miércoles, 30 de abril de 2014

Reflexiones sobre el realismo mágico y la soledad

REALISMO MÁGICO – SOLEDAD – MACONDO; EL AYER Y EL HOY

                              
                                Lucila González de Chaves


En  la mayoría de los escritores -los que perduran en el tiempo y en la historia- su enamoramiento del arte, de la ciencia y de las civilizaciones más avanzadas hace florecer su forma de idealizar lo real; es decir, ellos se elevan sobre la realidad, porque han encontrado el orden y la armonía en las cotidianas formas de la vida, la que convierten en arte.

En la obra de los grandes, es siempre la realidad la que ha dado las pautas y ha sido el punto de partida. El mérito está en su talento para convertir la vida en obra de arte. Por eso, las obras inmortales son aquellas que, por estar inspiradas en el mundo real, tienen mayor calor de humanidad: ahí están Homero, Cervantes, Goethe, Shakespeare…. No falsearon la realidad, por eso sus obras son reales e ideales a la vez, como todos los ensueños del hombre, como todo el vivir de la humanidad.

En Gabriel García Márquez ocurrió lo mismo, por eso será un clásico de la literatura; la realidad le ofreció el modelo, pero él, con sus dotes de escritor y con su capacidad imaginativa, llevó dicha realidad  a la idealización; es decir, elevó a las personas y las cosas sobre la realidad sensible, por medio de la inteligencia y de la fantasía, y les dio vida y continuidad en la historia literaria con el embrujo de su narrativa.

Eso mismo habían hecho ya, Juan Rulfo en “Pedro Páramo”, y casi todos los escritores del Boom Latinoamericano, en la segunda mitad del siglo XX, entre ellos García Márquez; y nació, entonces, aquella forma literaria tan repetida, tan alabada, tan enseñada, pero tan poco estudiada, que se ha llamado  “Realismo Mágico”.

El Realismo Mágico en García Márquez está apoyado en una gran figura o imagen literaria llamada hipérbole; al trasladar la realidad común y corriente de cada ser humano, la vida de un pueblo, la cotidianidad de una familia, al llevar todos estos aspectos hasta el límite de la concepción, y todavía después, más allá de una simple semántica o de un cuadro costumbrista, empiezan a aparecer en sus obras: lo alucinante, lo maravilloso, lo hechizante; por ejemplo: un doctor que vive en un pueblo durante veinticinco años y nadie sabe quién es, de dónde ha venido, cuál es su nombre; un médico que come “hierba de esa que comen los burros”. Una vorágine compuesta de malas costumbres, de dinero obtenido y gastado a montones porque una compañía bananera ha corrompido las costumbres, una “hojarasca” que deja desolado a un pueblo solitario, polvoriento y ardiente.

Ese mismo pueblo, en otra obra, es fundado por un iluminado Buendía, trashumante y alucinado, y solo sobrevive los cien años que tiene la esposa del fundador, con ella muere también el pueblo; el mismo de las mariposas amarillas, de las sábanas que envuelven a una dama en su ascensión, unas lagartijas que arroja otra de tan insólita estirpe, y otra que se da aires de dama de sangre azul, un gitano que aporta progresos, un militar con treinta y tres guerras perdidas, un continuo aguacero de más de cuatro años, una mujer adulta que come tierra y cal,  la interminable lluvia de hojas porque la matrona ha muerto, los nombres de las cosas impuestos por la urgencia de reconocerlos cuando llegue la peste del olvido.

Los personajes de la mayoría de las obras del Nobel colombiano son soledosos. Su soledad consiste en la incapacidad de reconocerse a sí mismos, en no poder ubicarse, en la falta de una auténtica y fraternal comunicación, todos los amores y las relaciones son de paso, son ocasionales, de ahí que no haya muchos diálogos; una soledad que nace en la ensoñación con la que  cada cual se pasea por la realidad, sin apenas pisar con verdadero amor e interés, y despaciosamente, el campo vital de los otros.

Hay soledad y desamparo en el coronel que semana a semana, y por siempre, espera que el gobierno le reconozca una pensión de jubilación por sus servicios prestados en las guerras. Ese coronel existe hoy, camina desolado, envejecido y agotado, por las calles, esperando, contra toda esperanza, que el gobierno sepa quién es él, que le reconozca sus servicios, que le ayude a vivir con paz y bienestar sus últimos años, concediéndole una jubilación. Ese gallo del coronel, en una de las mejores novelas de García Márquez, es ahora, la imagen viva de la necesidad imperiosa que tienen los viejos de una razón para vivir y unos sueños que alimentar.

Por eso, el realismo mágico y la soledad no han muerto, ni con los escritores del Boom ni con García Márquez; son elementos del diario vivir, del ahora nuestro.

Hay, ahora, en Colombia, realismo mágico en la manera de aplicar justicia,  en la caprichosa y subjetiva forma de interpretarla, en el comportamiento y en el lenguaje de algunos mandatarios, en las apreciaciones y compromisos del Congreso. Hay realismo mágico en los maestros y alumnos que creen que ÚNICAMENTE la pantalla del computador es la mejor y más perfecta forma de “educar”, de adquirir cultura, de aprender a ser ciudadanos de alguna parte…. Nada de ciencias humanas, ni de foros, ni de conversatorios; nada de filosofías, ni de ética, ni de libros físicos.

