lunes, 15 de agosto de 2022

¿LE GUSTAN LOS DIMINUTIVOS?

 

MÁS ALLÁ DE LO GRAMATICAL DE LOS DIMINUTIVOS

 

Lucila González de Chaves

Lugore55@gmail.com

Maestra, escritora y periodista

  

Un amigo me llamó para decirme: “leí tu articulito en el periódico”.

Me quedé pensando en el vocablo “articulito”. Me recordó una frase que me dijo mi profesor de literatura cuando yo tenía quince años y cursaba mi bachillerato pedagógico.

 Con toda la pedantería adolescente del caso, le pedí que me revisara una de mis poesías. El profesor, mirándome fijamente, me contestó: “Leí su poemita”. El “ita” no me permitió preguntarle nada, pero me quitó para siempre mi vocación y aptitudes de poetisa.

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El DRAE dice: “Aplícase la voz ‘diminutivo’ a los vocablos que disminuyen o menguan la significación de los positivos de donde proceden. El diminutivo indica merma o menoscabo de una cosa, tanto en lo físico como en lo moral”.

 

Pero… si la disminución se refiere solo al tamaño, no se podrían formar diminutivos abstractos. Sería un error (y no lo es) decir: ‘vidita’, ‘almita’, ‘sueñecito’.

Quien usa el diminutivo quizás piense que la pequeñez es una condición merecedora de menosprecio; en ese caso, el diminutivo se vuelve despectivo (despreciativo).

Podemos pensar también, que quien usa el diminutivo considera que dicho sustantivo (del que salió el diminutivo) merece nuestro amparo, nuestro cariño, nuestra protección (mi muchachito, mi amiguito, mi camita, mi almuercito)

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Dice el gramático y lingüista Martínez Amador: “el castellano está tan lleno de diminutivos que, si se emplean sin reflexión y sin compromiso, caen en el ridículo”.

 

Pensemos en este siglo XXI, cargado de extrañezas en el lenguaje, las costumbres, la poesía, la educación, el arte, la familia, las modas, la política, el poder etc.; y recordemos esas boberías y ridiculeces que a veces nos toca escuchar: al entrar a un almacén, nos dicen: ‘¿En qué podemos servirle, madrecita?’. Al tomar un taxi, el conductor pregunta: ‘¿A dónde la llevo, mamita?’. En una farmacia, el jovencito dice tiernamente: ‘Ese producto no lo tenemos, amorcito’.

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Otras veces, el diminutivo encierra un matiz ponderativo (elogioso) o peyorativo (desfavorable), que lo pone casi a la altura de un aumentativo. Ejemplo: la expresión que se dice al amanecer, cuando la noche estuvo “oscura”, amargada por dolores físicos o morales, o por causa del ruido “súper” que los vecinos han puesto en marcha para hacer desaparecer el sueño: ‘¡Qué nochecita!’   Por un lado, pondera el disgusto sufrido y por el otro, esa frase es absolutamente peyorativa.

 

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En los diminutivos, el ser humano suele esconder su falsa humildad o su poca capacidad de pensar mejor; es cuando dice: necesito una casita; estoy esperando un trabajito. Tengo una finquita, me compré un carrito (falsa humildad)

Pienso que, si le pide a la vida una casita, una “casita” tendrá; si espera un trabajito, un “trabajito” le llegará. Debiera desear, pedir, luchar por tener ¡una casa!, ¡un trabajo!

Por qué los amigos le cuentan a uno: leí un librito; me fue bien en el paseíto; te voy a acompañar un ratico; está muy linda la finquita; trabaja en una escuelita, te traje una bobadita, etc.

¡Nos estamos volviendo muy pequeños con ese “habladito”!

 


 

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