¿POR QUÉ
ESCRIBIR? ¿CÓMO HACERLO?
Lucila
González de Chaves
lugore55@gmail.com
Saber escribir supone unas
normas, la voluntad de respetarlas y un esfuerzo para llegar a descubrir las
riquezas de la propia lengua.
Saber escribir exige cuatro cualidades:
claridad, precisión, elegancia y sensibilidad.
En el momento actual, muchos
se preguntarán: ¿Por qué hay que escribir? ¿No estamos en la era de lo
audiovisual? ¿No estamos en la civilización de la imagen?
Ocurre que cada vez se enseña
más, según métodos audiovisuales, y la televisión escolar tiene ahora muchos
seguidores; incluso, muchos escritores han abandonado la literatura y se han
pasado al cine.
Ninguna imagen, ninguna voz,
podrá sustituir las palabras y las frases que tracemos en el papel, y sobre las
cuales podremos reflexionar, resaltar un matiz, introducir una sutileza que dé
a nuestro pensamiento todo su valor.
Son muchas las circunstancias
en las cuales necesitamos escribir:
Para comunicar una información
general o personal.
Para solicitar una información
o un servicio.
Para expresar un sentimiento o
una emoción.
Para convencer o conmover.
Para poner orden en nuestras
propias ideas, para ver más claro dentro de nosotros.
Por el simple placer de
comunicarnos con una persona que queremos o admiramos.
Para huir de la soledad, para
salir de nosotros mismos.
Porque lo escrito permanece.
Porque lo escrito se recuerda
más que lo oral.
Algunas
recomendaciones para escribir:
Cuando se escriben frases muy
largas, se deben simplificar, eliminando despiadadamente las palabras inútiles.
Evitar las jergas, aún las que
estén de moda; los términos oscuros, o las imágenes equívocas. En cambio,
utilizar imágenes que le lleguen con claridad al lector. La prensa y la
publicidad nos están dando titulares llenos de imágenes chocantes, cuando no,
contradictorias.
Escribir las palabras
adecuadas en el lugar que les corresponde. Cuanto más rico sea el vocabulario,
mayores serán las posibilidades de una correcta redacción. Desgraciadamente nos
están invadiendo las palabras que sirven para todo y limitan la comunicación,
incluso, la convierten en ambigua. Empleamos en todo momento palabras como:
espectacular, funcional, problemático, estupendo, lindo, bellísimo, percepción,
extraordinario, mundial y otras más; todas las que se van poniendo de moda.
Dice el escritor francés
Jean-Pierre Saïdah: “Sólo el lenguaje diplomático está repleto de matices o
subterfugios que permiten que el interlocutor caiga en la trampa de las
palabras, de los sentidos supuestos, de los sentidos ocultos o de los sentidos
claros”.
Las palabras pueden, a veces,
ser equívocas y falsear el sentido del deseo de comunicarnos. Debemos aprender
a sopesarlas, sin olvidarnos de utilizar dos balanzas: la nuestra y la de
lector.
Evitar el abuso de definiciones
y de frases que empiecen así: ‘yo pienso que’, ‘no es eso precisamente lo que
yo quería decir’, ‘me atrevería a insinuar, a sugerir’, ‘dicho de otra manera’,
‘a propósito, yo sugeriría’, etc.
Evitar frases caracoleantes,
barrocas que desarrollan largamente lo que bien podría decirse en una, dos o
tres palabras.
Evitar los pleonasmos, muy
frecuentes especialmente en la conversación. Ejemplos viciosos: lo dijo
totalmente todo; el primer número uno de la lista; previó con anticipación el
hecho; subió arriba y se sentó en el asiento; entrar adentro; venir de otra
parte; salir de dentro; una frase de palabras; anda moviéndose; habló diciendo,
etc.
3. Los adjetivos son palabras difíciles de manejar: se peca por
pobreza, o por abundancia, o por uso impreciso y vago de dichos
adjetivos. Si abusamos de ellos, acaban por ser palabras
"vacías".
No emplear los adjetivos
degradados en busca de fuerza efectiva. Ejemplos: una película espectacular;
unos zapatos espectaculares; un libro ¡bárbaro!; ¡Qué talento más bestial!
Prescindir de grupos de
adjetivos, como: solo y único; primero y antes que todo; es alto y derecho;
cabello rubio de color claro; color negro y oscuro; agua clara, transparente.
Existen los pleonasmos
literarios para dar un efecto de insistencia, como: yo, yo fui quien lo dijo;
yo lo he visto con mis propios ojos; yo me estaba diciendo a mí mismo para mis
adentros, etc. Es muy difícil emplear
estos pleonasmos literarios sin dañar la elegancia del escrito; se necesita ser
un gran maestro de la pluma.
No es necesario, como algunos
escritores creen, ser oscuro para parecer profundo, ni ser rebuscado para tener
aire de sabio. Una idea clara, un estilo sencillo no necesitan impropiedades,
sobre todo cuando existen las palabras correctas.
