EN TIEMPOS DE PANDEMIA, HABLEMOS DE LECTURA
Lucila
González de Chaves
lugore55@gmail.com
"Maestra del idioma"
Comprender honda y críticamente la lectura es amarla y convertirla en nuestra amiga y maestra.
El
escritor norteamericano Edgar Allan Poe escribía en su obra Marginalia este
concepto: “La enorme multiplicación de libros de todas las ramas del
conocimiento, es uno de los mayores males de nuestra época”.
Y
es que el deseo de estar al tanto en el conocimiento de cuantos poetas,
científicos, novelistas, ensayistas, cuentistas, van apareciendo, le está
ganando la partida a nuestras preferencias; y el gusto del buen lector - antes
tan selectivo y definido - va tomando
otros rumbos; ha cambiado la calidad por
la cantidad. La disponibilidad de las horas destinadas al placer de leer,
se ve acorralada por tantos libros promocionados, ¡y tan mediocres y perversos
muchos de ellos!
La
gran literatura va siendo escamoteada y reemplazada por una serie de
mixtificaciones que desnaturalizan la
verdadera cultura. Otro enemigo de educar el carácter y adquirir verdadera
cultura humanística por medio de la lectura, es la muy recomendada “lectura
rápida”. La lectura - si es realmente lectura perfecta - es un
acto único, y el tiempo dedicado a ella varía de acuerdo con el modo de
ser espiritual e intelectual del lector, de los logros que persiga al realizar
excelentes lecturas. Cito al español Pedro Salinas: “…en muchos de mis amigos
de alta marca intelectual, es cosa confirmada que con el más y más leer, se
aprende a leer más despacio, no más a la carrera; y se disfruta de esa
lentitud, por las delicias que una excelente lectura nos deja”.
Y
esas delicias y profundos llamados a SER, se encuentran también en algo que se
ha olvidado y que se mira con displicencia:
releer.
El placer del
ejercicio de releer solo puede explicarlo quien lo experimenta con frecuencia.
Pero
como en el presente, leer ya no es una lección de vida, ni un placer, ni una
búsqueda de formación cultural, este arrollador e implacable siglo XXI ha
creado en los cerebros, especialmente en los más jóvenes, una pereza y un desdén por la verdadera y
auténtica lectura, la que disfrazan con actitudes y estrategias como:
tener que estudiar, leer y resumir documentos (la educación, está afectada
seriamente con el virus de la “documentitis”), investigar muchos temas que el maestro, apenas, insinúa...
Y,
como si fuera poco: atender también, sin descanso el celular, ver TV, bajar
música, celebrar y contestar cuanto mensaje – no importa que sea idiota -
aparece en las redes sociales, navegar sin rumbo en Internet hasta encontrar
temas que les satisfagan sus zozobras y desequilibrios: el sexo, el dinero, la
infidelidad, el poder, la política, las formas más sofisticadas de corrupción y
de llevar a cabo crímenes, asaltos, etc.
El crítico Guillermo Díaz Plaja dice: “Leer es una devoción y una obligación… Leer es la más bella de las devociones… No tener tiempo, no es un pretexto para no leer… No tener dinero, tampoco… […]".
Y, ¡es verdad!, es devoción y obligación con nosotros mismos el leer en estos tiempos de pandemia, para paliar el dolor de perder a algunos seres amados a causa del virus, para acompañar la soledad por cuenta de los distanciamientos obligados, pues hay que huir de los peligrosos contagios; leer, igualmente, para conocernos mejor a nosotros mismos y empezar a botar las basura espiritual, intelectual y afectiva que en tiempos pasados de loca carrera hacia el placer, el ocio, las charlas vacías, habíamos ido acumulando.
El deporte, el cine, el Internet, el celular, la
televisión, las redes sociales, los inútiles desgastes emocionales han contribuido a arruinar, para la lectura, las últimas
parcelas del espacio y del tiempo que el ser humano tenía para su enriquecimiento espiritual e intelectual.
El
ensayista Salinas opina en su inigualable obra Educar para leer y leer para educar:
“Creer, en este siglo, que formas de educación diferentes de lo que no sea
deporte en todos sus frentes, es creer en algo muy lejano a lo moderno y que no armoniza en los
círculos intelectuales elegantes. […]".
Y sin
embargo, la educación, según los que más entienden de estas cosas, es un hecho
natural, una realidad que se impone al ser humano antes de que este la
convierta en un sistema reflexivo. La solución del gran drama está en la
enseñanza de la lectura, en la formación del lector.
Se
aprende a leer leyendo excelentes obras, porque con cada lectura se
alcanza la posesión de una inteligencia formada, de un gusto estético propio;
se adquiere el sentido de la armonía, la destreza selectiva y el desarrollo y
afianzamiento de una consciencia crítica de lector, personal y libre.
Realizar lectura crítica no es un acto de un momento, ni el resultado de algunas horas de lectura. Juzgar con conciencia crítica constructiva es un largo proceso que empieza desde temprana edad, en largos conversatorios con amigos afines, con compañeros y maestros, para ejercitar las destrezas inductivas, deductivas, comparativas; para penetrar hondamente en las ideas y encontrarles sus pros y sus contras, y, luego, sacar conclusiones equilibradas, serenas y adaptables para ponerlas al servicio de educar nuestro propio SER, y ser capaces de realizar un análisis justo y equilibrado, conservando el respeto por el pensamiento de los demás, pero siempre con el objetivo de colaborar en la marcha hacia el progreso y de lograr lo que conviene a esta comunidad del siglo XXI.
Y, ¿qué leer?
Se leen libros sabiamente escogidos, entendidos, comentados; así, el CÓMO leer se aprende sin saber cómo, al igual que el andar o el respirar, por natural ejercicio de la función. Así lo hicieron los grandes lectores de la humanidad, cuyos maestros de lectura no fueron manuales fáciles, ni documentos de profesores, sino libros trascendentes, pensados y asimilados en despaciosa lectura, durante toda la vida.
Esa dedicación selectiva a la lectura, con el propósito de mejorar nuestras fortalezas y lograr una comunicación más pacífica, más comprensiva, más humana con los demás, puede ser el
armamento para vencer los múltiples sentimientos negativos, producidos por la presencia del monstruo pandémico que parece no amainar frente a la vacuna; pero que nuestra fe y nuestra valentía, de la mano de los servidores de la salud y de los creadores de defensas, nos llevarán a feliz término.
Quizás no sea el momento oportuno para citar a un grande de la ciencia, y en medio del dolor de este tiempo, dicha reflexión sea rechazable; pero, de todos modos, es una gran lección que deberíamos analizar despaciosamente y con responsabilidad, es la sentencia del sabio Einstein:
“Temo el día en que la tecnología
supere el contacto humano; ese día habrá una generación de idiotas”.
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