MUERTE DEL EXPRESIDENTE BELISARIO BETANCURTERNA FISCAL AD HOCCORREDOR VERDE DE LA AV. ORIENTALALUMBRADOS DE MEDELLÍN
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CULTURA
o
Las
letras de Lucila González de Chaves
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Su biblioteca está menguada porque ha
ido regalando los libros. Lucila estuvo casada con el músico Luis Eduardo
Chaves y tiene cuatro hijos.
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LIBROS
POR JOHN SALDARRIAGA |
EN DEFINITIVA
Lucila González de Chaves es profesora desde el
decenio de 1940. Gran aporte a la educación lo constituye su serie Español
y Literatura, texto de enseñanza en colegios por más de 30 años.
Si Lucila González de Chaves no hubiera sido maestra, su espíritu seguro
se hubiera marchitado.
A
esta conclusión llega quien se acerque y hable con ella. Más que locuacidad, la
suya es una elocuencia cargada de amor por ese oficio.
Sentada
ante su computador, en su salón de estudio, acompañada por un órgano enmudecido
desde 2011 cuando murió el maestro del canto lírico Luis Eduardo Chaves, su esposo, ella cuenta historias de su vida,
que comenzó, según dice, “en el año uno de la era cristiana”. La va contando
como una novela, a veces da saltos en el tiempo, hacia atrás, hacia adelante.
“Mi
papá murió cuando yo tenía tres años, cuando se descarriló el tren en
Medellín”, es decir, en 1930. Su madre se fue a Titiribí, de donde era oriunda.
Allí se incorporó al seno de su familia. Lucila cursó la primaria hasta “la
preparatoria”, pero no había nada más que estudiar.
—Tengo
que seguir estudiando —le dijo a su abuelo.
—Y
dónde, muchachita.
—No
sé, pero yo no me puedo quedar así.
Buscaron
por todas partes. El abuelo descartó la posibilidad de que se fuera para
Boyacá, por lejos.
Les
hablaron del Instituto Central Femenino, el Cefa, fundado por Joaquín Vallejo Arbeláez en 1935 para que las mujeres pudieran
capacitarse y vincularse al mercado laboral, puesto que era liberal —como
Lucila—.
—¿Usted
va a matricular a la niña en un colegio liberal y ateo? —le preguntó al abuelo
el cura del pueblo.
—Uno
es lo que es en cualquier parte —le respondió y envió a Lucila a estudiar en
Medellín.
“Para
graduarme en pedagogía debía presentar una tesis. Metían en una bolsa los
papelitos con los temas de las investigaciones. Por turno, las alumnas íbamos
metiendo la mano y sacando uno. Metí la mano y ¡adivine qué me salió! ¡El café!
Sentí que me había ganado la lotería, porque crecí entre cafetales, jugando con
los granitos”.
Con
su título en la mano, fue nombrada profesora en Amagá. A los dos meses, la
trasladaron para Rionegro. Con menos de 20 años, Lucila González Restrepo—este es el apellido materno—fue nombrada rectora
de la Normal. Los profesores eran mayores que ella.
El
Bogotazo la encontró en el colegio. Se enteró de él junto a sus compañeras en
un radiecito que encendían un rato después de almuerzo.
“Las
ansias de libertad de multitudes de personas liberales se fueron acumulando
desde 1946, cuando el partido perdió las elecciones por haber llegado dividido.
Se perdieron 16 años en el poder. Con el asesinato del líder, Jorge Eliécer Gaitán, explotó la violencia”.
Los
conservadores decidieron destituirla con cualquier argumento. Ella, sin
inmutarse, porque uno a esa edad no se echa a morir por nada, volvió a Titiribí
a hacer de asistente de su tía, también maestra.
Le
decía: “andá y dictales a los niños la clase de canto”, y ella iba y cantaba;
“andá a darles la de dibujo”, y ella les dibujaba algo en el tablero... Y así
pasó un año, “mejor dicho, vagando y tomando tinto, leyendo y hablando en el
parque con quien tuviera una charla interesante”.
El cartón
Lucila
volvió a Medellín y retomó su labor de docente en un colegio del barrio Sucre.
Ingresó a la Universidad de Antioquia, en la plazuela San Ignacio, a estudiar
Letras.
