

Algunos libros, ¡siempre
maestros!
29 mayo de 2019 - 09:04 PM
Entre los
años 1940 y 1950, la “Feria del libro” (así se llamaba tan exclusivo acontecimiento
cultural en Medellín), se llevaba a cabo en el mes de septiembre, en una de las
enormes casas de la avenida La Playa, a unas dos cuadras del Palacio de Bellas
Artes.
Tenía yo
catorce años y cursaba mi bachillerato pedagógico en el Instituto Central
Femenino, hoy CEFA. Entonces, empezaba a contar mis ahorros (cero mediamañanas
y algos, y menos los mamoncillos de la época) para poder hacer presencia en la
Feria.
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interior
Cada
libro era un espíritu encantador lleno de magia y, por tanto, atrayente;
pero mis centavos (no digo pesos) no alcanzaban para muchos libros,
había que elegir. Y, como desde siempre, me acompañó una misteriosa y
urgente necesidad de “encontrarme”, de “verme”, de “ubicarme”, quizás a causa
de una doble orfandad a muy temprana edad y de una niñez solitaria y tímida, mi
mayor alegría era ir todos los días a la Feria: era enorme mi
alelamiento frente a una de las mesas de la entrada, en donde había muchos
libros llamativos, cuyas portadas en vivos colores y letras, la Editorial
TOR (Río de Janeiro 760) llevaba las de ganar: era la editorial de moda y sus
escritores, los grandes maestros, en literatura, y, sobre todo, en la
estructuración de la personalidad, según la “clase-información” que nos daban
los dos sabios libreros de entonces: Jaime Navarro y Luis Eduardo Marín. Con
esa motivación, encontré entre los autores al francés Paul Clemente Jagot (1889
– 1962).
Eran
muchos los títulos de este mismo escritor: El poder de la
voluntad (cómo aplicar la fuerza mental y la tenacidad); El arte de
hablar bien y con persuasión; Hipnotismo a distancia; La educación del estilo;
El libro renovador de los nerviosos, etc., que elegir era una tortura.
A un peso con cincuenta centavos cada libro, solo alcanzaba a comprar tres; y
otros dos o tres de otros autores como Amado Nervo o Constancio C. Vigil, y
Dostoievski, que ya en ese entonces, tanto me gustaba.
Un poco
más tarde, profundizando en nuestros estudios, fui sabiendo de psicología, de
filosofía, de métodos, de proyectos, de interacción, del compromiso de expresar
bien el pensamiento y la emoción, de la necesaria educación personal del
comportamiento, etc., etc.
Y,
encontré la información sobre el autor que me había conquistado en la
Feria: Paul Jagot; escribía libros sobre el desarrollo personal, sobre
el dominio de sí mismo, de la timidez (mi peor enemigo en ese entonces, y
también ahora), era guía y maestro en educar la voluntad, perfeccionar la
expresión oral, derrotar el nerviosismo, y aseguraba que todo ello se lograba
por la propia voluntad y no por las leyes morales o sociales.
Era
doctor en psicología, apasionado por el hipnotismo el que descubrió cuando
tenía solo dieciocho años. Mi profesor de psicología, doctor Téllez, dijo en
clase, que lo que los libros de este autor pudieran ofrecer al lector, estaba
dentro de cada uno, dentro de lo personal, y su valor dependía de si
solo se pasaba de simple lector a ser un lector receptivo.
Es muy
posible que todo esto se considere anticuado; pero en mis lecturas de lo nuevo
y moderno, encuentro que estos temas están hoy expresados en lenguajes de
científicos; con vocabulario y semánticas de cada siglo, según sus nuevas
complicaciones de exponer y convencer.
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De estos
libros, a pesar de su propia vejez y de la mía, extraigo algunos conceptos….
a) “Es
preciso buscar el aislamiento por lo menos una hora por día. Así, el nervioso
se ahorrará una buena dosis de influjo nervioso, pues suspende dos funciones
que desgastan considerablemente: la audición atenta y la palabra.
“No se
trata de una medida molesta y toda persona podrá acomodarla a sus necesidades.
Si “la hora de aislamiento” se efectúa en un lugar oscuro, su efecto
dinamogenético aumentará, ya que dos de los sentidos, la vista y el oído,
cesarán en su funcionamiento, y no demandarán ningún desgaste de influjo
nervioso […].
“Es un
sueño letargoide, equilibrador y reconstituyente. Manejarlo con disciplina y
concentración:
1.
Mantener la intención de dejar de pensar.
2.
Disociar la atención de todo género de ideas o de toda imagen que tienda a
persistir”.
b) “La
atención restrictiva de la palabra asegura una rápida reconfortación. Todo
exceso oratorio va seguido de una depresión; y, al contrario, algunas
horas de silencio constituyen para el espíritu y los nervios, un verdadero
tónico.
c)
“Siempre tendremos que hablar; pero cada cual puede ahorrar un número
de palabras, reemplazando las frases espontáneas por una frase bien pensada….
La sola abstención de palabras inútiles deja disponible en el organismo una
cantidad de energía beneficiosa”.
(El
libro renovador de los nerviosos. - p.34)
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