Dos grandes obras de la
literatura japonesa. Un poco de historia
24 junio de 2018 - 02:00 PM
Dicen los historiadores que la cultura japonesa se
inicia con las inmigraciones procedentes de Corea. La tradición literaria se
fija después del siglo IV d. C. El historiador inglés Aston, distingue siete
períodos:
.
1. Período arcaico:
Comienzos del año 710. La obra más importante de este período es El libro de las cosas antiguas; un acopio de mitos y tradiciones primitivas.
Comienzos del año 710. La obra más importante de este período es El libro de las cosas antiguas; un acopio de mitos y tradiciones primitivas.
2. El siglo de
Nara:
Año 710 al 794. Se destaca la lírica breve; sus versos no tienen rima y la forma más usada es el tanka, un poema breve de treinta y una sílabas (5-7-5-7-7sílabas), que expresa con un solo trazo lírico, paisajes fugaces de la naturaleza o del alma del poeta, “en síntesis perfectas, no siempre comprensibles para los occidentales”.
Año 710 al 794. Se destaca la lírica breve; sus versos no tienen rima y la forma más usada es el tanka, un poema breve de treinta y una sílabas (5-7-5-7-7sílabas), que expresa con un solo trazo lírico, paisajes fugaces de la naturaleza o del alma del poeta, “en síntesis perfectas, no siempre comprensibles para los occidentales”.
3. Período clásico:
(Del 794 a 1186). Dice el historiador y crítico Ramón D. Perés que “la literatura japonesa de esta época es de gusto refinado, propia de las clases altas que la producían”.
A este período pertenece la colección poética de diversos autores, conocida con el título de Kokinshu, prologada por el poeta Tsurayuki, quien expresa: “La poesía nació cuando fueron creados el cielo y la tierra, escuchando el ruiseñor que canta entre las flores… La poesía del Japón tiene en el corazón humano su propio asiento”.
En la prosa sobresale la novela de tema cortesano Ghenzi Monogatari, cuya autora es la poetisa Murasaki Shikibu; esta novela de cuatro mil páginas, pinta escenas de la vida social en Kioto.
(Del 794 a 1186). Dice el historiador y crítico Ramón D. Perés que “la literatura japonesa de esta época es de gusto refinado, propia de las clases altas que la producían”.
A este período pertenece la colección poética de diversos autores, conocida con el título de Kokinshu, prologada por el poeta Tsurayuki, quien expresa: “La poesía nació cuando fueron creados el cielo y la tierra, escuchando el ruiseñor que canta entre las flores… La poesía del Japón tiene en el corazón humano su propio asiento”.
En la prosa sobresale la novela de tema cortesano Ghenzi Monogatari, cuya autora es la poetisa Murasaki Shikibu; esta novela de cuatro mil páginas, pinta escenas de la vida social en Kioto.
4. Período de la decadencia:
(1186 – 1332, siglos XII al XIV) En este, la capital de Japón se
estableció en Kamakura. No hay mucha resonancia literaria.
Sin embargo, otros estudiosos de la literatura japonesa, conceptúan que en el siglo XIII apareció el hokku o haiku, lo que en el mundo occidental se conoce como hai kai; es la forma más corta de verso japonés: diecisiete sílabas, (que no son las sílabas del idioma español): 5 – 7 – 5, igual que la primera parte de un tanka.
El primer haiku que se conserva es de principios del siglo XIII, por ejemplo, este, escrito por Fujiwara:
Sin embargo, otros estudiosos de la literatura japonesa, conceptúan que en el siglo XIII apareció el hokku o haiku, lo que en el mundo occidental se conoce como hai kai; es la forma más corta de verso japonés: diecisiete sílabas, (que no son las sílabas del idioma español): 5 – 7 – 5, igual que la primera parte de un tanka.
El primer haiku que se conserva es de principios del siglo XIII, por ejemplo, este, escrito por Fujiwara:
Un enjambre de pétalos
de cerezo
Revolotea: ¡Y ahí llega,
Persiguiéndolo, la tormenta!
Revolotea: ¡Y ahí llega,
Persiguiéndolo, la tormenta!
5. Período medieval:
(1332 – 1603) Tiene diversas etapas:
En la cuarta y quinta, entran en acción voces de guerreros y monjes. La poesía es épica y son notables las obras históricas.
El drama lírico nace en el siglo XIV, continúa en el XV y desaparece en el XVI porque dejó de escribirse. Las obras dramaticolíricas eran representaciones religiosas; pero luego se convirtieron en ceremonias oficiales.
En la cuarta y quinta, entran en acción voces de guerreros y monjes. La poesía es épica y son notables las obras históricas.