Hay realismo mágico cuando tenemos que preguntarles a los artefactos mecánicos cuánto suman cuatro más cuatro. El celular es realismo mágico. También lo es la ya larga historia de algún alcalde del país.

Si en los polvorientos y calurosos pueblos de García Márquez, hay soledad, y en Macondo hubo que ponerles nombres a las cosas  y escribirlos por miedo a la peste del olvido, ahora, nosotros también tenemos que fijar los nombres de los amigos, de los vecinos, de las familias antes que la tecnología nos succione por completo la mente y el corazón.

¡Qué inmensa soledad se siente al tomar un café con amigos, cada uno “metido” en su celular!  ¡Qué desconcierto mirar sus gestos, su concentración, su furtiva sonrisa, y tener la certeza de que nada de ello es para nuestras palabras, para nuestro afecto, nuestro calor humano, nuestras ideas, sino para alguien que, desde muy lejos, con sus mensajes, viene a perturbar la conversación, y a convertir la presencia en ausencias, y a llenarnos de soledad.

Y la hojarasca de hoy… arrolladora. Los rezagos humanos –y también muchos que no lo son-  se han convertido en fuerte amenaza para la vida, la propiedad y el trabajo honrado. Y esta hojarasca nuestra no es como la del escritor García Márquez, que llega, destroza y se va… la nuestra permanece, se vigoriza, crece y se arraiga mediante la corrupción del poder, de la política y del dinero.

Medellín, 30 de abril de 2014

CEFA







viernes, 18 de abril de 2014

EL CABALLERO DE LAS LETRAS HA MUERTO





EL CABALLERO DE LAS LETRAS UNIVERSALES, NACIDO EN ARACATACA (COLOMBIA), HA MUERTO.


+ 17 de marzo de 2014, jueves santo, a las 3 p.m.

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CIEN AÑOS DE SOLEDAD, NOVELA SÍMBOLO DE UNA ÉPOCA


                                                                  Lucila González de Chaves


Nota: Este comentario a la obra de Gabriel García Márquez, publicado en el periódico EL COLOMBIANO en el año 1967, pocos meses después de aparecer en las  librerías, su gran novela “Cien años de Soledad”, fue el primero que se conoció en Antioquia.

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La novela de García Márquez, tan celebrada por los más y tan discutida por tantos, se desenvuelve en un lugar de la región del norte de Colombia: el supuesto Macondo; región hostil; sin embargo, los personajes van a tener más poder que la misma naturaleza.

(A propósito: el año pasado, 1966, la revista “mundo Nuevo” editada en París para los países de América Latina, publicó en su novena entrega  -según información de Lecturas Dominicales del periódico El Tiempo, 23 de abril de 1967-  fragmentos de la novela de García Márquez El Insomnio de Macondo. ¿Será ésta la que hoy conocemos como Cien años de Soledad… de Macondo?).

Si se nos permite, pudiéramos decir que la obra se divide en tres partes, así:

 1. Fundación de Macondo.  
 2.  Vida política, militar y social de Macondo. 
 3.  Decadencia y desaparición de Macondo.

Cada una de estas tres partes tiene sus típicos personajes: el primer Buendía, José Arcadio, el fundador: un iluminado que guía a su pueblo de acuerdo con sus propios sueños. Melquíades, el gitano, que lleva  progreso y adelantos civilizadores, un personaje que no quiere quedarse en el mundo de los muertos, y sigue asistiendo a Macondo desde su cuarto de inventos.

Aureliano (no recordamos si es el primero, el segundo o el tercer Buendía de esta historia), que reparte su vida entre su esposa, Fernanda, y la amante, Petra Cotes. Esta última es quien ha hecho de los jóvenes de Macondo, hombres, y de los muchos hombres, indefensos niños.
Todos los Buendías  -la lista es larga-  son, en su orden y en su tiempo, personajes típicos, tanto hombres como mujeres, tanto los legítimos como los que no lo son.

Otra de las características de la novela es la mezcla de realidades y de situaciones legendarias, fabulosas: las levitaciones, el aburrimiento de Melquíades en el mundo de los muertos y sus constates apariciones, las que lo convierten en un permanente visitante de la casa-hotel-manicomio (que es la peculiar casa de los Buendías), el aguacero persistente, tanto de día como de noche; más exactamente: “Llovió cuatro años, once meses y dos días” (p. 267, primera edición, 1967);  -esta es un de tantas hipérboles del libro-, las mariposas amarillas que van anunciando el encendido amor del galán  de una de las Buendías, la lluvia de hojas que caen insistentemente a la hora de la muerte de la ya centenaria Úrsula de Buendía, etc.

Pero, volvamos a los personajes. Todos ellos viven sus vidas vulgares, ordinarias, en un escenario gris y sin relieves. La monotonía y el aburrimiento no logran amordazar las pasiones de este grupo de Buendías que pueblan las páginas de esta novela.