“El
cartón, que recibí por allá en el 51 o 52, decía: ‘Experta en Letras’”.
Para
ganarlo había “estudiado literatura a lo loco”, universal, norteamericana...
“Pero
imagínese: en América Latina no había llegado el boom. De
este continente leíamos obras de la venezolana Teresa de la Parra (Ifigenia y Las
memorias de mamá Blanca), a la
chilena Gabriela Mistral... De Colombia, claro, la poesía de Silva,
la María de
Isaacs... Y La vorágine, de José
Eustasio Rivera. Para mí, la mejor novela
nuestra de todos los tiempos. Reúne todas las corrientes: naturalismo,
costumbrismo, tiene poesía e intriga. No más recuerde ese final:
El
último cable del cónsul, dirigido al señor ministro y relacionado con la suerte
de Arturo Cova y sus compañeros, dice textualmente:
‘Hace
cinco meses búscalos en vano Clemente Silva.
Ni
rastro de ellos.
¡Los
devoró la selva!
Fui
a exponerlo ante mi profesor Juan
de Garganta, un español, y comencé por el
final, a pesar de que se usaba era del principio al fin.
—¿Por
qué comienza por el final —me preguntó.
—Porque
me parece que ese final tiene un gran sensacionalismo”.
Lucila
cuenta que De Garganta le cuestionó el término. Ella lo defendió hablando de
las sensaciones diversas que le había causado.
—Siéntese
—le dijo el español.
Después,
al averiguar su nota, encontró que había sido eximida del examen final. Esa
exposición suya había sido “un tiro al blanco”.
Los libros
La
vida de esta educadora es sin duda una novela. Sin embargo, nadie me perdonaría
si no cuento la historia de la serie de libros educativos Español y Literatura, que marcaron la pauta en la enseñanza del
bachillerato por unos 30 años.
Todo
comenzó con el cambio de programa de español, dispuesto por el Ministerio de
Educación, en 1973.
Hasta
ese año, “esta materia no tenía sino tres cosas: ortografía, gramática y
literatura. Con la reforma, aparecieron mil cosas: fonética, sintaxis,
etimología, lectura... Todo estaba mezclado de tal modo que resultaba
inmanejable. Cuando vimos ese programa, dijimos: ¡Qué susto!”.
Lucila,
con vocación de pedagoga, se quedaba hasta tarde en el estudio de esta misma
casa de La Floresta —allí ha vivido por 60 años, dándole orden al maremágnum.
Tomó
hoja por hoja de aquel cartapacio y fue separando cada uno de los componentes.
Formó un cerro de fonética, otro de gramática y así sucesivamente. Como no se
podían dictar separadamente, fue articulándolas con explicaciones y ejercicios,
en unidades, porque entonces no se hablaba de módulos.
“Cuando
logré entenderlo y ordenarlo todo, yo estaba feliz y los alumnos lo sentían”.
Entonces,
en la Editorial Bedout se enteraron, quién sabe cómo, de que una profesora del
Cefa llamada Lucila González de Chaves tenía su propio método para enseñar español y
literatura. La buscaron. Les dio una copia de su libro de grado sexto —no se
decía undécimo grado, como hoy—, el único que dictaba.
—¿Dónde
está el de quinto?
—No
hay.
—Pues
debe hacerlo.
Y
así fue saliendo la serie, del último al primero. Pronto se convirtió en best seller.Lucila
les solucionó un problema, no solo a los profesores de Antioquia sino del país.
CONTEXTO DE LA NOTICIA
PARÉNTESIS SIGUE LEYENDO Y
ESCRIBIENDO
Esta
profesora, conocida en Colombia por la serie de libros de enseñanza de Español
y Literatura, nació en Medellín, en abril de 1927.
En
la docencia, ha pasado por todos los niveles: desde primero elemental hasta el
universitario.
Se
jubiló en el 2000, pero no ha dejado de trabajar: dicta conferencias, fue
columnista del Suplemento Dominical de El Colombiano y es columnista de El
Mundo. Ha publicado los libros Literatura.
Investigación, lecturas y análisis, Cien mujeres y Carta abierta a un maestro.
Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo
narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de
las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William
Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros.
Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y
la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio
de la Sociedad Interamericana de Prensa.
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