Ishiguro, “un autor de
enorme integridad”
27 mayo de 2018 - 02:00 PM
La maestra Lucila González de Chaves presenta tres
de las obras por las que el ganador del Nobel 2017 mereció el reconocimiento
global.
Cortesía
La maestra Lucila González de Chaves reseña tres de las obras del nobel
2017, Kazuo Ishiguro. EL MUNDO
Así califica la Academia Sueca al escritor japonés Kazuo Ishiguro,
refiriéndose a sus inigualables dotes de novelista elegante, claro,
sosegado…merecedor del Premio Nobel de Literatura, edición 2017.
De tan sorprendente autor, hemos leído tres obras:
1. Un artista del mundo flotante
Es su segunda novela, y uno se pregunta cómo un escritor nacido
en Nagasaki en l954, pero que desde 1960 se traslada a Inglaterra, puede
recrear con tanta pureza en el recuerdo y con tanta maestría, el tiempo y la
cultura y las costumbres del pueblo japonés.
En boca del personaje central, Masuji Ono, el gran pintor y respetado
“Sensei” (Maestro) pone estas palabras para sus alumnos de pintura:
“En mi juventud…. tuve una experiencia que me enseñó a no seguir nunca
ciegamente a la masa, sino a considerar primero en qué dirección me estaban
arrastrando. Y si hay algo que he intentado inculcaros a todos vosotros, ha
sido que no os dejéis llevar por las circunstancias... Si la frivolidad y el
mal gusto son dos cosas que han estado predominando a nuestro alrededor, en
estos momentos aflora en Japón un espíritu mucho más noble y varonil del que
formáis parte. Mi mayor deseo es que no abandonéis este nuevo espíritu y
lleguéis a convertiros en sus principales representantes”. (p. 63, tercera
edición, 2017).
Así fue quedando atrás el normativo y estricto modelo de pintar, el
explorado “mundo flotante” de la ciudad, o lo que es lo mismo: “el mundo
nocturno del placer, el ocio y la embriaguez que constituían de hecho el fondo
de todos nuestros cuadros”. (p- 155)
Este “Sensei” es de gran ternura, cortesía, simplicidad magistral, de un
equilibrio espiritual y emocional a prueba de todas las controversias
culturales y desencuentros familiares; son modelo su cautela y su
prudencia para expresar una inconformidad o para imponer su ideología.
Su discurrir lingüístico (una sabia y acertada traducción de Mauricio
Bach) es claro, limpio, sereno, sin atropellos al cerebro, ni al corazón, ni a
los “buenos modales”, ni a sus semejantes. Las descripciones son, más que
lingüísticas, pinturas trazadas lenta y magistralmente, con el fino pincel de
una profunda y educada sensibilidad artística y humana.
Ono, el “Sensei”, es pundonoroso y sincero para contar frente a sus
lectores, que le “escuchamos” embelesados (nos habla directamente), historias
del pasado y de su presente en el doloroso marco de la destrucción de Japón
durante la Segunda Guerra Mundial, de las modalidades de una democracia que
empieza a instaurarse en su país, y las nostalgias de las costumbres y de las
cosas idas o definitivamente perdidas a causa de la guerra.
2. Nunca me abandones
Esta vez, Ishiguro Kazuo da cuenta de la vida y las
vicisitudes, en Londres, de los muchachos de uno y otro sexo, que son clones
(experimento científico de la segunda mitad del siglo XX), criados y educados
en el internado de Hailsham (Inglaterra).
Kathy, uno de los tres protagonistas (Ruth, Tommy y Kathy), un personaje
omnisciente, quien a sus treinta años empieza a rememorar historias del
internado, a vivir las peripecias de su vida de “cuidadora”, a asistir a los
contrastados momentos vivenciales de sus amigos.
Tommy, es un joven pendenciero, quien en un tiempo tuvo que soportar el
“bullying” de los compañeros, y ser víctima de todas las bromas crueles en
presencia de los “custodios”, los “cuidadores”, es decir, los maestros…. Pero,
hay alguien que lo saca de las tinieblas en que lo sumen su poca competencia
para algunos deberes artísticos y el matoneo de los internos: es “la señorita
Lucy” quien le dice algo inexplicable:
“…Si no quieres ser creativo, si realmente no te apetece serlo, pues no
pasa nada; no es nada anormal ni cosa parecida”. Tommy piensa: “Hay al menos
una persona en Hailsham que no piensa como todo el mundo; cree que eres un buen
alumno (clon) y no importa en absoluto la creatividad que tengas” (p. 43)
Es la misma “señorita Lucy” quien días después se atreve a decirles a
todos los clones (“alumnos”) la verdad: “Sois estudiantes. Pero sois... especiales. Mantener
en óptimo estado el interior de vuestro cuerpo es mucho más importante para
cada uno de vosotros...” (p. 92).