De todo hay en el mundo descrito por García Márquez: ya dijimos que el primer José Arcadio Buendía es iluso y visionario; pero, además es el hombre que tiene miedo a la realidad. Un soñador suele ser una cosa peligrosa. Y muy soñador es este Buendía que funda un pueblo y luego se construye un mundo interior: habla sin cesar de cosas que nadie oye y, un día, acaba atado al almendro de la casona.

Y Úrsula, la esposa de José Arcadio, batalladora e indomeñable, que asiste a los cien años del Macondo de su esposo.

Y Amaranta  -Buendía también-  que esconde bajo la máscara de la pureza y de la abnegación de buena tía, la vergüenza de una vida íntima poco limpia.

El más célebre de los Buendías, el segundo: el Coronel Aureliano Buendía, quien promueve treinta y dos guerras  -y las pierde todas-, riega por todo el territorio colombiano diecisiete hijos: diecisiete Aurelianos, según la voluntad de Úrsula, la abuela y madrina de todos estos niños.

Este Coronel Aureliano es una mezcla extraña de dignidad y de cobardía, de ideales y miserias; igual a Petra Cotes, que reúne en grandes cantidades el pecado, la valentía y la generosidad.

No podemos pasar por alto a Santa Sofía de la Piedad, mujer silenciosa, solitaria e impenetrable, quien en algún momento de este apretado relato es madre de otro Buendía y que, al perderlo, se dedica a cuidar silenciosamente al Buendía de turno, quien ocupa el cuarto del gitano.

Fernanda, la esposa legítima de un Buendía soñador y andariego, desentona un poco en la casona, porque tiene aires de gran dama, de matrona de sangre azul. Quizás, por esto, Remedios la Bella (otra de las esposas de uno de tantos en esta casa de muchos) se eleva hacia el firmamento llevándose las sábanas recién lavadas de la distinguida señora Fernanda.

Rebeca, otra esposa de un Buendía, alivia sus tensiones emocionales regresando a sus vicios de infancia: chupa dedo, come tierra y cal; tal vez, por esto es por lo que vomita lagartijas vivas. Es ella la que da uno de los escasos toques románticos a esta obra: después de haber vivido un apasionado amor con José Arcadio Buendía (hijo o nieto del primer José Arcadio), cuando lo pierde, rompe con el mundo y se encierra a vivir de los recuerdos. (p. 139, primera ed., 1967).

En la novela de García Márquez predomina la narración.

 ¡Qué forma embrujadora de narrar!

Son muy escasos los diálogos. En cambio, hay secuencias como el monólogo de Fernanda que abarca cuatro páginas en las que no hay un solo punto y aparte. Esta obra de gran excelencia narrativa, tiene sus toques de humor irónico, sus apreciaciones brillantes sobre la injusticia social, a raíz de la recién creada Compañía Bananera en Macondo, y cuya huelga marca la decadencia del pueblo. Leerla y entenderla es un poco difícil por la gran ampliación de ideas en muchas de sus partes y por la incansable repetición de los nombres que desconciertan y desorientan en el seguimiento de la trama.

Medellín, 1967

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PERSONAJES DE “CIEN AÑOS DE SOLEDAD” PARIENTES ENTRE SÍ:

Petronila Iguarán – Tranquilina María Miniata Alacoque Buendía – Aureliano Iguarán – Aureliano Buendía 1. – José Arcadio Buendía 1. – Úrsula Iguarán – Rebeca – Pilar Ternera – Aureliano Buendía, el Coronel – Remedios Moscote – Amaranta – Aureliano José – Santa Sofía de la Piedad – José Arcadio 2. – 17 Aurelianos, hijos del mismo padre y con el mismo nombre, regados por todo el país – Remedios la Bella – Petra Cotes – Aureliano 2. – Fernanda del Carpio – José Arcadio, el que debía ser Papa – Mauricio Babilonia – Renata Remedios (Meme) – Gastón – Amaranta Úrsula – Nigromanta – Aureliano, discípulo de José Arcadio 2. – Rodrigo Aureliano.


PESONAJES NO PARIENTES ENTRE SÍ:

Melquíades – el sabio catalán – Coronel Gerineldo Márquez – Coronel Gregorio Stivenson – Camila Sagastume (la Elefanta) – Coronel Lorenzo Gavilán – Bruno Crespi – Pietro Crespi – 60 compañeras de Meme – 4 monjas acompañantes – Petronio el sacristán – el judío errante – los gitanos – los gringos de la Compañía Bananera – Mr. Brown – Mr. Herbert – el Padre Antonio Isabel – las prostitutas francesas – el capitán Aquiles Ricardo – Alirio Noguera – General José Raquel Moncada – Prudencio Aguilar - 
Arnaldo de Volanova.
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Como maestra de literatura e idioma durante cincuenta años, me uno  al duelo por la muerte de este arquetipo de las letras, Gabriel García Márquez (1927 – 2014), y volveré a leer las obras que más me han gustado:

El Coronel no tiene quien le escriba

El General en su laberinto

Del amor y otros demonios

El rastro de tu sangre en la nieve

En este pueblo no pasa nada

Y, su primera novela, de la que nadie se acuerda y nadie nombra, en la extensa lista de la producción del Nobel: La hojarasca. Cortísima novela que yo he leído más de tres veces y la he puesto de ejemplo al hablar del manejo del monólogo en la literatura. No importa que los críticos la hagan a un lado porque se parece a tal autor, a tal novela, etc.