El drama lírico nace en el siglo XIV, continúa en el XV y desaparece en el XVI porque dejó de escribirse. Las obras dramaticolíricas eran representaciones religiosas; pero luego se convirtieron en ceremonias oficiales.
6. Período de Yedo:
(Nombre antiguo de Tokio) (1603 – 1868). Dice el citado historiador que
“esta etapa es inferior en calidades literarias, y tiene influencia china”.
7. Período de Tokio o contemporáneo:
Comprende desde 1869 hasta nuestros días. En la novela, en el
teatro, en la poesía se conserva con vigor el perfil nacional japonés.
Desde mitad del siglo XIX se intensificó en el país el estudio de las lenguas europeas, especialmente del inglés.
A esta etapa pertenecen los escritores Yasunari Kawabata (1899 – 1972) y Okakura Kakuzo (1862 – 1913)
Desde mitad del siglo XIX se intensificó en el país el estudio de las lenguas europeas, especialmente del inglés.
A esta etapa pertenecen los escritores Yasunari Kawabata (1899 – 1972) y Okakura Kakuzo (1862 – 1913)
País de nieve (Yasunari Kawabata)
Kawabata
(1899 – 1972), conquistó para el Japón, en 1968, el primer premio Nobel de
Literatura. Los anteriores habían sido en física. Ganó fama como extraordinario
pintor de mujeres. La mayoría de sus libros se caracterizan por el sentido de
soledad y por las experiencias de sus viajes en su juventud. Ha sido
considerado por sus compatriotas como un “tesoro humano” dentro del ambiente
literario japonés.
Su gran obra: País de nieve, es la historia de un japonés -sin historia- que desde Tokio viaja cada año a las montañas para gozar de la compañía de las “geishas”. Podría aplicarse aquí lo que dijo el escritor español Pío Baroja: “Es posible una novela sin historia, sin arquitectura”.
Es un libro objetivo que no descarta los toques poéticos en algunas de las descripciones y en su enamoramiento de una muchacha de quien lo desconoce todo. Esta obra no acusa ningún problema: ni filosófico, ni social, ni existencial; los aspectos emocionales no llegan a ser conflictivos. El interés se centra en el paisaje, en el que la blancura de la nieve y el frío son personajes. Se desenvuelve como la novela clásica: en una composición lineal (desarrollo lógico de asuntos) y composición individual (la estructura de la novela se pliega para seguir al protagonista).
Son interesantes los apartes dedicados a la vida de las geishas, a los albergues, a las ferias de “Chijimi” (chijimi es la tela que se fabrica con el cáñamo cosechado en los campos). Dice: “El hilo se hila en la nieve y se teje en la nieve. Y es la nieve la que blanquea la tela. Toda la fabricación empieza y termina en la nieve. La tela del chijimi solo existe porque la nieve existe…”. (p. 215).
Los personajes principales: Shimamura, el hombre que resuelve su vida entre Tokio y una estación terminal, en cuyo albergue se deja amar por una geisha. Sus intereses residen en la danza y el ballet. Se deja llevar, se deja amar, se deja pensar… Los breves contactos con otras personas no dejan huellas en él. Este hombre hace parte de lo que el crítico Amorós llama “personajes round” que pueden tener varias facetas, no se pueden resumir en una frase y nos sorprenden al actuar.
Los restantes personajes participan del concepto del novelista y crítico Foster: “Los personajes de la novela de hoy son seres indecisos. Invisibles en sus tres cuartas partes, como los icebergs”.
En contraste con Shimamura está Komako, la mujer que se hizo geisha para pagar los gastos de la enfermedad de su antiguo novio, quien muere de tuberculosis. Komako, se entrega a este viajero que es Shimamura y llega a amarlo sin ninguna esperanza: él es un hombre con esposa e hijos, que cada año repite su viaje en busca de la geisha.
Yoko, la muchacha a quien el protagonista conoce en el tren: una mujer silenciosa, bella, pensativa; cuando habla, su voz acaricia, y su eco queda flotando largo tiempo en el oído y en el corazón de quien la escucha. Nada la ata a la vida. Yoko es como la ilusión: siempre insinuada, entrevista; inconquistada, imposible, distante.
El escritor Armel Guerne presenta esta obra en párrafos de sin igual belleza:
“La novela de la blancura. Cabe preguntarse si la música deliciosa y refinada de los sentidos, cultivada como una filosofía o como un arte y, hasta quizás, como una sabiduría, entendida más profundamente que la voz del corazón, escuchada en la prolongación de sus ecos hasta el alma del silencio interior, está dotada de una magia capaz de abrir a alguien las puertas de su libertad, de metamorfosear sus alegrías en dicha, y esta dicha en una serenidad que sería sinónimo de certidumbre, de plenitud y de paz. O por el contrario, debemos creer que solo detenta esta gracia redentora el doloroso amor, enteramente hecho de sacrifico y de silencio en la donación de sí mismo: ese suave calor inmaterial que nace y se propaga en lo más secreto del corazón, y el ciego misterio de una armonía inaudible, el amor más soberano que la carne atormentada que lo soporta”. (p. 13).
