sábado, 5 de julio de 2014

¿POR QUÉ ESCRIBIR?   ¿CÓMO HACERLO?


Lucila González de Chaves
lugore55@gmail.com

Saber escribir supone unas normas, la voluntad de respetarlas y un esfuerzo para llegar a descubrir las riquezas de la propia lengua.
Saber escribir exige cuatro cualidades: claridad, precisión, elegancia y sensibilidad.
En el momento actual, muchos se preguntarán: ¿Por qué hay que escribir? ¿No estamos en la era de lo audiovisual? ¿No estamos en la civilización de la imagen?
Ocurre que cada vez se enseña más, según métodos audiovisuales, y la televisión escolar tiene ahora muchos seguidores; incluso, muchos escritores han abandonado la literatura y se han pasado al cine.
Ninguna imagen, ninguna voz, podrá sustituir las palabras y las frases que tracemos en el papel, y sobre las cuales podremos reflexionar, resaltar un matiz, introducir una sutileza que dé a nuestro pensamiento todo su valor.
Son muchas las circunstancias en las cuales necesitamos escribir:

Para comunicar una información general o personal.
Para solicitar una información o un servicio.
Para expresar un sentimiento o una emoción.
Para convencer o conmover.
Para poner orden en nuestras propias ideas, para ver más claro dentro de nosotros.
Por el simple placer de comunicarnos con una persona que queremos o admiramos.
Para huir de la soledad, para salir de nosotros mismos.
Porque lo escrito permanece.
Porque lo escrito se recuerda más que lo oral.

Algunas recomendaciones para escribir:

Cuando se escriben frases muy largas, se deben simplificar, eliminando despiadadamente las palabras inútiles.
Evitar las jergas, aún las que estén de moda; los términos oscuros, o las imágenes equívocas. En cambio, utilizar imágenes que le lleguen con claridad al lector. La prensa y la publicidad nos están dando titulares llenos de imágenes chocantes, cuando no, contradictorias.
Escribir las palabras adecuadas en el lugar que les corresponde. Cuanto más rico sea el vocabulario, mayores serán las posibilidades de una correcta redacción. Desgraciadamente nos están invadiendo las palabras que sirven para todo y limitan la comunicación, incluso, la convierten en ambigua. Empleamos en todo momento palabras como: espectacular, funcional, problemático, estupendo, lindo, bellísimo, percepción, extraordinario, mundial y otras más; todas las que se van poniendo de moda.
Dice el escritor francés Jean-Pierre Saïdah: “Sólo el lenguaje diplomático está repleto de matices o subterfugios que permiten que el interlocutor caiga en la trampa de las palabras, de los sentidos supuestos, de los sentidos ocultos o de los sentidos claros”.
Las palabras pueden, a veces, ser equívocas y falsear el sentido del deseo de comunicarnos. Debemos aprender a sopesarlas, sin olvidarnos de utilizar dos balanzas: la nuestra y la de lector.
Evitar el abuso de definiciones y de frases que empiecen así: ‘yo pienso que’, ‘no es eso precisamente lo que yo quería decir’, ‘me atrevería a insinuar, a sugerir’, ‘dicho de otra manera’, ‘a propósito, yo sugeriría’, etc.
Evitar frases caracoleantes, barrocas que desarrollan largamente lo que bien podría decirse en una, dos o tres palabras.
Evitar los pleonasmos, muy frecuentes especialmente en la conversación. Ejemplos viciosos: lo dijo totalmente todo; el primer número uno de la lista; previó con anticipación el hecho; subió arriba y se sentó en el asiento; entrar adentro; venir de otra parte; salir de dentro; una frase de palabras; anda moviéndose; habló diciendo, etc.
3. Los adjetivos son palabras difíciles de manejar: se peca por pobreza,  o por abundancia, o por uso impreciso y vago de dichos adjetivos. Si abusamos de ellos, acaban por ser palabras "vacías".

No emplear los adjetivos degradados en busca de fuerza efectiva. Ejemplos: una película espectacular; unos zapatos espectaculares; un libro ¡bárbaro!; ¡Qué talento más bestial!