El siguiente es un pequeño apunte sobre esta significativa Hojarasca:

En tres preciosos monólogos: El del viejo Coronel, el de su hija Isabel y el de su nieto; tres personajes que asisten al velorio del enigmático médico que un día llegara a Macondo. El autor, con una sutileza, hábilmente manejada, refleja la desolación y la angustia que la fiebre del banano ha dejado en nuestro país.

¿Por  qué se suicidó el doctor?

Cada uno de los tres personajes da rienda suelta a sus pensamientos; así, esta breve obra se convierte en una de las piezas con más carga psicológica que en muchas otras producciones.

Al final no quedan sino baúles llenos de secretos y hojas (dinero) que se los lleva el viento, y que constituyen parte de la hojarasca:

El primer párrafo:

De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era un hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos, rastrojos de una guerra civil que cada pez parecía más remota e inverosímil. La hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte.


Y, ¿el personaje principal? Ni su nombre, ni su lugar de origen, ni su familia…

En la pág. 52 leemos:


Fue el único médico en el pueblo, hasta cuando llegó la compañía bananera […]. Él debió ver los nuevos rumbos trazados por la hojarasca, pero no dijo nada. Siguió abriendo la puerta de la calle, sentándose en su asiento de cuero, durante todo el día, hasta cuando pasaron muchos sin que volviera un enfermo. Entonces echó el cerrojo a la puerta, compró una hamaca y se encerró en el cuarto […].

jueves, 17 de abril de 2014



(Recuerdos de una especial Semana Santa)


LA BLANCA Y SEÑORIAL POPAYÁN

Lucila González de Chaves


Reconstruida en un noventa y cinco por ciento, la ciudad de Popayán emerge del caos en que la dejó sumida el último terremoto en 1983. Y surge uniforme, gallarda y acogedora, como si fuera otra Colombia. Ella es la “señora de la cultura”, la limpieza, la aristocracia, la religiosidad. Ni en sus muros encalados, ni en sus monumentos, universidades y colegios se encuentran grafitos (“grafitis”) desafiantes, jocosos o acusadores. En el sector histórico y colonial, nada atenta contra aquella armonía blanca que es Popayán, “fundada por Sebastián de Belalcázar en 1537, y que recibe cada mes unos diecisiete mil turistas; en Semana Santa, por lo menos, sesenta mil visitantes”, según datos de la Secretaría de Planeación Municipal (Banco de Datos).

La Semana Santa

Comienza su Semana Mayor a las once de la mañana con la procesión del Domingo de Ramos. En ella desfilan los decanos de la Orden de la Alcayata, detrás de los miembros de la Junta Permanente Pro-Semana Santa.

El lunes santo no hay procesión, es el “Día del Carguero”;  a las 6 de la tarde se celebra una misa solemne en la Catedral Basílica de Nuestra Señora de la Asunción, en la que el señor obispo, o su delegado, hacen una sentida semblanza de los cargueros y condecoran a los más antiguos, con la “Alcayata de Oro”.

El martes santo, a media tarde, se realiza la “Procesión de la caridad”, organizada por la Unión de Voluntariados del Cauca; su objetivo es ayudar a los ancianos; por eso, todos los participantes portan alimentos, mantas, sábanas y todo lo que pueda necesitarse en el asilo. Confundidos con los fieles, vimos a los altos gobernantes llevar su “aporte de caridad” para los ancianos: bolsas plásticas con alimentos.

Pero, “La Jerusalén de América” tiene cuatro procesiones mayores organizadas por la alta sociedad payanesa: martes, miércoles, jueves y viernes santos; las cuatro, en las horas de la noche.

Las flores que adornan los pasos (nueve, en total) de la solemne procesión del martes son blancas, símbolo de la pureza de la Víctima que va a entregarse por los hombres. El miércoles, las flores de todos los pasos (también nueve) deben ser rosadas, símbolo del júbilo de los hombres por haber sido rescatados del pecado. Los pasos (quince) del Jueves Santo se adornan con flores rojas porque es el Día del Amor. Y las del Viernes Santo son moradas: todos llevamos en el corazón el luto por la muerte del Señor y un gran dolor por la soledad de la Madre. Los pasos de este día son trece.


Los cargueros

Son señores entre los veinticinco y sesenta años que difícilmente ceden su puesto junto a su  Paso  (“paso: efigie o grupo que representa un suceso de la Pasión de Cristo y se saca en procesión en la Semana Santa” – DRAE). Muchos de ellos son aristócratas; otros ocupan altos cargos públicos y han recibido de sus mayores la tan  honrosa herencia de “cargueros”. Para cada Paso se necesitan ocho, cuatro adelante, cuatro atrás. Tienen la misma estatura, marchan con el mismo pie, al  mismo ritmo, y sienten el orgullo de cargar su  Paso y colocar en su hombro encallecido y en su cintura, la blanca estola, que manos de mujer enamorada (esposa, hermana, novia, abuela o madre), bordó con primor, exclusivamente para ellos y para ese trascendental momento. Esto también es tradición.

