lunes, 13 de octubre de 2014

ALFREDO NOBEL, EL SEÑOR DE LOS PREMIOS "NOBEL"

                          EL SABIO Y SOLITARIO SEÑOR DE LOS PREMIOS NOBEL


                                                                                      Lucila González de Chaves
                                                                                          Lugore55@gmail.com


Cada diez de diciembre es un aniversario más de la muerte de Alfredo Nobel; por tal motivo, se entregan los Premios que llevan su nombre, y que gozan de un prestigio extraordinario.

Cada año, antes del invierno europeo, los periódicos de todo el mundo publican la concesión de los Premios que recaen sobre personas de méritos ya consagrados. La Fundación Nobel, con sede en Estocolmo, tiene a su cargo la administración de los fondos para dichos Premios:

Los de Física y Química los concede la Academia de Ciencias de Estocolmo; el de Medicina, el Instituto Caroliniano de la misma ciudad; el de Literatura, la Academia Sueca de la Lengua; el de la Paz, el Storting (Parlamento Noruego).

En 1969 se concedió por primera vez, un sexto Premio: el de Economía que se entrega cada año, con los otros cinco, el diez de diciembre.

Alfredo Nobel nació en Estocolmo en 1833. Al morir, dejó su fortuna para fines de cultura y pacifismo, para promover y estimular el progreso de la ciencia, de la destreza y la pericia. Estudió química e ingeniería mecánica por su propio esfuerzo. Hasta los diecisiete años trabajó en Rusia, país al que había marchado toda la familia.

Luego, Nobel se fue a Norteamérica por su propia cuenta y riesgo; allí estudió al lado del ingeniero John Ericsson. Dos años después volvió a Rusia para trabajar con su familia en la fabricación de torpedos y minas submarinas. Esta empresa daba trabajo a mil obreros, lo que indica la cantidad de explosivos que producía.

Cuando Rusia empezó a comprar su armamento en el exterior, la fábrica de la familia Nobel se declaró en quiebra, y todos regresaron a Suecia. Alfredo viajó a París, y con la influencia de Napoleón III, consiguió un préstamo con el que aseguró su carrera de éxitos: inventó la nitroglicerina, la mezcló con pólvora negra, y el 15 de julio de 1864 sacó la patente de invención de la dinamita; esta haría explotar su fábrica el 3 de agosto siguiente.

Ante la amenaza que Alfredo Nobel representaba con su dinamita, y el terror que a las gentes producía el tenerlo cerca, no pudo reconstruir su fábrica, y tuvo que establecer su laboratorio y taller en un barco que se hallaba anclado en medio del lago Maelar.

Años después, pasado un poco el pánico, construyó fábricas en Suecia y Alemania; pero, el peligro acompaña los éxitos:
Salta, hecho pedazos, un buque que llevaba al Perú doscientos barriles de dinamita, y mueren cuarenta y siete tripulantes; vuela en San Francisco de California, un almacén, y hay catorce víctimas; queda destruido el local en Sídney; de la fábrica de Alemania sólo quedan los restos de muchos trabajadores, entre ellos su hermano menor…

Un nimbo de espanto y maldición aísla a Alfredo Nobel, con su invento, de los demás seres humanos. Nadie quiere vender, almacenar, embarcar dinamita, y él mismo no puede encontrar dónde vivir en Nueva York, porque –dicen-  “puede llevar muestras en los bolsillos”.

Nobel siente que la adversidad lo enardece y lo empuja hacia la lucha: hombre práctico y experto financiero, monta fábricas, saca patentes, organiza empresas comerciales y convence a todo el mundo de que la dinamita es menos peligrosa que los demás explosivos empleados en túneles, canteras y… por los ejércitos.

La dinamita se utilizó por primera vez con fines bélicos en la guerra franco-prusiana entre 1870 y 1871.

Nobel inventó una caldera inexplosiva, un freno automático, la pólvora sin humo: la balistita, la gelatina explosiva, una combinación del algodón pólvora y nitroglicerina, el caucho sintético, la seda artificial… Llegó a reunir ciento veintinueve patentes.

¿Su vida personal?

¡Enorme su carrera de inventor!,  ¡larga su fama!,  pero… ¿su vida personal?

Dicen sus biógrafos que Alfredo Nobel no supo luchar con el dolor del ser humano, con la angustia de vivir sujeto a la ilusión y al desengaño; no pudo llenar sus vacíos con amor… No supo abrir el corazón a los demás. Como era hombre de extraordinario talento, conocía su íntima desventura y la explicaba con infinito desprecio de sí mismo y de la humanidad.

Retraído, detestaba todas las formas de publicidad. Un hombre de educación muy cuidada y un perfecto idealista. Nunca cursó estudios universitarios ni obtuvo ningún título académico; pero, sus conocimientos científicos y su madurez intelectual sobrepasaban a sus contemporáneos.

 Hablaba varios idiomas y sabía de literatura; sin  embargo… ¡solitario!, de temperamento sensitivo, soñador. Su íntimo dolor de vivir se revela claramente en esta autodescripción que envió un día a su hermano: “Alfred Nobel, lastimoso medioviviente, debió ser muerto de asfixia por un médico filántropo tan pronto como, con un vagido, entró en la vida”.

En los últimos años sufrió muchos padecimientos físicos y mentales. La progresiva pérdida de la salud afectó su estado mental. A todo esto se suman la deshonestidad y la incomprensión de sus subalternos y ayudantes. Pero, dice uno de los estudiosos de Alfredo Nobel, que “en el fondo de su personalidad, peculiarmente complicada, que requería soledad y sufría de desesperación melancólica, entre un torbellino de negocios apremiantes y actividades industriales, yacía escondida una naturaleza poética”. (Anders Osterling)

En 1890, al leer la novela Abajo las armas de la baronesa Berta de Suttner (Premio Nobel de la Paz en 1905), en la que ella pinta los horrores de la guerra, Nobel se convirtió en un pacifista militante… pero, seguía produciendo dinamita y otras materias para la guerra.

De su amistad y largas conversaciones con la novelista citada parece que surgió la Institución de los Premios Nobel.

En su vejez, Alfredo Nobel trasladó sus laboratorios a San Remo, y en esta bella ciudad italiana murió de un infarto, el diez de diciembre de 1896.

Dejó a los albaceas de su testamento el encargo de organizar el sistema de administración de los Premios Nobel. Nueve millones de dólares fue la cantidad destinada para conceder cinco premios anuales.

Las primeras adjudicaciones tuvieron lugar en 1901.

Nota:
Según concepto de la Academia Colombiana de la Lengua -“Boletín” tomo XVIII, No 73 de 1968- la palabra NOBEL, de acuerdo con su carácter propio, es vocablo agudo. Debe decirse Nobel, con acento en la última sílaba, y no se le marca tilde por ser palabra aguda terminada en ele.