COLECCIÓN
DE MEMORIAS PARA UNOS TIEMPOS TRISTES
Lucila González de Chaves
“Maestra del Idioma”
Lugore55@gmail.com
Tercer año de
pandemia. Seguimos luchando por dominar el miedo ¿Se va alejando la esperanza? ¿Y, qué de las vacunas?, ¿Y de las nuevas
modalidades orales?
¡El peligro sigue
su marcha! Se ha agotado el placer de contemplar las mismas imágenes; se volvieron
grises los recuerdos amados; la falta del abrazo, del beso, de la cercanía ha
aridecido nuestro mundo emocional. Solo la luz que arde delante de un Cristo de
doscientos años – herencia de mi abuela María Alzate Dávila -, invita a
mantener la fortaleza.
Miro un montón de
papeles escritos en tiempos ya lejanos: presencias, cercanía, valores, enamoramientos…,
y quiero entregarlos a quienes, como yo, van amontonando recuerdos:
1.Braulio Lorenzo Restrepo
R.
“No es que hayan muerto, se fueron antes”
No alcanzan a
consolarme las palabras del poeta mexicano, Amado Nervo.
“No es que hayan muerto…”
¿No es muerte el irse a la eternidad en busca del Supremo Bien? ¿No es muerte
permanecer en el lecho mortuorio, ajeno a las inmensas tristezas de los suyos?
¿No es muerte la ausencia del alma, y lo extraño de aquellos ojos de donde
desaparecieron el amor y la ternura?
“No es que hayan
muerto…”. ¿Cómo explicarnos, entonces, su larga ausencia? ¿Cómo entender su
indiferencia frente a nuestra inmensa soledad? ¿Cómo, si no han muerto, no
regresan a consolarnos, y permanecen silenciosos ante nuestra desconsolada
espera?
“… se fueron
antes”. Y, para ir a donde ellos van, ¿no es necesario morir?... ¿No es muerte
abandonar misteriosamente la vida?
“…se fueron antes”.
Al irse nos dejaron tristes; desgarrada el alma; sangrante el corazón.
Tardes llenas de
paz; noches claras y tibias, ¡muchas veces habéis visto fugarse el alma de
nuestros seres amados! ¡Conocéis bien a “la señora muerte que se va
llevando todo lo bueno que en nosotros topa” (De Greiff); a los seres
amados, que con la claridad de su inteligencia y nobleza de sentimientos nos
dieron ejemplo de fe, de amor, de dignidad…!
“…se fueron antes”.
Los que sufrimos tu ausencia, sabemos que tú, abuelo, viajero misterioso, no
regresarás jamás; pero, entendemos bien que un día habremos de seguirte….
¿Cuándo? Quizás tan pronto, que tú no hayas descansado lo suficiente del viaje.
Tal vez tan tarde, que ya el tiempo haya borrado tus huellas…
Un día haremos el
mismo recorrido para alcanzar la Patria Celestial, en donde tú, abuelo muy
amado, estarás esperándonos para confortarnos del largo peregrinar ¡Adiós,
abuelo!
Titiribí, marzo de
1950 - Lucila González Restrepo
2.Miguel Ángel
Albornoz
Esta tarde de
marzo, (1980), ha venido a saludarme un escritor. Llegó con un su amigo poeta,
de nacionalidad ecuatoriana. Me habló de su trabajo de escritor, de su tierra,
de sus ancestros… y, ¡oh sorpresa!, de alguien con quien en mi juventud
compartí varias tardes literarias y poéticas: ¡Miguel Ángel Albornoz! Te estoy evocando porque tu pariente
Arturo me habló de ti con admiración y nostalgia; hace poco has muerto en
Quito; el gobierno te rindió honores porque llegaste a ser un buen profesional
y un miembro sobresaliente de la Academia Ecuatoriana de Historia…
Empiezas, Miguel
Ángel, con estas noticias, a tener presencia en mi recuerdo, cuando una tarde,
en una conferencia, alguien nos presentó, y me dijiste que habías venido desde
Quito a hacer tu especialización en historia y política. Me gustó tu hermoso
talante físico y tus palabras delatadoras de tu mundo interior. Esa primera
conversación fue el comienzo de una bella amistad.
Lo adiviné más
tarde…, te habías enamorado de mí, pero jamás encontraste la palabra precisa
para decirlo, solo te delataba tu larga y profunda mirada; era el año 1949,
tiempos de romance y de guerrillas; ¡era una alegría conversar contigo! Mis 22
años florecían al escuchar tus palabras de poeta.
Una tarde, en el
Astor, me regalaste el valioso libro Historia de la literatura
ecuatoriana, que aún conservo. Tu prolongado silencio era impactante; tu
tristeza, contagiosa. En la servilleta que envolvía mi humeante tasita de café,
silenciosamente, te escribí: “tú estás triste, y yo sé por qué…”.