Cada cincuenta metros, descansan cinco minutos porque el peso del Paso va desde quinientos hasta ochocientos kilos. En los minutos de descanso, el Paso se asienta sobre cuatro soportes a la altura de las andas, llamados “alcayatas”. (De ahí se derivó el nombre de la condecoración para los cargueros). Las siguientes palabras de un carguero, nos dan la dimensión exacta de esa vocación:

“Cuando transcurren las procesiones y vamos cargando, surge en nuestro interior la verdadera cara de identidad como payanés, como semanasantero y como cristiano”. (Eduardo Bonilla Montúa).

Y este párrafo del doctor Carlos Lleras Restrepo es la mejor definición de los cargueros:

“Es hermoso el espectáculo de una ciudad que se une con los círculos fortísimos de la tradición para esta imponente celebración colectiva. Pero sobre todo, he admirado a los “cargueros” que son los mejores depositarios de esa tradición. Cuando los veía avanzar con acompasado paso, bajo el peso de las imágenes sagradas, a la par humildes y orgullosos, me parecía ver en ellos a los portadores de una historia llena de gloria y sacrificios, soportando el peso de glorias pasadas y de los problemas presentes, con nobleza histórica”.

Las sahumadoras


Son jóvenes bellas y esbeltas de alta clase social, que en las noches de las procesiones, visten  trajes de “ñapangas” (mestizas, mulatas), llevan en sus manos sobre ricos mantos hermosamente tejidos, un pebetero adornado con flores en que el incienso se quema lentamente y va perfumando la noche payanesa y la majestuosidad de la procesión. Pero, hay entre las sahumadoras, una que es del pueblo, sin belleza, sin pergaminos, sin juventud. Su constancia, entusiasmo y fe le han dado el derecho de ejercer este rito durante cuarenta años consecutivos.



Los alumbrantes

En dos interminables filas van hombres, mujeres y niños de todas las edades, de diferentes clases sociales. Portan un cirio encendido y dos o tres para ir encendiéndolos, porque las procesiones duran de cuatro a cinco horas. Los alumbrantes dan realce a la procesión y marchan en silencio, con lentitud y recogimiento porque se han dicho a sí mismos “que cada cirio encendido sea un NO a la violencia”.

Los regidores

Imponen el orden en las procesiones. Vestidos de riguroso frac y con el signo de la redención (una pequeña cruz) en sus manos enguantadas, van recorriendo las calles en silenciosa vigilancia de su Paso, de sus cargueros, de los alumbrantes y del público espectador, para que no se quiebren el silencio y el respeto que acompañan a tan grandiosa manifestación de fe.

Realidades que van convirtiéndose en leyendas

A los turistas les cuentan las gentes de Popayán muchas historias que corresponden a realidades lejanas y que se van convirtiendo en leyendas. Entre las que por Semana Santa cobran importancia, están:

El ánima sola

Alguna persona se vestía como los cargueros (túnica y capirote) y salía por calles y plazas recogiendo dinero para el alumbrado y las flores de la Semana Mayor. Hoy, cuando se presenta en las noches, nadie le da limosna y los turistas intrigados, preguntan por su nombre.

Barrabás

En el atrio de la iglesia de San Francisco, el Viernes Santo, solía apostarse un hombre taciturno que pedía limosna para los presos. Estaba siempre custodiado por un policía, porque también él era un preso. Ese día, salía de la cárcel, por unas horas, para simbolizar el hecho histórico de cómo se prefirió soltar a Barrabás y condenar a Jesús.

El Cachorro

Cuando el doctor Guillermo León Valencia (hijo del gran poeta Guillermo Valencia) –presidente de Colombia-  estuvo en España, vio agonizar en una calle de Sevilla a un gitano apodado “el cachorro”, víctima de unas cuchilladas. Cuentan que le impresionó tanto la expresión de aquel rostro, que hizo esculpir un Cristo con ese modelo. Trajo el Crucifijo –aproximadamente de dos metros de alto-   a Popayán y lo entregó a sus amigos los cazadores de patos. Desde entonces, este destacado grupo social payanés tiene Paso propio en la procesión del Jueves Santo: es El Cachorro, nombre con  que se conoce este Crucifijo, símbolo ya de toda una ciudad heroica y noble.

El festival religioso

Hay que destacar el suceso artístico de cada año, realizado también en la época de la Semana Santa; es el “Festival de Música Religiosa” que en el presente año (1991) realizó la vigésima séptima edición. En el hermoso templo de La Encamación, de puro estilo barroco, se reúnen cada año los amantes de la música de varias ciudades del país, para escuchar obras inmortales en conciertos diarios desde el domingo de Ramos hasta el Viernes Santo. Año tras año el doctor Edmundo Mosquera Troya logra conformar el Festival con agrupaciones como la Orquesta Sinfónica del Valle, la Sinfónica de Colombia; grupos corales de gran valía y técnica llegados de diferentes ciudades del país, y solistas destacados de la talla de Blanca Uribe, Harold Martina, Álvaro Huertas Nieto.