“Vuestras vidas están fijadas de antemano. Os haréis adultos y
luego, antes de que lleguéis a la edad mediana, empezaréis a donar todos vuestros
órganos vitales. Para eso es para lo que cada uno de vosotros fue creado. Se os
trajo a este mundo con una finalidad y vuestro futuro ha sido decidido de
antemano. Abandonaréis a Hailsham dentro de poco, y no pasará mucho tiempo
antes de que llegue el día en que os preparéis para vuestras primeras
donaciones... tenéis que saber quiénes sois y lo que os espera en la vida”. (p.
107).
Unas situaciones de programación de seres humanos que nos traen a la
memoria la novela de ciencia-ficción del escritor Aldous Huxley, El mundo feliz”.
(Un título, por cierto, bastante irónico).
Estos muchachos son diferentes de sus custodios y de la gente normal del
mundo exterior; son clones educados con un fin primordial: en un futuro, en
sucesivas donaciones darán sus órganos: una primera, una segunda, una tercera,
a veces, hasta una cuarta donación, hasta “completar” (morir). Saben que son
estériles y que nunca tendrán hijos, de la misma manera que no tienen padres.
Con estos pensamientos, Kathy la narradora confiesa su apego a un casete, y a
una canción en especial: “Nunca me abandones”. A sus once años – dice – “esa
canción me llegó de verdad”... la asocia con una madre y su bebé en brazos a
quien, por el miedo de perderlo, le canta “nunca me abandones”.
Mientras pasan los años de educación, el autor Ishiguro, se
detiene sin prisa en minucias; parece que disfruta este andar despacioso por
cada actividad, por cada sueño, por cada miedo de todos y cada uno de los
internos que llevan muchos años sin conocer el mundo de afuera. Es un
autor miniaturista y denso. La psicología, la observación, su desempeño como un
bisturí que todo lo penetra y lo hurga, las continuas deducciones; además, las
asombrosas intuiciones de Kathy son caminos que llevan esta novela hacia otros
puntos más profundos de análisis.
Serán Kathy y Tommy quienes confirmen que aquella hermosa ilusión (los
“aplazamientos”) nunca fue ni pudo ser verdad.
Al cerrar el libro, nos quedan sensaciones tan dolorosas como:
desamparo, soledad, frustración, tristeza, incertidumbre, fracasos, impotencia,
orfandad….
¡Una asombrosa obra literaria!
3. Los restos del día
Una novela que entre 1990 y 2017 ha alcanzado nueve ediciones.
Su marco espacial es Londres con sus brillantes y gentiles lores y su
séquito de servidores, sus inmensas posesiones territoriales por tradición, con
sus negocios de traspasos de mansiones.
El marco histórico es lo que casi toda Europa tuvo que sufrir después de
la Segunda Guerra Mundial.
Un hombre inglés trabaja como mayordomo de un mister norteamericano,
Farraday, que ha comprado las posesiones de un célebre noble londinense: Lord
Darlington. (¡Qué diferencias entre un inglés de la nobleza y un
norteamericano!).
Es uno de los que llaman “mayordomo de dignidad”; un mayordomo de tanta
altura profesional y tan convencido de lo suyo que se atreve a criticar: “...
mi generación ha concedido demasiada importancia y desperdiciado su tiempo y
sus energías ejercitando nuestra dicción y perfeccionando nuestro lenguaje, a
las horas que hemos pasado consultando enciclopedias y publicaciones para
ampliar nuestros conocimientos, en lugar de dedicarnos a dominar los principios
básicos de nuestra profesión”. (p. 43).
A este mayordomo, su patrón le ha dado seis días de descanso y le ha
prestado su lujoso coche para que recorra parte del territorio londinense. En
ese viaje de descanso, el señor Stevens reflexiona sobre su trabajo de
mayordomo, sobre los empleados que están a su cargo: amas de llaves, como la
inolvidable Miss Kenton, las criadas, los lacayos, etc.
Piensa, asimismo, sobre los estragos dejados por la guerra y el
comportamiento posterior, político e ideológico de algunos países europeos.
Monologa sobre la rigidez de esos protocolos de la nobleza, en la que un
mayordomo no tiene derecho ni tiempo para asistir a su padre en el momento de
su muerte, que su sonrisa debe estar presente en todo momento en asentimiento
de todo cuanto digan y piensen sus señores; ¡el manejo de “la dignidad”, la
mayor exigencia!
El último día de su viaje, al atardecer, con los últimos rayos del sol
(“Los restos del día”), el señor Stevens descubre en sus últimas y
desconsoladoras reflexiones que ha sido, él, un perfecto servidor de patrones
nada sinceros ideológicamente, y que vivió, a su servicio, una vida equivocada
e inútil.
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