Evitar la banalidad; ella no
es la tan indispensable claridad. Al contrario, la repetición de frases hechas
hacen desaparecer la idea expuesta
Es indispensable una exacta
puntuación. Quien redacta y
no cuida la ortografía, perturba la índole constructiva del español e induce a
errores de expresión y de comprensión.
Veamos las diferencias en estas frases
puntuadas de diferente manera: Gabriel dijo: Julián vendrá con nosotros.
Gabriel, dijo Julián, vendrá con nosotros. ¿Cuántos libros se vendieron este
año? ¡Cuántos libros se vendieron este año!
Cuidar el orden de las
palabras en la frase. Sin el orden correcto, puede expresarse lo contrario de
lo que se quiere decir, ejemplos: Como tú, jamás me opuse a la democracia.
Jamás me opuse a la democracia, como tú. Yo he visto a tu hermana pasar por la
ventana. Por la ventana he visto pasar a tu hermana.
Evitar el equívoco. Ejemplos:
Los profesores no imponen a los alumnos más que un trabajo por semana, aunque
ellos tienen toda la libertad para hacerlo. ¿Quién tiene la libertad? ¿Los
alumnos para realizar el trabajo, o los profesores para imponerlo o no? Luis
fue al teatro con su novia y su hermana. ¿La hermana de quién? ¿De Luis? ¿De la
novia?
Estar muy seguro en el empleo
de palabras parónimas para no usar las unas en lugar de las otras; ejemplos:
acepción y aceptación; afección y afición; alusión e ilusión; perceptor y
preceptor; perjuicio y prejuicio; etc.
Usar sin miedo las palabras
relativamente breves y de formación simple, y evitar las frases clichés que
nada añaden a la idea, tales como: ‘de algún modo’; ‘en todo caso’; ‘por así
decirlo’...
Tener en cuenta el valor que
va a dársele a cada palabra: afectivo, satírico, irónico, político, religioso,
etc., para que dicha palabra quede bien contextualizada.
Corregir los escritos y
leerlos en voz alta, hasta que el oído esté satisfecho. El sentido auditivo es
la mejor ayuda para la armonía del escrito; pero al suprimir vocablos en
beneficio de la armonía, no debe correrse el peligro de sacrificar la claridad
del contenido.
Cuidar la correspondencia
de los tiempos verbales: si el verbo de la oración principal está en
presente (o en futuro), el verbo de la oración subordinada puede usarse en
cualquier tiempo, según lo que se quiera expresar, aquí no hay regla de
concordancia de tiempos que aplicar. Si, por el contrario, el verbo de la
oración principal está en tiempo pasado, el verbo de la oración subordinada se
emplea, casi siempre, en pasado del subjuntivo; ejemplos: temía que no viniera
a verlo; quería que me dijera la verdad; juzgamos que habría terminado el
examen.
En la redacción se necesitan, fundamentalmente, tener algo que
decir, y encontrar la formulación del pensamiento. Algunas recomendaciones para
lograrlo son:
1. Evitar el abuso de los artículos.
2. Cuidar el empleo del posesivo "SU" por las
ambigüedades que presenta.
4. El lenguaje escrito debe ser más pulido, correcto y de más
altura. Evitemos el habla popular. El lenguaje del pueblo, dentro de los
escritos, tiene su lugar en la literatura costumbrista.
5. Tener presente siempre en la elaboración de textos, por cortos
o intrascendentes que sean, las normas de la concordancia, la correlación de
los tiempos verbales……
6. Evitar el abuso, las repeticiones de la partícula
"que"; esa ligereza de expresión vuelve los textos pesados, molestos
e inarmónicos.
8.
Evitar la repetición de una misma palabra en frases próximas, sin ninguna
justificación, especialmente de sustantivos, adjetivos y verbos. Es correcto
que se repitan los elementos de enlace.
9. El defecto más ridículo en la redacción es la ampulosidad. Hay que luchar contra el lenguaje afectado, melindroso. La prosa
debe discurrir fluida, sencilla, precisa, elegante, sobria.
10. El escrito debe acomodarse a la importancia de la idea o el
pensamiento que se quiere expresar. Las ideas sencillas y claras producen
escritos breves; las complejas, escritos largos. No hay que alargarse en lo que
no es necesario.
11. Evitar las fallas de sentido o incoherencias, las faltas de
lógica... son producto de la charlatanería, el chamboneo, el querer ser muy
originales, la falta de respeto por el idioma, la superficialidad, la pereza
para cuidar y pulir lo que se escribe, etc.
DICE
EL MAESTRO AZORÍN:
Escribamos
brevemente, lo más brevemente posible. Seamos sobrios y llanos en todas
nuestras páginas. Nada de abalorios, sibaritismos de expresión, ni vocablos
suntuosos. Lo que en el mundo envejece y se extingue con más prontitud es la
novedad. Hay que decantar y comprimir la frase: quitarle sus meandros y su
ramaje vano. Hacerla limpia, emotiva, directa y fina como aguja de surtidor.
Desdeñemos,
nosotros también, lo superfluo, lo accesorio, lo inútil y dejemos tan solo en
nuestras páginas lo sustancial y peculiar. Es el único camino de hacer obra
perfecta y duradera.”