Una grey sin Pastor

La blanca catedral se llenó de luto, silencio, lágrimas y adioses al Pastor. La catedral, su obra predilecta, que reconstruyó con amor y dedicación; a solo cinco meses de haberla dado al servicio, Monseñor Samuel Silverio Buitrago Trujillo (arzobispo de Popayán) comparece ante el Padre. Una estatua de la Virgen Asunta de casi siete metros de altura abre sus brazos y se yergue majestuosa para presidir los funerales del príncipe de la Iglesia. La aristocracia payanesa se confunde con el pueblo en una interminable fila para dar el último adiós a su Pastor. A las once de la mañana del Jueves Santo, el Día del Amor, Cristo reclama a su representante, y una grey huérfana llora su ausencia.



(Artículo publicado en El Dominical del periódico El Colombiano, el domingo 31 de marzo de 1991, y merecedor de un diploma del Círculo de Periodistas de Antioquia y una elogiosa carta de los gobernantes del Cauca).

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lunes, 14 de abril de 2014

Encuentro cultural en homenaje al Idioma

EL IDIOMA Y SU PRESENCIA EN LA VIDA DEL HOMBRE


Lucila González de Chaves
Lugore55@gmail


Antes de hablar de lo que el idioma representa en la vida del hombre, quiero  resaltar esta noche la fuerza y la eficacia de dos grandes amigos de siempre, ambos cultores y promotores del arte: Adriana Hernández, el “Hilo de Luz” que, en tertulias de gran valor artístico, hace gustar y admirar la cultura de Antioquia y Colombia, en lejanos espacios extranjeros. Ella, es un Hilo de Luz, poderoso y radiante, que un día quiso abrir esta Casa del Arte: Centro de emprendimiento cultural “El Café Rojo”, para continuar la historia de nuestro pueblo ávido de arte. Además, reconocemos en Adriana, no solo a quien interpreta con excelsitud la poesía, también a quien cultiva con gran acierto, el arte de crearla, ¿cuándo podremos presentar aquí su libro de poemas  Esperando Abril?

Y Henry Cardona quien ha entregado su vida entera a formar juventudes para el arte; pero no solo es mentor (él también, un hilo de luz), sino que ha organizado infinidad de actos culturales en Medellín y en muchísimos pueblos de Antioquia, para dar a conocer la diversidad del arte. Aquí mismo, ya lo han visto ustedes dirigiendo, orientando, iluminando brillantes presentaciones de diverso género.

Adriana, Henry y  sus amigos y colaboradores más cercanos y desinteresados aúnan fuerzas, esperanzas y realizaciones para sacar adelante sus proyectos. Por todo ello, es para mí un honor estar esta noche con ellos y con todos ustedes.

Quiero hacerles un reconocimiento especial en las palabras del escritor español Víctor Corcoba Herrero, quien dice:

“En la poesía están todas la emociones, todas la identidades creativas y todos los cánticos liberadores. Hay que volver a ella para hallarse consigo mismo y aproximarse a lo absoluto, para reencontrar la paz malgastada y borrar de la memoria amores que no son.
“En el perenne gozo de la enigmática belleza (que es la poesía) anida la autenticidad de la que estamos hambrientos…
“La poesía es una exigencia para dar voz a los sentimientos arrinconados… A la poesía hay que reconocerle su efecto socializador, su carácter persuasivo y único. Convive con cada uno. Forma parte de  nuestra existencia. Lo decía Bécquer: ‘Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía`.
“Los intentos del ser humano por comprender el origen de los dioses y, en ellos, del cosmos, encontraron su primera locución en la poética….
“La poesía es imprescindible y necesaria en la época actual, aunque solo sea para poder respirar placenteramente y saber que existimos con pensamientos renovados y libres de ataduras…
“En el fondo, un poema no es algo que se ve, sino algo que se siente…”

Por eso, estos amigos entrañables, Adriana y Henry, y todo su equipo colaborador llevan como consigna que el idioma y sus manifestaciones en todos los campos, tienen que estar presentes en la vida del hombre. A esa verdad de que el idioma es, al mismo tiempo, nuestro ser, nuestros sentimientos y pensamientos, agrego unos cuantos conceptos para afirmar


EL  PODER  DE  LA  PALABRA


porque ella es el núcleo fundamental de la expresión. Desde siempre se nos ha dicho que el hombre es un animal racional, es decir, capaz de razonar. Si el ser humano razona, si piensa, es capaz de amar, de reír y de hablar. El amor, la risa y la palabra nos separan definitivamente del animal. Dicho de otro modo: la capacidad de ser alegres y el don divino de la comunicación, hacen que  seamos un grupo aparte, en el proceso de la creación y en el desenvolvimiento de la historia.

