APARTES DE LOS DISCURSOS DEL PAPA FRANCISCO
EN SU VIAJE A GRECIA. DICIEMBRE 2021
EN CHIPRE:
(Obispos, sacerdotes y
religiosas)
…... necesitamos
una Iglesia paciente.
Una Iglesia que no se deja turbar y desconcertar por los cambios, sino que
acoge serenamente la novedad y discierne las situaciones a la luz del Evangelio.
(A los ministros) …Como
Bernabé, también ustedes están llamados a cultivar una mirada paciente y atenta,
a ser signos visibles y creíbles de la paciencia de Dios que nunca deja a nadie
fuera de casa, privado de su tierno abrazo
……No sirve ser impulsivos y
agresivos, nostálgicos o quejumbrosos, es mejor seguir adelante leyendo los
signos de los tiempos y también los signos de la crisis. Es necesario volver a
comenzar y anunciar el Evangelio con paciencia, sobre todo a las nuevas
generaciones.
La obra que el Señor realiza
en la vida de cada persona es una historia sagrada, dejémonos apasionar por
ella. En la multiforme variedad de su pueblo (Chipre), paciencia significa
también tener oídos y corazón para acoger sensibilidades espirituales
diferentes, modos de expresar la fe distintos, y culturas diversas. La Iglesia
no quiere uniformar, sino integrar con paciencia.
……es feo no discutir nunca. Cuando hay
“esta paz”, muy rigorista, no es de Dios. En una familia, los hermanos y
hermanas discuten. Yo sospecho de aquellos que no discuten nunca. Algo
esconden, siempre.
Esta es la fraternidad en la Iglesia, se puede
discutir sobre visiones, sensibilidades e ideas diferentes. - Y decirse las
cosas en la cara, con sinceridad, en ciertos casos ayuda, es ocasión de
crecimiento y de cambio. Pero recordemos siempre que no se discute para hacerse
la guerra, para imponerse, sino para expresar y vivir la vitalidad del
Espíritu, que es amor y comunión. Se discute, pero seguimos siendo hermanos.
………no debemos sentir la
diversidad como una amenaza contra la identidad, ni debemos recelar y
preocuparnos de los respectivos espacios. Si caemos en esta tentación crece el
miedo, el miedo genera desconfianza, la desconfianza conduce a la sospecha y,
antes o después, lleva a la guerra.
EN ATENAS
(Ante la presidenta de Grecia y el cuerpo
diplomático)
“sin Atenas y sin Grecia, Europa y el mundo no
serían lo que son: serían menos sabios y menos felices” …
….. “desde el Monte Olimpo a la Acrópolis y al
Monte Athos, Grecia invita al hombre de todos los tiempos a orientar el viaje
de la vida hacia lo alto: hacia Dios, porque necesitamos de la trascendencia para ser
verdaderamente humanos”.
“Desde esta ciudad, desde esta cuna de la civilización
se elevó́ -y que siga elevándose siempre- un mensaje orientado hacia lo alto y
hacia el otro; que a las seducciones del autoritarismo responda con la
democracia; que a la indiferencia individualista oponga el cuidado del otro,
del pobre y de la creación, pilares
esenciales para un humanismo renovado, que es lo que necesitan
nuestros tiempos y nuestra Europa”.
…. en Grecia nació la democracia, allí el
hombre tomó conciencia de ser ‘un animal político’ y, como parte de una
comunidad, vio en los otros no solo sujetos, sino ciudadanos con los que
organizar juntos la polis”
…; “la política es algo bueno y así́ debe ser en la práctica, en cuanto
responsabilidad suprema del ciudadano, en cuanto arte del bien común.
……hoy, no solo en el
continente europeo, se registra un retroceso
de la democracia. Esta requiere la participación y la implicación
de todos y por tanto exige esfuerzo y paciencia; la democracia es compleja,
mientras el autoritarismo es expeditivo y las promesas fáciles propuestas por
los populismos, se muestran atrayentes.
……. “pasar
del partidismo a la participación; del mero compromiso por
sostener la propia facción a implicarse activamente por la promoción de todos.
