jueves, 17 de abril de 2014



(Recuerdos de una especial Semana Santa)


LA BLANCA Y SEÑORIAL POPAYÁN

Lucila González de Chaves


Reconstruida en un noventa y cinco por ciento, la ciudad de Popayán emerge del caos en que la dejó sumida el último terremoto en 1983. Y surge uniforme, gallarda y acogedora, como si fuera otra Colombia. Ella es la “señora de la cultura”, la limpieza, la aristocracia, la religiosidad. Ni en sus muros encalados, ni en sus monumentos, universidades y colegios se encuentran grafitos (“grafitis”) desafiantes, jocosos o acusadores. En el sector histórico y colonial, nada atenta contra aquella armonía blanca que es Popayán, “fundada por Sebastián de Belalcázar en 1537, y que recibe cada mes unos diecisiete mil turistas; en Semana Santa, por lo menos, sesenta mil visitantes”, según datos de la Secretaría de Planeación Municipal (Banco de Datos).

La Semana Santa

Comienza su Semana Mayor a las once de la mañana con la procesión del Domingo de Ramos. En ella desfilan los decanos de la Orden de la Alcayata, detrás de los miembros de la Junta Permanente Pro-Semana Santa.

El lunes santo no hay procesión, es el “Día del Carguero”;  a las 6 de la tarde se celebra una misa solemne en la Catedral Basílica de Nuestra Señora de la Asunción, en la que el señor obispo, o su delegado, hacen una sentida semblanza de los cargueros y condecoran a los más antiguos, con la “Alcayata de Oro”.

El martes santo, a media tarde, se realiza la “Procesión de la caridad”, organizada por la Unión de Voluntariados del Cauca; su objetivo es ayudar a los ancianos; por eso, todos los participantes portan alimentos, mantas, sábanas y todo lo que pueda necesitarse en el asilo. Confundidos con los fieles, vimos a los altos gobernantes llevar su “aporte de caridad” para los ancianos: bolsas plásticas con alimentos.

Pero, “La Jerusalén de América” tiene cuatro procesiones mayores organizadas por la alta sociedad payanesa: martes, miércoles, jueves y viernes santos; las cuatro, en las horas de la noche.

Las flores que adornan los pasos (nueve, en total) de la solemne procesión del martes son blancas, símbolo de la pureza de la Víctima que va a entregarse por los hombres. El miércoles, las flores de todos los pasos (también nueve) deben ser rosadas, símbolo del júbilo de los hombres por haber sido rescatados del pecado. Los pasos (quince) del Jueves Santo se adornan con flores rojas porque es el Día del Amor. Y las del Viernes Santo son moradas: todos llevamos en el corazón el luto por la muerte del Señor y un gran dolor por la soledad de la Madre. Los pasos de este día son trece.


Los cargueros

Son señores entre los veinticinco y sesenta años que difícilmente ceden su puesto junto a su  Paso  (“paso: efigie o grupo que representa un suceso de la Pasión de Cristo y se saca en procesión en la Semana Santa” – DRAE). Muchos de ellos son aristócratas; otros ocupan altos cargos públicos y han recibido de sus mayores la tan  honrosa herencia de “cargueros”. Para cada Paso se necesitan ocho, cuatro adelante, cuatro atrás. Tienen la misma estatura, marchan con el mismo pie, al  mismo ritmo, y sienten el orgullo de cargar su  Paso y colocar en su hombro encallecido y en su cintura, la blanca estola, que manos de mujer enamorada (esposa, hermana, novia, abuela o madre), bordó con primor, exclusivamente para ellos y para ese trascendental momento. Esto también es tradición.

Cada cincuenta metros, descansan cinco minutos porque el peso del Paso va desde quinientos hasta ochocientos kilos. En los minutos de descanso, el Paso se asienta sobre cuatro soportes a la altura de las andas, llamados “alcayatas”. (De ahí se derivó el nombre de la condecoración para los cargueros). Las siguientes palabras de un carguero, nos dan la dimensión exacta de esa vocación:

“Cuando transcurren las procesiones y vamos cargando, surge en nuestro interior la verdadera cara de identidad como payanés, como semanasantero y como cristiano”. (Eduardo Bonilla Montúa).

Y este párrafo del doctor Carlos Lleras Restrepo es la mejor definición de los cargueros:

“Es hermoso el espectáculo de una ciudad que se une con los círculos fortísimos de la tradición para esta imponente celebración colectiva. Pero sobre todo, he admirado a los “cargueros” que son los mejores depositarios de esa tradición. Cuando los veía avanzar con acompasado paso, bajo el peso de las imágenes sagradas, a la par humildes y orgullosos, me parecía ver en ellos a los portadores de una historia llena de gloria y sacrificios, soportando el peso de glorias pasadas y de los problemas presentes, con nobleza histórica”.

