Secretos de la buena
lectura y excelente escritura
9 noviembre de 2017
- 12:10 AM
Cuando nos interesamos por el contenido, la
elegancia y la fuerza de las palabras, emprendemos un largo viaje para
conocerlas, y respetarlas.
El secreto de toda buena lectura y de toda excelente escritura,
(incluyendo el ensayo) no es la cantidad de vocabulario, sino la
calidad de este y su correcto empleo. Comprender una idea, entender una
lectura y dar un juicio crítico constructivo de ella, solucionar un problema,
empiezan por conocer, tener un alto nivel de conciencia crítica, entender,
estudiar y saber manejar LAS PALABRAS. La semántica y la ortografía y
la etimología son necesarias, pero hay que poner atención a la
sinonimia, dado que lo que el lenguaje exige es claridad, precisión y
propiedad.
En la escritura y en la lectura se nos atraviesan vocablos como: mandato
y orden; sabio y erudito; marcha y jornada. Y empezamos a dudar cuál vocablo
emplear, que dé precisión y claridad al texto. Notamos que nos hace falta el
diccionario de sinónimos; no palabras sinónimas en lista; sino un verdadero
diccionario que explique seriamente la forma y el sentido del vocablo; el
espacio preciso en donde debe usarse.
Ejemplos tomados de un buen diccionario de sinónimos:
1. Abogado; letrado; jurisconsulto; jurista. (Sinónimos)
Veamos qué los diferencia:
Abogado: el profesional llamado para un asunto, “advocatus”, quiere
decir patrono, defensor. El abogado debe ser probo, diligente para defender una
causa.
Letrado: hombre de ciencia; lo necesitamos para que nos instruya en un
asunto que no comprendemos. Debe ser estudioso, investigador.
Jurisconsulto: hombre de consejo, es decir, de consulta. Necesito que me
dirija en la defensa de mi derecho. Debe ser prudente.
Jurista: profesional versado en la erudición del derecho y en la crítica
de los códigos, según los principios de la filosofía y de la moral. Debe ser
erudito.
2. Segregar, separar (sinónimos). (Qué los diferencia):
Segregar: Lo que se segrega se arranca.
Separar: Lo que se separa se aleja.
Lo segregado está incompleto, pierde su identidad. Lo separado no pierde
la identidad absoluta que tenía antes de unirse.
3. Auge, apogeo (sinónimos). (Qué los separa):
Auge, según su etimología latina, quiere decir aumentar, crecer. (La
fama que tenemos de malos lectores está en auge).
Apogeo, según su etimología griega, significa lejos de la tierra, es
decir, eminencia, altura. (Quisiéramos que Colombia estuviera en el apogeo de
su poder, es decir, que estuviera en la cumbre de su grandeza y de su gloria).
4. Cálculo, cómputo (sinónimos). (Qué los separa):
Se calculan el número y la extensión. Se computa el tiempo.
El cálculo es matemático. El cómputo es cronológico.
Decimos cálculo diferencial, pero NO cómputo diferencial.
Es pues, obligatorio estudiar y conocer CADA PALABRA desde su origen, su
función, su escritura, su fonética, el papel que va a desempeñar en la
frase, el mensaje que va a llevar desde el codificador hasta el decodificador,
sus variantes gramaticales, sus acuerdos y desacuerdos con otras palabras; todo
esto – digo – es necesario, si queremos tener corrección y funcionalidad en el
lenguaje, en relación con: escribir; leer, entender y emitir juicios críticos;
hablar con propiedad, expresar con claridad los pensamientos y sentimientos.
Por ejemplo, leer no es solo vocalizar y juntar palabras como en los
primeros años, en el hogar y en preescolar; saber leer es no vacilar, no perder
el ritmo, no volver atrás, distinguir bien las palabras, saber juzgar el
contenido, etc.; pero, casi nunca los lectores cuentan lo que leyeron, ni
opinan sobre lo leído: qué contenido es el de esas frases; cómo decirlo de
otras maneras; cómo juzgar apreciativamente y con equilibro un texto. Es
ahí donde empieza la comprensión lectora. Así como se explica lo que hay en
un dibujo, en un paisaje, también hay que explicar lo que el autor dice en un
texto. No es repetirlo; es entenderlo y expresar la idea con las
propias palabras.
Cuando nos interesamos por el contenido, la elegancia y la fuerza de las
palabras, emprendemos un largo viaje para conocerlas, y respetarlas. Un viaje
difícil de interrumpir porque nos va poseyendo un mundo de creciente
asombro: es la maravilla del lenguaje, en su armonía estructural y en
su eficiencia práctica.
Cuando entendemos qué es verdaderamente el idioma; cuando se siente el
regocijo de su armonía; cuando lo empleamos con elegancia y belleza (el código
estilístico), entonces comprendemos y aceptamos que existen normas
gramaticales y ortográficas (el código lingüístico) que nos ayudan a
alcanzar el esplendor de la perfecta expresión. Primero el amor por el
idioma y la inaplazable necesidad de él, luego las normas.
Un catedrático ilustre, opinó: “El hombre es su lenguaje; cuanto más
rico es este último, más polifacético será el primero”.
Como en nuestro país todo se ha vuelto grotesco en todos los campos: el
político, el oficial, el educativo, el profesional, el de la comunicación, el
del amor, el de la amistad, el de la familia…, la consecuencia es que nuestro
armónico y elegante idioma vaya declinando y se vuelva más ordinario cada día;
ha empezado a llenarse de extravagancias, inutilidades, melindres, incorrectas
innovaciones, irrupción de expresiones vulgares, irrespetuosas,
ininteligibles. Nuestra lengua española ha perdido su autoridad de ser
modelo de elegancia, exquisitez, del bien decir y del mejor escribir.
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