(En virtud de mi profesión de maestra del idioma y de literatura, durante cincuenta años, con la lectura y el estudio de numerosos escritores y ensayistas de todas las escuelas y de todas las épocas, entre ellos, Ortega y Gasset, Pedro Laín Entralgo, Martín Vivaldi, Eugenio Coseriu, Azorín, Pedro Salinas, García de Diego, Marouzeau,  he podido ordenar y enriquecer mis conceptos sobre el idioma, esa suma de palabras, que dan cuenta de nuestro ser.)

La palabra, tan necesaria en la comunicación, no tiene cabida sino en la frase; y en la frase no la tienen los múltiples significados de la palabra, sino uno sólo, el necesario en esa frase. La palabra, tiene en ella una significación momentánea, determinada por la situación, que nuestro pensamiento o nuestros sentimientos le asignan en esa  frase, dirigida, exclusivamente, a quien nos escucha o nos lee. Por eso somos responsables de nuestras palabras; una sola de ellas da cuenta, a quienes nos escuchan, de nuestra nobleza interior o de la mezquindad de nuestra vida espiritual, o cultural, o afectiva. Somos en nuestro interior tal y como son nuestras palabras.

La palabra es un puente entre nuestra muy íntima realidad y la realidad del otro; entre el YO hacia el TÚ, para llegar a un NOSOTROS; pero ocurre casi siempre que nuestras deslealtades, nuestros prejuicios y odios y rencores incondicionales, borran el NOSOTROS, desconocen el TÚ, es decir, a los otros, y sólo quedan las palabras narcisistas alabando el YO.

La efectividad de la palabra está circunscripta al “almacenamiento” interior de cada individuo. Un almacenamiento que está constituido por lo psicológico, lo afectivo, lo espiritual y lo intelectual. A mayor almacenamiento, mayor necesidad de la palabra y, por consiguiente, mayor responsabilidad en el empleo de ella. A un mayor y enriquecido almacenamiento interior, corresponden más amabilidad en las palabras, mayor equilibrio en el tono con que se pronuncian, mayor facilidad en el acercamiento a los demás, cualesquiera sean quienes nos hablan o nos escuchan; a menor almacenamiento interior, corresponden mayor rudeza y altanería en la palabra, más egolatría, menos comunicación amable y bondadosa.

Es bueno preguntarnos en esta celebración del Idioma, y siempre, ¿cuánto respeto tenemos por la palabra hablada y escrita?, ¿cuánto hemos estudiado su funcionalidad y manejo en relación con nuestro ámbito familiar, afectivo, laboral, cultural?, ¿hemos pensado seriamente en las secuelas positivas o malignas que nuestra palabra pueda dejar en el otro?

El sentido de la palabra no puede ser más que aproximativo, como lo es nuestro propio pensamiento;  ocurre que las palabras resultan muchas veces impotentes, para expresar todos los aspectos del pensamiento, del sentimiento, de la imaginación. Está ya comprobado que nuestra palabra nos traiciona muchas veces por defecto, y también por exceso.

El diccionario, con toda su riqueza de léxico, no es, a fin de cuentas, más que un lugar donde yacen las palabras. El ser humano, como un taumaturgo dotado del mágico poder de revivir esos vocablos que están inertes en el diccionario, les ordena  levantarse, vivir. Así, cada palabra, se transforma en ser vivo, lleno de significación y de sentido, de comprensión y de amor. Pero, a veces, nuestra pequeñez de alma, en un momento de odio, de rencor, de envidia, ordena a la palabra: ¡aplasta a ese que me escucha!  Y ella obedece, destrozando una vida, dañando la más bella relación.

La belleza y elegancia de un texto escrito no residen en las palabras aisladas, sino en su artística conexión; esa capacidad de expresión, habita en el modo y en la sabiduría de utilizar las palabras y, por sobre  todo, en la riqueza interior de quien habla o escribe.

La profundidad y trascendencia de lo que hablamos y escribimos, resultan de lo que, con las palabras, como vehículo, hagamos sentir o pensar a quien nos lee o nos escucha.

Es bueno recordar que hay palabras vacías de significación o mal colocadas tanto al hablar como al escribir.

Un texto en el que predominan las palabras vacías produce una impresión de ordinariez, de indigencia mental y espiritual. Y en lo hablado, ya el diccionario incluyó el adjetivo ‘cantinflesco’ para referirse a todo lo que hablamos falto de sentido, de mensaje, de coordinación, a semejanza de aquel célebre actor de cine mexicano conocido con el sobrenombre de “Cantinflas”.

O por el contrario, las palabras llenas de valores, de significación y de sinceridad, prestan a la frase una densidad considerada como elemento del buen estilo. Pero, hay que tener cuidado, porque tal densidad puede ser también fatigosa y difícil de sostener mucho tiempo, puesto que exige una permanente tensión espiritual y mental.  La excesiva densidad puede resultar indigesta.

Encontramos ejemplos de este estilo indigesto, por demasiado cargado de ideas y pensamientos, en algunos filósofos para quienes escribir es ‘apretar’ de tal modo el pensamiento, en palabras y frases tan densamente significativas, que la lectura se transforma en un ejercicio análogo al que se realiza para desentrañar el sentido de una fórmula matemática.

