidad: el
sacerdote carmelita, Hernando Uribe Carvajal, quien, alguna vez, escribió estas
reflexiones sobre “LA PAZ”.
Esa paz que nace en el pesebre, que
los ángeles y los pastores ensalzan y glorifican, pero que, pasando los
tiempos, el ser humano olvida, enloda, le cambia su sentido y la manipula como
quiere.
Dice el sacerdote:
“(…). La paz no es una cosa que puedo
encontrar en algún lugar. La paz va conmigo a dondequiera que voy”.
“Me detengo a preguntarme quién soy,
de dónde vengo y a dónde me encamino”.
“Me sorprendo de mí mismo, y mi
sorpresa crece al constatar que yo soy la paz, lo que busco por todas partes
con afán”.
“Mi interioridad se manifiesta en
cada gesto mío”.
“Miro mi rostro, mis ademanes; estoy
mirando la paz, lo que soy, esa maravilla de unidad, pasmosa en su complejidad,
armonía de cuerpo y alma, de cerebro y corazón”.
“La paz, […] nace en mi interioridad.
Cuanto más tiempo le dedico, más descubro la maravilla que es”.
“San Juan de la Cruz me enseña a
llevarlo todo con igualdad tranquila y pacífica, y a alegrarme en todo por no
perder la paz, y así, ponerle remedio conveniente a toda adversidad haciendo de
la armonía el tesoro del corazón. […].
“Vivo haciendo la paz conmigo; vives
haciendo la paz contigo; vivimos haciendo la paz con nosotros. Coincidimos”.
“La coincidencia es fruto de un juego
lleno de inteligencia y corazón, regalo de la Divinidad”.
“La paz que somos llena la atmósfera
que respiramos”.
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