Fue grande tu
confusión; preferiste hablarme de un libro que acababas de comprar, y hundiste
tus ojos en él. Un momento difícil por lo silencioso y, sin embargo, yo
escuchaba el discurso de tu corazón…
Llegó el tiempo en
que debías regresar a tu tierra, y desde allá seguías escribiéndome. Nunca
olvidaste mi frase de la servilleta…
Fue en diciembre
cuando llegó una muy especial carta: hacías el recuento de tus días en Medellín, de nuestras idas a conciertos, a museos, a las librerías… En
esa extensa carta expresaste todo cuanto pensabas y sentías, y toda esa
declaración terminaba en una proposición de matrimonio.
Me tomó por
sorpresa; tuve miedo y desazón; no tenía ni valor ni vocación ni alegría ni
madurez para hablar de ese asunto matrimonial. Cobardemente, te escribí
diciéndote que me iba para la finca de mis abuelos, muy distante de Medellín,
que al regreso te escribiría… Lo que nunca sucedió.
Escribo este texto
en memoria de la persona más gentil, inteligente y tímida que he conocido, tú,
Miguel Ángel Albornoz, exitoso historiador ecuatoriano.
Medellín, abril de
1980
3.Carlos Vieco
Ortiz
No hay que olvidar
lo que en la historia de la música colombiana representa el maestro Carlos
Vieco Ortiz (1904 – 1979).
Mi generación y las
demás que pasaron por el Instituto Central Femenino (CEFA) lo vimos, siempre,
con un envidiable vigor espiritual, con igual fidelidad a sus principios éticos
y estéticos. Damos testimonio de su amor por la música y de su sapiencia para
enseñárnosla.
La síntesis de su
vida son sus bellas melodías.
Un pasillo que
lleva por título “Echen p’ al morro” fue su primicia ofrecida a un público que
lo aplaudió, dado que su autor no tenía aún veinte años. Sus composiciones
pasan de tres mil: pasillos, bambucos, valses: Invierno y primavera,
Triste y lejano, Hacia el Calvario, Plegaria, Tierra labrantía, Cultivando
rosas, etc., todas ellas con letras de grandes poetas como León Zafir,
Bernardo Mejía Palacio, e interpretadas por figuras destacadas del canto como
Alfonso Ortiz Tirado, Margarita Cueto…
Fue el autor del
himno del Instituto Central Femenino (hoy, CEFA) en el año 1946, sobre texto
poético del canónigo Bernardo Jaramillo. El himno fue cantado por primera vez,
por todas las alumnas del Instituto Central Femenino, con motivo de las
célebres “fiestas del Colegio” (septiembre de 1946), y en homenaje a su
fundador el joven profesional Joaquín Vallejo Arbeláez. Tuvimos el privilegio,
como alumnas, de aprender a cantar el himno bajo la dirección de su compositor.
Carlos Vieco fue
condecorado con la Cruz de Boyacá, y la Estrella de Antioquia: dos en plata y
una en oro. Recibió la Medalla al Mérito de Colcultura y el Premio “Germán
Saldarriaga del Valle”, creado en Antioquia.
En memoria del
maestro más sencillo, humilde, comprometido e iluminado que yo haya conocido y
cuya muerte nos duele.
Medellín, 1979.
4.José Manuel Vélez
Trujillo
” Un personaje de leyenda”. Así lo ha llamado
el ilustre abogado titiribiseño Rodrigo Flórez Ruiz, y agrega que en el
libro Poemas, producción literaria de José Manuel Vélez Trujillo, alias “Puntudo”, encontramos al
poeta romántico, al existencialista, al costumbrista.
Este verso de
“Puntudo” nos explica la idiosincrasia de Titiribí:
Mi pueblo vive de
anhelos,
De glorias y
alegrías,
Músicas y poesías,
Crónicas de torería
Y lances de amor y
celos;
……………………
El músico, poeta y
cronista Octavio Quintero Villa, uno de los grandes valores de Titiribí,
prologó el libro Poemas, y define su mejor soneto, “Como vine
me voy”, diciendo que es “un verdadero reflejo de su vida bohemia, resumida en
catorce versos llenos de realidad y sentimentalismo”:
Como vine me iré,
no llevo nada
En mi raída alforja
de viajero;
Ni la caricia de un
amor sincero,
Ni una ilusión, ni
una esperanza, nada.
Pero sé que al
final de la jornada,
Al terminar el
árido sendero,
Hallaré a mi
cansancio de viajero,
El reposo apacible
de la nada.
Como vine me voy;
la vida es eso:
Un viaje con pasaje
de regreso
Hacia una estación
desconocida.
Como vine me voy,
ensueño loco;
Viví un instante,
me amañé muy poco,
No gocé nada y se
acabó la vida.
Este texto es un
admirado recordatorio del poeta caótico, pero hombre sencillo y caballeroso,
escrito 1985.
5.Jesús María
Velásquez
Un personaje típico en Titiribí; lo
llamábamos “Champaña”.
La imagen de él se
graba en mi recuerdo, entre mis once y trece años de edad: Andaba a zancadas y,
a veces, con levedad, metido en su mundo interior; de ahí que diera la
impresión de estar lejos de la realidad.