Las sahumadoras


Son jóvenes bellas y esbeltas de alta clase social, que en las noches de las procesiones, visten  trajes de “ñapangas” (mestizas, mulatas), llevan en sus manos sobre ricos mantos hermosamente tejidos, un pebetero adornado con flores en que el incienso se quema lentamente y va perfumando la noche payanesa y la majestuosidad de la procesión. Pero, hay entre las sahumadoras, una que es del pueblo, sin belleza, sin pergaminos, sin juventud. Su constancia, entusiasmo y fe le han dado el derecho de ejercer este rito durante cuarenta años consecutivos.



Los alumbrantes

En dos interminables filas van hombres, mujeres y niños de todas las edades, de diferentes clases sociales. Portan un cirio encendido y dos o tres para ir encendiéndolos, porque las procesiones duran de cuatro a cinco horas. Los alumbrantes dan realce a la procesión y marchan en silencio, con lentitud y recogimiento porque se han dicho a sí mismos “que cada cirio encendido sea un NO a la violencia”.

Los regidores

Imponen el orden en las procesiones. Vestidos de riguroso frac y con el signo de la redención (una pequeña cruz) en sus manos enguantadas, van recorriendo las calles en silenciosa vigilancia de su Paso, de sus cargueros, de los alumbrantes y del público espectador, para que no se quiebren el silencio y el respeto que acompañan a tan grandiosa manifestación de fe.

Realidades que van convirtiéndose en leyendas

A los turistas les cuentan las gentes de Popayán muchas historias que corresponden a realidades lejanas y que se van convirtiendo en leyendas. Entre las que por Semana Santa cobran importancia, están:

El ánima sola

Alguna persona se vestía como los cargueros (túnica y capirote) y salía por calles y plazas recogiendo dinero para el alumbrado y las flores de la Semana Mayor. Hoy, cuando se presenta en las noches, nadie le da limosna y los turistas intrigados, preguntan por su nombre.

Barrabás

En el atrio de la iglesia de San Francisco, el Viernes Santo, solía apostarse un hombre taciturno que pedía limosna para los presos. Estaba siempre custodiado por un policía, porque también él era un preso. Ese día, salía de la cárcel, por unas horas, para simbolizar el hecho histórico de cómo se prefirió soltar a Barrabás y condenar a Jesús.

El Cachorro

Cuando el doctor Guillermo León Valencia (hijo del gran poeta Guillermo Valencia) –presidente de Colombia-  estuvo en España, vio agonizar en una calle de Sevilla a un gitano apodado “el cachorro”, víctima de unas cuchilladas. Cuentan que le impresionó tanto la expresión de aquel rostro, que hizo esculpir un Cristo con ese modelo. Trajo el Crucifijo –aproximadamente de dos metros de alto-   a Popayán y lo entregó a sus amigos los cazadores de patos. Desde entonces, este destacado grupo social payanés tiene Paso propio en la procesión del Jueves Santo: es El Cachorro, nombre con  que se conoce este Crucifijo, símbolo ya de toda una ciudad heroica y noble.

El festival religioso

Hay que destacar el suceso artístico de cada año, realizado también en la época de la Semana Santa; es el “Festival de Música Religiosa” que en el presente año (1991) realizó la vigésima séptima edición. En el hermoso templo de La Encamación, de puro estilo barroco, se reúnen cada año los amantes de la música de varias ciudades del país, para escuchar obras inmortales en conciertos diarios desde el domingo de Ramos hasta el Viernes Santo. Año tras año el doctor Edmundo Mosquera Troya logra conformar el Festival con agrupaciones como la Orquesta Sinfónica del Valle, la Sinfónica de Colombia; grupos corales de gran valía y técnica llegados de diferentes ciudades del país, y solistas destacados de la talla de Blanca Uribe, Harold Martina, Álvaro Huertas Nieto.

Una grey sin Pastor

La blanca catedral se llenó de luto, silencio, lágrimas y adioses al Pastor. La catedral, su obra predilecta, que reconstruyó con amor y dedicación; a solo cinco meses de haberla dado al servicio, Monseñor Samuel Silverio Buitrago Trujillo (arzobispo de Popayán) comparece ante el Padre. Una estatua de la Virgen Asunta de casi siete metros de altura abre sus brazos y se yergue majestuosa para presidir los funerales del príncipe de la Iglesia. La aristocracia payanesa se confunde con el pueblo en una interminable fila para dar el último adiós a su Pastor. A las once de la mañana del Jueves Santo, el Día del Amor, Cristo reclama a su representante, y una grey huérfana llora su ausencia.



(Artículo publicado en El Dominical del periódico El Colombiano, el domingo 31 de marzo de 1991, y merecedor de un diploma del Círculo de Periodistas de Antioquia y una elogiosa carta de los gobernantes del Cauca).

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