NACER Y VIVIR. MORIR Y VIVIR
Del
nacer se desprende un largo viaje con un objetivo: hemos sido creados por Dios
y, desde entonces, ÉL nos acompaña, nos guía y protege en cada minuto. No nos
manda castigos ni enfermedades. No se opone a que suframos en el alma y en el
cuerpo nuestro deterioro natural, que camina juntamente con la edad; pero Su
Corazón Amante arde junto al nuestro para que tengamos valor frente a las penas,
las enfermedades y las limitaciones.
Y, así,
con Él como faro iluminador, nos vamos acercando confiadamente a ese otro
instante: la muerte, que es la puerta para entrar, para nacer a esa otra vida.
Vida, ésta sí, de felicidad, de plenitud, de santidad junto al Corazón de Dios.
Nadie
ha vuelto para contarnos acerca de esa otra vida; todo cuanto se dice y se
escribe son especulaciones, hipótesis sin bases reales. Ni siquiera San Pablo,
cuando fue arrebatado a los cielos, pudo decir nada; sólo exclamó
misteriosamente: “¡Ni el ojo vio ni el oído oyó!”. Cuando Jesús resucitó a
Lázaro, tampoco éste dijo nada. La historia guarda un completo silencio sobre
este hecho. ¿Qué vio Lázaro?, ¿qué oyó Lázaro en esos tres días en que estuvo
muerto?
No
pensemos tanto en la muerte y alegrémonos desde ya frente a esa puerta que se
abre para entrar en la eternidad y vivir una vida de gozo en los brazos de
Dios.
Pensemos
en esta vida que nos dio el nacer y en nuestras responsabilidades. No les demos
la espalda a las pequeñas cosas que nos hacen felices, a pesar de la enfermedad
y de las limitaciones: una sonrisa, una mirada, un brazo, un apretón de manos,
la presencia silenciosa de nuestros seres queridos. Muchas veces rechazamos
todo esto con la disculpa de que “somos viejos y enfermos, que los demás
molestan, que nos ponen de mal genio, que nada nos gusta, que gritan, que no
están, o, que sí están, pero…”
El
compromiso, al abrirse la puerta del nacer y darnos esta vida, es amar y
disfrutar lo que nos queda de ella. Cuánto más amor y alegría le damos a esta
vida y mayor aceptación de nuestras limitaciones tengamos, mejor estaremos
preparando el equipaje para entrar por la puerta de la muerte, a esa vida de
santidad en Jesús y para Jesús.
Es
fácil sentirse alegre, porque la alegría no son carcajadas, ni chistes, ni
parrandas, ni gritería, ni superficialidades. La alegría es el regalo dado por
Dios al Hombre para mantener la paz interior, el equilibro de las emociones, el
agradecimiento sincero por los que nos rodean y atienden, el disfrute de las pequeñas
cosas que nos acompañan.
Encontramos
la alegría en los ojos bondadosos de los amigos, a quienes no les importan
nuestros años, ni nuestras arrugas, ni nuestras fallas en el comportamiento, en
las palabras, en el pensar, en el hacer. No desear nada y desprenderse de todo,
es alegría.
Agradecer
el haber nacido y aceptar el morir para empezar a vivir de verdad, eso es
alegría, gozo, salud, santidad.
Para
los pacientes de PLENILUNIO con todo cariño, a petición de Viviana.
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