miércoles, 3 de enero de 2024

 

LA MUSICALIDAD Y EL MENSAJE AVALAN EL ARTE DE LA DECLAMACIÓN

 

                                                   

La declamación es una proyección del mensaje poético que nos alcanza el alma y, a veces, cambia nuestro sentir y nuestro pensar.

Un excelente declamador es el que nos hace vibrar frente a la traslación al lenguaje del estado espiritual del poeta que sabe el arte de trasmitir la vida en palabras.

Ningún ensayo, ninguna teoría tendrán el discurso exacto para explicar el poder mágico que, sobre la sensibilidad del ser humano, tiene un excelso declamador, cuando roza con su arte nuestra zona espiritual y emocional donde se incuban misteriosamente nuestros más encumbrados y secretos deseos y sentires.

La declamación, altamente concebida, combina los sonidos, el ritmo y el mensaje con el lenguaje gestual y corporal y consigue despertar, así, la máxima intensidad de emoción emanada de los poetas a quienes interpreta.

Al sentido estético y finura de espíritu de los oyentes les es fácil reconocer una buena poesía mediante el declamador; pero, como hay variados comportamientos y reacciones frente al sentir y el pensar, nunca nadie podrá definir todo cuanto la poesía, sus autores y sus intérpretes significan para el ser humano, sensitivo

 y pensante.

La declamación es una disciplina mental, espiritual y sentimental del intérprete, pues su función no solo es deleitar, sino también humanizar los anhelos del hombre dándole a conocer las excelentes páginas de los poetas, en donde se encontrará a sí mismo, y las que, además, le darán explicación a sus inquietudes existenciales.

Cada sensibilidad es distinta, y cuanto mayor es la sensibilidad de los poetas y de los oyentes, más exquisitos, tenues y refinados tendrán que ser los matices que el buen declamador debe poner en su interpretación.

En mi ya larga vida de entrega a la enseñanza, a la lectura, a la investigación y con un infinito amor por la poesía, tuve la oportunidad de escuchar a muchos declamadores, animados por el afán de inculcarnos la belleza de las palabras.

Pero, solo conservo en mi memoria los recitales de dos grandes mujeres: los de Berta Singerman, argentina, de un exquisito lenguaje corporal y una inolvidable voz musical, además de un refinado y clásico repertorio; y los de Adriana Hernández, de una sensibilidad por el arte, sorprendente; una voz manejada con exquisitez, a veces, lenta, a veces apasionada, a veces soñadora, como conviene al sentir y al pensar del poeta que va interpretando.

Hay algo en ella que la diferencia: no desgasta su admirable capacidad de declamadora en poemas sin valores líricos, ni connotativos, ni trascendentes. Ella necesita arder con las palabras y la pasión del autor, iluminar a su público con los mensajes sublimes de los poetas clásicos.

Porque ha entregado su vida a la cultura y al arte, Adriana es como el poeta José Asunción Silva, en las palabras del gran pensador y poeta Guillermo Valencia:

 

“Tener la frente en llamas y los pies entre el lodo…; querer sentirlo, verlo y adivinarlo todo “.

 

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(Exclusivo para la Revista Cultural de El Café Rojo y en homenaje a la exquisita intérprete del verso,  la escritora, poetisa, la creadora incansable de fomentar el arte y las letras en Medellín)

 

Lucila González de Chaves

“Aprendiz de Brujo”

Lugore55@gmail.com

Maestra, periodista y escritora

 

 

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