“Del partidismo a la participación. Es la motivación
que nos debe impulsar en varios frentes: pienso en el clima, en la pandemia, en
el mercado común y sobre todo, en las pobrezas extendidas”.
El Papa Francisco escribió en
el Libro de Honor durante su visita al Palacio Presidencial: "Dios bendiga
a Grecia, la 'memoria de Europa'".
EN LESBOS
(los inmigrantes)
La pandemia nos ha afectado
globalmente, nos ha hecho sentir a todos en la misma barca, nos ha hecho
experimentar lo que significa tener los mismos miedos. Hemos comprendido que
las grandes cuestiones se afrontan juntos, porque en el mundo de hoy las
soluciones fragmentadas son inadecuadas.
………algo parece que se está
moviendo en la lucha contra el cambio climático, todo parece terriblemente
opaco en lo que se refiere a las migraciones. Y, sin embargo, están en juego
personas, vidas humanas. Está en juego el futuro de todos, que sólo será sereno
si está integrado. El futuro sólo será próspero si se reconcilia con los más
débiles. Porque cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz. Cierres y
nacionalismos —nos enseña la historia— llevan a consecuencias desastrosas. En
efecto, como ha recordado el Concilio Vaticano II, «es absolutamente necesario
el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su
dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la
paz» (Const. past. Gaudium et spes, 78).
Es una ilusión pensar que
basta con salvaguardarnos a nosotros mismos, defendiéndonos de los más débiles
que llaman a la puerta. El futuro nos pondrá cada vez más en contacto unos con
otros; para orientarlo hacia el bien no sirven acciones unilaterales, sino
políticas más amplias. La historia, repito, nos enseña, pero todavía no hemos
aprendido. Que no se vuelvan las espaldas a la realidad, que termine el
continuo rebote de responsabilidades, que no se delegue siempre a los otros la
cuestión migratoria, como si a ninguno le importara y fuese sólo una carga
inútil que alguno se ve obligado a soportar.
En este domingo, ruego a Dios
que nos despierte del olvido de quien sufre, que nos sacuda del individualismo
que excluye, que despierte los corazones sordos a las necesidades del prójimo.
Y ruego también al hombre, a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la
indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a
muerte a quienes están en los márgenes. Afrontemos desde su raíz al pensamiento
dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y
nacionales, que se convierten en medida y criterio de todo.
¡cuántas condiciones
indignas del hombre! ¡Cuántos puntos críticos donde los migrantes y refugiados
viven en situaciones límite, sin vislumbrar soluciones en el horizonte! Y, sin
embargo, el respeto a las personas y a los derechos humanos —especialmente en
el continente que no cesa de promoverlos en el mundo— debería ser salvaguardado
siempre, y la dignidad de cada uno debería ser antepuesta a todo. Es triste
escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir
muros, para construir alambres de púas. Estamos en los tiempos de los muros y
los alambres de púas. Ciertamente, los temores y las inseguridades, las
dificultades y los peligros son comprensibles. El cansancio y la frustración,
agudizados por la crisis económica y pandémica, se perciben, pero no es
levantando barreras como se resuelven los problemas y se mejora la convivencia,
sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades
reales de cada uno y en el respeto de la legalidad, poniendo siempre en primer
lugar el valor irrenunciable de la vida de todo hombre. Cito una vez más a Elie
Wiesel: «Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana
está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes» (Discurso de
aceptación del Premio Nobel de la paz, 10 diciembre 1986).
El Mediterráneo, que
durante milenios ha unido pueblos diversos y tierras distantes, se está
convirtiendo en un frío cementerio sin lápidas. Esta gran cuenca de agua, cuna
de tantas civilizaciones, ahora parece un espejo de muerte. ¡No dejemos que
el mare nostrum se
convierta en un desolador mare
mortuum, ni que este lugar de encuentro se vuelva un escenario de
conflictos! No permitamos que este “mar de los recuerdos” se transforme en el
“mar del olvido”. Les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!
Que María Santísima nos enseñe
a anteponer la realidad del hombre a las ideas e ideologías, y a dar pasos
ágiles al encuentro del que sufre.
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