Habitado por la
poesía, amaba con ardor la literatura y tenía una pasión: la lectura. Era un
gran conversador de memoria prodigiosa. Sin preámbulos, en cualquier lugar y en
forma repentina, empezaba a declamar textos de autores: Valencia, Silva, Barba
Jacob, Rubén Darío etc., o de oradores, porque amaba la oratoria. Su misma voz
y sus ademanes eran de carácter oratorio.
Pasaron los años.
Mi vida profesional y de familia fue desarrollándose en Medellín. Por ese
motivo, ignoro si su carácter cambió en sus últimos años. En mis visitas a
Titiribí, de manera fugaz, pude verlo ya setentón y me pareció que su exclusivo
talante seguía siendo igual.
Tuvo la desbordante
manía de ser coleccionista; amaba con pasión su cuartito en el parque
municipal, el que había convertido en museo; era un celoso guardián de sus
tesoros
En memoria del
declamador que escuché en mi primera infancia, escribo este corto texto. -
Medellín, abril de 1985.
6.
A mi maestra fallecida
¡Cuántas décadas
han transcurrido desde que usted, apreciada maestra, me dijo casi como un regaño:
“¡Lo que un hombre hizo, otro hombre lo puede hacer”!
Me devuelvo en el tiempo y escucho su voz.
Desprevenida y pensativa, estoy junto a la
campana, en el más largo corredor de mi amado colegio, el Instituto Central
Femenino. Es el año 1945 y estoy cursando mi cuarto año (hoy, noveno) de
magisterio.
Hace una semana,
usted me ha puesto de tarea realizar un cuadro sinóptico sobre todos los Luises
que han gobernado a Francia y sobre las guerras. Todo lo que usted nos narró en
las clases de la semana, yo debo resumirlo en un cuadro.
¡Imposible!
Tengo diecisiete
años, con ancestros pueblerinos, sin experiencias de escritora y más aún, sin
creatividad para realizar ese trabajo. Cada vez que usted me pregunta por él,
yo le respondo con honestidad, sin sentido de derrota, pero sabedora de que no
tengo capacidad de síntesis:
¡No sé cómo
hacerlo! ¡No lo haré!
Usted me pide un
imposible. Un ejercicio superior a mi inteligencia. Empiezo a sentirme
derrotada… Me vuelvo díscola… displicente… Crecen mi timidez y mi miedo… Usted
me ha dicho que es posible perder la materia….
Yo, criada por unos
abuelos y unas tías muy exigentes, - a causa de mi temprana y doble orfandad, -
sé que no me van a permitir llevarles malas calificaciones, y menos aún perder
la materia…
¿Qué hacer?
Mi timidez no me deja confiarle a nadie mi
miedo y mi impotencia, y estoy segura de que no realizaré el trabajo que usted
me ha impuesto, porque me siento insegura, con ideas y conocimientos confusos
acerca del tema.
¡Muy complicados la
historia, el gobierno y el arte de Francia!
Esta linda
mañanita, estoy recostada en la columna que sostiene la campana. Frente a mí,
el inmenso patio de recreo, encuadrado por corredores y aulas. Detrás, la
oficina de la señora rectora, Rosa Echeverri de Trujillo; estoy sola… me siento
sola…
Usted llega, y sin
preguntarme por el cuadro sinóptico, me habla con palabras suaves,
perdonadoras… Mi alma y mi mente escuchan su frase:
“Lo que un hombre hizo, otro hombre lo puede
hacer”.
¡Qué revelación para una mujer casi niña! ¡Qué desafío! ¡Qué invitación a aceptar el
reto!
Al final de la
jornada estudiantil, al salir del colegio al atardecer, siento una extraña
fortaleza en mi espíritu, una resplandeciente luz en mi mente y una voz
interior clara y definida:
¡Sí puedo! ¡Haré el cuadro sinóptico! ¡Y
completo!
Cuatro horas de esa noche, repasando las notas tomadas en las clases de usted, recordada maestra, y bosquejando el cuadro sinóptico…
¡Al fin, completo!
¡Cinco hojas tamaño carta por ambos lados!
Y usted lo ha
recibido con satisfacción, lo veo en sus ojos. Sus palabras son sobrias, pero
me compensan el esfuerzo.
A partir de aquella
linda mañana en que la escuché a usted, mi maestra, y en la que yo tomé la
determinación de cumplir con lo que me pedía, he convertido su frase en bandera
de combate en todo cuanto desafío me ha presentado la vida.
Tengo muchísimos
años y, aún hoy, ya muy anciana, me repito su frase: ella me da vigor mental y
emocional. Por ese momento de su frase, y por otras circunstancias vitales,
posteriores a mi vida escolar, y en otros espacios, he podido soportar las
angustias, solucionar mis problemas del alma y del cuerpo.
Y con humildad,
prepararme intensivamente en el amplio y difícil campo del idioma y de las
letras, llevar con éxito hasta el final un buen matrimonio, educar a mis cuatro
hijos, amar con ternura a mis ocho nietos y a mis cuatro bisnietos y ser
maestra durante cincuenta años. Y aquí sigo todavía, estudiando, leyendo, escribiendo…,
sigo siendo fiel al propósito de servir a quienes necesitan una ayudita
lingüística o literaria o un aporte existencial.
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