lunes, 16 de mayo de 2022

COLUMNA DE DIEGO ARISTIZABAL

 

Diego Aristizábal
COLUMNISTA

DIEGO ARISTIZÁBAL- el colombiano -

PUBLICADO EL 29 DE ABRIL DE 2022

Querida maestra

Nunca voy a olvidar un correo que recibí el 23 de agosto del año 2012. El remitente era un tal “Aprendiz de brujo”, pero al lado, justo al lado, para aumentar o despejar las sospechas, las dudas de un virus extraño e indeseado, leí ese nombre que desde mi época de colegio había sido sinónimo de admiración y respeto: Lucila González de Chaves. Dudé en abrirlo, no podía creer que la autora de esa columna semanal “Hemos oído y leído. Funcionalidad del Idioma”, que se publicaba en el suplemento cultural de EL COLOMBIANO, me estuviera escribiendo a mí, aprendiz de columnas de opinión, lector insignificante al lado de esa mujer que representaba todos los méritos y virtudes que puede tener la palabra Maestra, con mayúscula, con emoción y devoción.

Si Lucila González de Chaves me escribía, seguramente era para ponerme en mi lugar, para decirme que me dedicara a cualquier cosa menos a escribir, porque no había aprendido nada. Imaginé una de mis columnas corregida con lápiz rojo, señalándome lo que no debía hacer jamás alguien que, se supone, debe amar y respetar nuestra lengua española.

Como me iba perdiendo en el miedo y en las infinitas suposiciones, cerré los ojos y abrí lo que también podría ser una broma; pero nada de lo imaginado fue verdad, no era ni un regaño ni una broma, era la Maestra hecha palabras, palabras escritas en un color morado diciéndome lo siguiente: “Apreciado periodista. Usted no me conoce, pero yo sí sé de usted por sus columnas, y precisamente por la de hoy, ‘La lengua al banquillo’, es la razón por la que le escribo. ¡Felicitaciones por esa sincera defensa del bien hablar y mejor escribir! Y un gran aplauso, especialmente, para el último párrafo. Lo invito a que siga defendiendo nuestro idioma. Un cordial apretón de manos. Atentamente, Lucila González de Chaves”.

Me disculparán los lectores que luzca este piropo de la gran Maestra, pero lo hago porque desde ese día, y ya van diez años, ella y yo nos seguimos escribiendo con amor y respeto. Yo le digo mi querida Maestra y ella mi dice siempre palabras cariñosas y elogiosas. En el último correo me contó que tenía en sus manos su nuevo libro: Una mirada al idioma desde las columnas periodísticas (ha publicado más de quince), y que sería un gusto utilizarlo como pretexto para volvernos a ver después de esta larga pandemia y entregarme el primer ejemplar. Desde luego, acepté. La cita no podía ser un mejor día, 23 de abril. Llegué a su casa de siempre y mi querida Maestra, que goza de sus 95 años, me esperaba al final del pasillo, en la entrada de su estudio. Conversamos largo y sin orden. Volví feliz a casa porque, por fortuna, mi Maestra tiene intacta la mente, la fluidez de las palabras y vital el corazón, uno que es dulce, generoso y feliz 

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