6 de marzo de 2017. A los noventa años del nacimiento del gran escritor colombiano
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ:
REALISMO
MÁGICO – SOLEDAD – MACONDO - EL AYER Y EL HOY
Lucila González
de Chaves
En la mayoría de los escritores -los que
perduran en el tiempo y en la historia- su enamoramiento del arte, de la
ciencia y de las civilizaciones más avanzadas hace florecer su forma de
idealizar lo real; es decir, ellos se elevan sobre la realidad, porque han
encontrado el orden y la armonía en las cotidianas formas de la vida, la que
convierten en arte.
En la obra
de los grandes, es siempre la realidad la que ha dado las pautas y ha sido el
punto de partida. El mérito está en su talento para convertir la vida en obra
de arte. Por eso, las obras inmortales son aquellas que, por estar inspiradas
en el mundo real, tienen mayor calor de humanidad: ahí están Homero, Cervantes,
Goethe, Shakespeare…. No falsearon la realidad, por eso sus obras son reales e
ideales a la vez, como todos los ensueños del hombre, como todo el vivir de la
humanidad.
En Gabriel
García Márquez ocurrió lo mismo, por eso será un clásico de la literatura; la
realidad le ofreció el modelo, pero él, con sus dotes de escritor y con su
capacidad imaginativa, llevó dicha realidad
a la idealización; es decir, elevó a las personas y las cosas sobre la
realidad sensible, por medio de la inteligencia y de la fantasía, y les dio
vida y continuidad en la historia literaria con el embrujo de su narrativa.
Eso mismo
habían hecho ya, Juan Rulfo en “Pedro Páramo”, y casi todos los escritores del
Boom Latinoamericano, en la segunda mitad del siglo XX, entre ellos García
Márquez; y nació, entonces, aquella forma literaria tan repetida, tan alabada,
tan enseñada, pero tan poco estudiada, que se ha llamado “Realismo Mágico”.
El
Realismo Mágico en García Márquez está apoyado en una gran figura o imagen
literaria llamada hipérbole; al trasladar la realidad común y corriente de cada
ser humano, la vida de un pueblo, la cotidianidad de una familia, al llevar
todos estos aspectos hasta el límite de la concepción, y todavía después, más
allá de una simple semántica o de un cuadro costumbrista, empiezan a aparecer
en sus obras: lo alucinante, lo maravilloso, lo hechizante; por ejemplo: un
doctor que vive en un pueblo durante veinticinco años y nadie sabe quién es, de
dónde ha venido, cuál es su nombre; un médico que come “hierba de esa que comen
los burros”. Una vorágine compuesta de malas costumbres, de dinero obtenido y
gastado a montones porque una compañía bananera ha corrompido las costumbres,
una “hojarasca” que deja desolado a un pueblo solitario, polvoriento y
ardiente.
Ese mismo
pueblo, en otra obra, es fundado por un iluminado Buendía, trashumante y
alucinado, y solo sobrevive los cien años que tiene la esposa del fundador, con
ella muere también el pueblo; el mismo de las mariposas amarillas, de las
sábanas que envuelven a una dama en su ascensión, unas lagartijas que arroja
otra de tan insólita estirpe, y otra que se da aires de dama de sangre azul, un
gitano que aporta progresos, un militar con treinta y tres guerras perdidas, un
continuo aguacero de más de cuatro años, una mujer adulta que come tierra y
cal, la interminable lluvia de hojas
porque la matrona ha muerto, los nombres de las cosas impuestos por la urgencia
de reconocerlos cuando llegue la peste del olvido.
Los
personajes de la mayoría de las obras del Nobel colombiano son soledosos. Su
soledad consiste en la incapacidad de reconocerse a sí mismos, en no poder
ubicarse, en la falta de una auténtica y fraternal comunicación, todos los
amores y las relaciones son de paso, son ocasionales, de ahí que no haya muchos
diálogos; una soledad que nace en la ensoñación con la que cada cual se pasea por la realidad, sin
apenas pisar con verdadero amor e interés, y despaciosamente, el campo vital de
los otros.
Hay
soledad y desamparo en el coronel que semana a semana, y por siempre, espera
que el gobierno le reconozca una pensión de jubilación por sus servicios
prestados en las guerras. Ese coronel existe hoy, camina desolado, envejecido y
agotado, por las calles, esperando, contra toda esperanza, que el gobierno sepa
quién es él, que le reconozca sus servicios, que le ayude a vivir con paz y
bienestar sus últimos años, concediéndole una jubilación. Ese gallo del
coronel, en una de las mejores novelas de García Márquez, es ahora, la imagen
viva de la necesidad imperiosa que tienen los viejos de una razón para vivir y
unos sueños que alimentar.
Por eso,
el realismo mágico y la soledad no han muerto, ni con los escritores del Boom
ni con García Márquez; son elementos del diario vivir, del ahora nuestro.
Hay,
ahora, en Colombia, realismo mágico en la manera de aplicar justicia, en la caprichosa y subjetiva forma de
interpretarla, en el comportamiento y en el lenguaje de algunos mandatarios, en
las apreciaciones y compromisos del Congreso. Hay realismo mágico en los
maestros y alumnos que creen que ÚNICAMENTE la pantalla del computador
es la mejor y más perfecta forma de “educar”, de adquirir cultura, de aprender
a ser ciudadanos de alguna parte…. Nada de ciencias humanas, ni de foros, ni de
conversatorios; nada de filosofías, ni de ética, ni de libros físicos.
Hay realismo
mágico cuando tenemos que preguntarles a los artefactos mecánicos cuánto suman
cuatro más cuatro. El celular es realismo mágico. También lo es la ya larga
historia de algún alcalde del país.
Si en los
polvorientos y calurosos pueblos de García Márquez, hay soledad, y en Macondo
hubo que ponerles nombres a las cosas y
escribirlos por miedo a la peste del olvido, ahora, nosotros también tenemos
que fijar los nombres de los amigos, de los vecinos, de las familias antes que
la tecnología nos succione por completo la mente y el corazón.
¡Qué
inmensa soledad se siente al tomar un café con amigos, cada uno “metido” en su
celular! ¡Qué desconcierto mirar sus
gestos, su concentración, su furtiva sonrisa, y tener la certeza de que nada de
ello es para nuestras palabras, para nuestro afecto, nuestro calor humano,
nuestras ideas, sino para alguien que, desde muy lejos, con sus mensajes, viene
a perturbar la conversación, y a convertir la presencia en ausencias, y a
llenarnos de soledad.
Y la
hojarasca de hoy… arrolladora. Los rezagos humanos –y también muchos que no lo
son- se han convertido en fuerte amenaza
para la vida, la propiedad y el trabajo honrado. Y esta hojarasca nuestra no es
como la del escritor García Márquez, que llega, destroza y se va… la nuestra
permanece, se vigoriza, crece y se arraiga mediante la corrupción del poder, de
la política y del dinero.
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