El manejo de cada palabra en la comunicación NO es tarea fácil. Recordemos que son pocas las palabras que tienen un sentido claro y un solo significado. Cuanto más se estudian las sutiles diferencias y matices en el significado de las palabras, más se convence uno de la responsabilidad, al utilizarlas como instrumentos para razonar y para transmitir ideas y, sobre todo, sentimientos.

Una palabra mal empleada estropea, y a veces para siempre, el más bello pensamiento, la más brillante idea y el más dulce de los sentimientos.

En el ejercicio de mi magisterio, yo también he rendido homenaje a la palabra, enseñándola y disfrutándola; producto de ello son mis dieciséis libros; el último: LITERATURA, investigación, lecturas y análisis, que es


UN LIBRO DE ESTUDIO

El autor argentino Constancio C. Vigil dice: “Hay muchas más almas por conquistar que tierras por cultivar”. La filosofía de este autor y la sentencia del sabio escritor alemán Juan Wolfgang Goethe cuando afirma: “Solo lo que es fecundo es verdadero”, fueron el despertar de mi conciencia ética e intelectual y el incentivo que me llevaron a estudiar para enseñar y, luego, a recoger en libros, todo mi trabajo de estudio e investigación en el campo de la literatura y del lenguaje, durante cincuenta años de labor profesional.

Empezó, entonces la tarea de releer, corregir, hacer ajustes, cuestionar opiniones, comparar conceptos, ubicar hechos y circunstancias, jerarquizar apreciaciones literarias, reflexiones de contenidos, puntos de vista sicológicos y estéticos; ubicar en el tiempo y en el espacio a autores, obras, corrientes humanísticas, escuelas literarias, manifestaciones poéticas, ensayísticas, situaciones objetivas y subjetivas; confrontar datos, dejar un poco las estrictas normas lingüísticas y estilísticas en el recorrido por el abrupto camino en el intento de descubrir la belleza, la armonía, la verdad, el mensaje de cada libro, de cada personaje, de cada poema, de cada autor, el porqué de las circunstancias, de los comportamientos, de las imágenes literarias, de la elegancia y el libre y claro fluir de las palabras…

Una extensa bibliografía da cuenta de lo mucho consultado; pero, por sobre ella están las diarias experiencias de mis lecturas, de mis apreciaciones, de mi propio sentir y pensar que durante muchísimos años, yo como maestra llena de asombro y amor por la belleza y la verdad expresadas, bien en prosa, bien en poesía, fui asimilando, acumulando  y compartiendo hasta dejar huella en mis alumnos y plenitud en mi alma.

En este libro he querido destacar la inmensa y valiosa presencia de la mujer en las letras, en especial en la poesía, y, remontar esa presencia en Colombia hasta llegar a la época en que a la mujer le estaba vedado el campo de la poesía. Fue Laura Victoria la valiente mujer boyacense, que se permitió poetizar los sentimientos amorosos en inolvidables páginas, producciones poéticas que fueron rechazadas por la iglesia, la sociedad y la familia. Tantos problemas llevaron a la poetisa a radicarse en México, en donde vivió desde 1935 hasta 2004 cuando murió a la edad de cien años.

El poema más criticado y rechazado por audaz y erótico, y precisamente, el que la llevó a la fama, tiene por título “En Secreto”………

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(La gran intérprete del verso, Adriana Hernández, nos regaló –después de mis palabras- un precioso recital, encabezado precisamente, por el poema en mención).

(Este texto fue leído en el Centro de Emprendimiento Cultural Café Rojo, en el homenaje al Idioma, el 10 de abril de 2014.)


EN SECRETO


Ve, acércate más, bebe en mi boca
esto que llamas nieve;
verás que con tu aliento se desata,
verás que entre tus labios se enrojecen
los pétalos de ámbar….

Ven, acércate más.
Muerde mi carne
con tus manos morenas;
verás que dulcemente se desmaya
el cactus de mi cuerpo,
y surge tenue de la nieve dura
la misteriosa suavidad del nácar…

No sentirás mi carne llamearse
con tersas rosas cárdenas,
pero sabrás que es tibia como un nido
de plumas sonrosadas…

Ven, acércate más,
bebe el aliento
que se aleja de mí como una ráfaga;
en vez de fuego sentirás el fresco
despliegue de mis alas…

Deja que entre tu pelo se deshojen
mis manos delicadas;
sabré quererte con piedad de arrullo,
sabré dormirte con calor de lágrimas.

Nadie en la vida te dará más seda
que la que yo destrenzaré en tu almohada:
Tendrá el olor del musgo humedecido
y una sutil irradiación castaña.

Ven, acércate más.
Para tu cuerpo
Seré una dulce ondulación de llama;
y si tu ardor entre mi nieve prende,
y si mi nieve entre tu fuego cuaja,
verás mi cuerpo convertirse en cuna
para que el hijo de tus sueños nazca.

Laura Victoria, colombiana
(Gertrudis Peñuela de Segura)