Su gran obra: País de nieve, es la historia de un japonés -sin historia- que desde Tokio viaja cada año a las montañas para gozar de la compañía de las “geishas”. Podría aplicarse aquí lo que dijo el escritor español Pío Baroja: “Es posible una novela sin historia, sin arquitectura”.
Es un libro objetivo que no descarta los toques poéticos en algunas de las descripciones y en su enamoramiento de una muchacha de quien lo desconoce todo. Esta obra no acusa ningún problema: ni filosófico, ni social, ni existencial; los aspectos emocionales no llegan a ser conflictivos. El interés se centra en el paisaje, en el que la blancura de la nieve y el frío son personajes. Se desenvuelve como la novela clásica: en una composición lineal (desarrollo lógico de asuntos) y composición individual (la estructura de la novela se pliega para seguir al protagonista).
Son interesantes los apartes dedicados a la vida de las geishas, a los albergues, a las ferias de “Chijimi” (chijimi es la tela que se fabrica con el cáñamo cosechado en los campos). Dice: “El hilo se hila en la nieve y se teje en la nieve. Y es la nieve la que blanquea la tela. Toda la fabricación empieza y termina en la nieve. La tela del chijimi solo existe porque la nieve existe…”. (p. 215).
Los personajes principales: Shimamura, el hombre que resuelve su vida entre Tokio y una estación terminal, en cuyo albergue se deja amar por una geisha. Sus intereses residen en la danza y el ballet. Se deja llevar, se deja amar, se deja pensar… Los breves contactos con otras personas no dejan huellas en él. Este hombre hace parte de lo que el crítico Amorós llama “personajes round” que pueden tener varias facetas, no se pueden resumir en una frase y nos sorprenden al actuar.
Los restantes personajes participan del concepto del novelista y crítico Foster: “Los personajes de la novela de hoy son seres indecisos. Invisibles en sus tres cuartas partes, como los icebergs”.
En contraste con Shimamura está Komako, la mujer que se hizo geisha para pagar los gastos de la enfermedad de su antiguo novio, quien muere de tuberculosis. Komako, se entrega a este viajero que es Shimamura y llega a amarlo sin ninguna esperanza: él es un hombre con esposa e hijos, que cada año repite su viaje en busca de la geisha.
Yoko, la muchacha a quien el protagonista conoce en el tren: una mujer silenciosa, bella, pensativa; cuando habla, su voz acaricia, y su eco queda flotando largo tiempo en el oído y en el corazón de quien la escucha. Nada la ata a la vida. Yoko es como la ilusión: siempre insinuada, entrevista; inconquistada, imposible, distante.
El escritor Armel Guerne presenta esta obra en párrafos de sin igual belleza:
“La novela de la blancura. Cabe preguntarse si la música deliciosa y refinada de los sentidos, cultivada como una filosofía o como un arte y, hasta quizás, como una sabiduría, entendida más profundamente que la voz del corazón, escuchada en la prolongación de sus ecos hasta el alma del silencio interior, está dotada de una magia capaz de abrir a alguien las puertas de su libertad, de metamorfosear sus alegrías en dicha, y esta dicha en una serenidad que sería sinónimo de certidumbre, de plenitud y de paz. O por el contrario, debemos creer que solo detenta esta gracia redentora el doloroso amor, enteramente hecho de sacrifico y de silencio en la donación de sí mismo: ese suave calor inmaterial que nace y se propaga en lo más secreto del corazón, y el ciego misterio de una armonía inaudible, el amor más soberano que la carne atormentada que lo soporta”. (p. 13).
El
libro del té (Okakura Kakuzo)
La historia del té, los ritos para su elaboración, la ceremonia para
tomarlo, están expresados con gran erudición en esta invaluable obra. Leemos
despaciosamente y vamos aprendiendo sobre la vida, sobre los sentimientos más
que sobre las pasiones, contenidas estas, por medio de la cortesía habitual en
los japoneses, por su civilización moral y por sus tradiciones, de cuya
pérdida habla el autor Kakuzo con cierta melancolía.
Y para entender el trascendente disfrute del té, hay escuelas especiales, pues cultivar el té, procesarlo y tomarlo es un arte; por eso el autor habla del “téismo”, haciendo hincapié en la tilde sobre la E, porque no son lo mismo: teísmo y téismo: el primero (con tilde en la i) es una creencia religiosa; el segundo vocablo nace para indicar el ceremonial del té.
