¡EL
TAPABOCAS LADRÓN!
Lucila González se Chaves
"Maestra del Idioma"
Blog: lucilagonzálezdechaves.blogspot.com
Siempre hemos creído que las paradojas, por basarse en
contradicciones, en ideas opuestas, son imposibles en la realidad; pero, en la
literatura son un elemento brillante, desafío de buenos escritores, sobre todo,
de poetas de alta alcurnia iluminativa, para construir páginas inolvidables.
Unos ejemplos:
Calderón de la Barca dice en su
obra: La vida es sueño, “soy un esqueleto vivo”; para saber qué
quiso decir el príncipe con esta expresión paradójica, hay que leer dicha obra
y, especialmente, el monólogo del príncipe Segismundo.
El poeta antioqueño Rómulo Góngora, ya
moribundo, en su último poema, Caos, exclama:
“No sé si estoy ardido o apagado....
A veces creo que he
resucitado,
o que cadáver soy recién nacido”.
Este brusco, doloroso e incomprensible
cambio de nuestro mundo ocurrido por causa del virus COVID-19, en el año 2020 y
que continúa agravado en el 2021, nos ha llevado a pensar, a hacer y a vivir
cosas insospechadas, paradójicas….
Hoy, solo quiero centrarme en el fenómeno
del tapabocas: el muy indispensable como defensa del virus, el recurso
imprescindible en el que hay que confiar nuestra seguridad de no contagio, el
ya obligatorio complemento de la moda, accesorio obligatorio para los seres
humanos, el que nos ha nivelado a todos con el mismo rasero, en relación con la
economía, la raza, la familia, la educación, la profesión….
Hoy, “todos somos iguales”; esta frase que
antes enmascaraba sentimientos oscuros de soberbia, de posesión, de mando;
hoy, - digo- tiene su cabal sentido, su real acepción y, por tanto, su sabor de
dolor, de pérdida, de distancia…
Pero…, el tapabocas también nos ha robado
las sonrisas…, esas… luminosas, fraternas, acogedoras, inolvidables, en las que
hallábamos acogida, discurso de amor, comprensión incondicional a nuestras
fallas, ayuda moral en nuestros duelos; quizás, en instantes de desaliento
podríamos decir como el poeta español, Gustavo Adolfo Bécquer: “esas
(sonrisas)… que aprendieron nuestros nombres, esas… no volverán..."
Esas sonrisas diluyentes de caracteres
ásperos; esas que eran un gesto luminoso para mostrar el alma, el amor, la
tolerancia, la fraterna cercanía, la herramienta para paliar nuestra soledad y
nuestros dolores, esas… no volverán.
¡Pobrecita nuestra alma sin las sonrisas
fraternas, amorosas, espontáneas y cómplices!
El tapabocas nos ha robado, además, mucha
parte de los valores del lenguaje: a través del tapabocas, las palabras no
tienen eco ni influencia porque han perdido detrás de esa pequeña mampara de
tela, la sonoridad, el ritmo, la claridad de la vocalización, los hipertonos
que nos guiaban en la comprensión de sentimientos, intenciones, ideas…; ya los
vocablos son incómodos para pronunciarlos y casi nada audibles ni
atractivos.
¡Pobrecitas nuestras palabras sin la
cercanía de los otros en las tertulias, en las reuniones familiares, sin el
calor que hermana cuando ellas se dicen al oído, o por amor, o por
fraternidad, o por compañía, o por reclamo!
El tapaboca nos ha robado los olores:
aquellos, los primeros de todos los elementos, los de la naturaleza; desolados,
hemos olvidado el olor de los árboles, de los prados, de las flores, el olor
indecible del afecto, de la compañía, de la hermandad; hemos olvidado el olor
familiar, los olores caseros....
Todos los seres humanos se han disgregado,
el más cercano está a dos metros de distancia, y con miedo de infectar o ser
infectado.
Ya no recordamos el olor del incienso, de las velas, de los
ritos en nuestros templos. Los niños y los jóvenes han perdido el olor de sus
maestros: su perfume, su ropa recién lavada, sus rostros bien afeitados, los
peinados elegantes llenos de aromas venidos de las peluquerías que hacían parte
de la inolvidable presencia física de nuestros maestros. Eran nuestro modelo
para caminar, para vestirnos, para sonreír, para manejar el lenguaje gestual de
amistad, de ternura, de comprensión; eran el parámetro según el
cual íbamos a echar los hondos y firmes cimientos de la existencia
que viviríamos serenamente, dignamente...
¡Pobrecita nuestra existencia sin poder
sentir ni definir los olores que nos eran entrañables, originados en los
antepasados, en la casa paterna, en el aula, en el lugar del trabajo, en la
familia reunida, en los amigos, en los amores inolvidables!
2020 - 2021; años de la pandemia.
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