Con una claridad de pensamiento y de palabra, expone las teorías del taoísmo y del zennismo; sus reflexiones en torno a su civilización; su religión; su dominio sobre las pasiones, sin renunciar a lo sentimental; el valor de la lealtad, practicada en el respeto y en la cortesía.
Y para entender el trascendente disfrute del té, hay escuelas especiales, pues cultivar el té, procesarlo y tomarlo es un arte; por eso el autor habla del “téismo”, haciendo hincapié en la tilde sobre la E, porque no son lo mismo: teísmo y téismo: el primero (con tilde en la i) es una creencia religiosa; el segundo vocablo nace para indicar el ceremonial del té.
Con una claridad de pensamiento y de palabra, expone las teorías del taoísmo y del zennismo; sus reflexiones en torno a su civilización; su religión; su dominio sobre las pasiones, sin renunciar a lo sentimental; el valor de la lealtad, practicada en el respeto y en la cortesía.
En El
libro del té, el lector puede precisar lo simbólico que es para los
japoneses el té, la trascendente significación que él tiene en su historia, en
su idiosincrasia. La siguiente frase es clave, si se lee despacio y con un poco
de hermenéutica. El autor – con cierta intención no libre de crítica - nos dice
a los occidentales:
“Nos acusáis de tener demasiado té, pero, ¿no podemos nosotros sospechar que a vosotros os falta té en vuestra constitución?”
Y, agrega: “El sabor del té posee un encanto sutil que lo hace irresistible y muy particularmente susceptible a la idealización”.
El lector avezado no puede dejar de descubrir los relampagueos poéticos:
“….bajó al jardín, y sacudiendo un árbol, llenó el suelo de púrpura y de oro, ¡pedazos del manto de brocado del otoño!”
Y, su concepción artística:
“El arte no tiene valor más que en cuanto habla de nuestra sensibilidad….; de la melancolía…”.
Inmediatamente se enciende en el lector ese secreto sentimiento, esa esencia de vida que es el goce de las pequeñas cosas…
La historia literaria universal registra rápidamente al autor como a “un escritor para jóvenes, invitándolos a conocer sus tradiciones japonesas, y a no dejarse llevar por la invasión de los ideales occidentales”.
Es que los años de 1900 fueron una etapa muy convulsa en la historia del Japón: salía del feudalismo y abría su conexión con el mundo.
Kakuzo - afirman los literatos - “tiene influencia del escritor japonés, Tanizaki, especialmente de su obra “El elogio de la sombra”, donde expone “la belleza de las cosas que han sido usadas”.
Es decir, ¡las cosas que tienen las marcas imborrables del tiempo!
En japonés, es costumbre referirse a los escritores, escribiendo primero el apellido y luego el nombre. Kakuzo fue filósofo, artista; escribió sobre historia e incursionó en crítica sobre el arte de su país. Defensor de las tradiciones ancestrales japonesas, acorraladas por la modernización y la cultura occidental.
“Nos acusáis de tener demasiado té, pero, ¿no podemos nosotros sospechar que a vosotros os falta té en vuestra constitución?”
Y, agrega: “El sabor del té posee un encanto sutil que lo hace irresistible y muy particularmente susceptible a la idealización”.
El lector avezado no puede dejar de descubrir los relampagueos poéticos:
“….bajó al jardín, y sacudiendo un árbol, llenó el suelo de púrpura y de oro, ¡pedazos del manto de brocado del otoño!”
Y, su concepción artística:
“El arte no tiene valor más que en cuanto habla de nuestra sensibilidad….; de la melancolía…”.
Inmediatamente se enciende en el lector ese secreto sentimiento, esa esencia de vida que es el goce de las pequeñas cosas…
La historia literaria universal registra rápidamente al autor como a “un escritor para jóvenes, invitándolos a conocer sus tradiciones japonesas, y a no dejarse llevar por la invasión de los ideales occidentales”.
Es que los años de 1900 fueron una etapa muy convulsa en la historia del Japón: salía del feudalismo y abría su conexión con el mundo.
Kakuzo - afirman los literatos - “tiene influencia del escritor japonés, Tanizaki, especialmente de su obra “El elogio de la sombra”, donde expone “la belleza de las cosas que han sido usadas”.
Es decir, ¡las cosas que tienen las marcas imborrables del tiempo!
En japonés, es costumbre referirse a los escritores, escribiendo primero el apellido y luego el nombre. Kakuzo fue filósofo, artista; escribió sobre historia e incursionó en crítica sobre el arte de su país. Defensor de las tradiciones ancestrales japonesas, acorraladas por la modernización y la cultura occidental.
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