Prescindir de grupos de adjetivos, como: solo y único; primero y antes que todo; es alto y derecho; cabello rubio de color claro; color negro y oscuro; agua clara, transparente.
Existen los pleonasmos literarios para dar un efecto de insistencia, como: yo, yo fui quien lo dijo; yo lo he visto con mis propios ojos; yo me estaba diciendo a mí mismo para mis adentros, etc.  Es muy difícil emplear estos pleonasmos literarios sin dañar la elegancia del escrito; se necesita ser un gran maestro de la pluma.
No es necesario, como algunos escritores creen, ser oscuro para parecer profundo, ni ser rebuscado para tener aire de sabio. Una idea clara, un estilo sencillo no necesitan impropiedades, sobre todo cuando existen las palabras correctas.
Evitar la banalidad; ella no es la tan indispensable claridad. Al contrario, la repetición de frases hechas hacen desaparecer la idea expuesta
Es indispensable una exacta puntuación. Quien redacta y no cuida la ortografía, perturba la índole constructiva del español e induce a errores de expresión y de comprensión.
 Veamos las diferencias en estas frases puntuadas de diferente manera: Gabriel dijo: Julián vendrá con nosotros. Gabriel, dijo Julián, vendrá con nosotros. ¿Cuántos libros se vendieron este año? ¡Cuántos libros se vendieron este año!
Cuidar el orden de las palabras en la frase. Sin el orden correcto, puede expresarse lo contrario de lo que se quiere decir, ejemplos: Como tú, jamás me opuse a la democracia. Jamás me opuse a la democracia, como tú. Yo he visto a tu hermana pasar por la ventana. Por la ventana he visto pasar a tu hermana.
Evitar el equívoco. Ejemplos: Los profesores no imponen a los alumnos más que un trabajo por semana, aunque ellos tienen toda la libertad para hacerlo. ¿Quién tiene la libertad? ¿Los alumnos para realizar el trabajo, o los profesores para imponerlo o no? Luis fue al teatro con su novia y su hermana. ¿La hermana de quién? ¿De Luis? ¿De la novia?
Estar muy seguro en el empleo de palabras parónimas para no usar las unas en lugar de las otras; ejemplos: acepción y aceptación; afección y afición; alusión e ilusión; perceptor y preceptor; perjuicio y prejuicio; etc.
Usar sin miedo las palabras relativamente breves y de formación simple, y evitar las frases clichés que nada añaden a la idea, tales como: ‘de algún modo’; ‘en todo caso’; ‘por así decirlo’...
Tener en cuenta el valor que va a dársele a cada palabra: afectivo, satírico, irónico, político, religioso, etc., para que dicha palabra quede bien contextualizada.
Corregir los escritos y leerlos en voz alta, hasta que el oído esté satisfecho. El sentido auditivo es la mejor ayuda para la armonía del escrito; pero al suprimir vocablos en beneficio de la armonía, no debe correrse el peligro de sacrificar la claridad del contenido.
Cuidar la correspondencia de los tiempos verbales: si el verbo de la oración principal está en presente (o en futuro), el verbo de la oración subordinada puede usarse en cualquier tiempo, según lo que se quiera expresar, aquí no hay regla de concordancia de tiempos que aplicar. Si, por el contrario, el verbo de la oración principal  está en tiempo  pasado, el verbo de la oración subordinada se emplea, casi siempre, en pasado del subjuntivo; ejemplos: temía que no viniera a verlo; quería que me dijera la verdad; juzgamos que habría terminado el examen.


En la redacción se necesitan, fundamentalmente, tener algo que decir, y encontrar la formulación del pensamiento. Algunas recomendaciones para lograrlo son:

1. Evitar el abuso de los artículos.
2. Cuidar el empleo del posesivo "SU"  por las ambigüedades que presenta.
4. El lenguaje escrito debe ser más pulido, correcto y de más altura. Evitemos el habla popular. El lenguaje del pueblo, dentro de los escritos, tiene su lugar en la literatura costumbrista.
5. Tener presente siempre en la elaboración de textos, por cortos o intrascendentes que sean, las normas de la concordancia, la correlación de los tiempos verbales……
6. Evitar el abuso, las repeticiones de la partícula "que"; esa ligereza de expresión vuelve los textos pesados, molestos e inarmónicos.
8. Evitar la repetición de una misma palabra en frases próximas, sin ninguna justificación, especialmente de sustantivos, adjetivos y verbos. Es correcto que se repitan los elementos de enlace.
9. El defecto más ridículo en la redacción es la ampulosidad. Hay que luchar contra el lenguaje afectado, melindroso. La prosa debe discurrir fluida, sencilla, precisa, elegante, sobria.
10. El escrito debe acomodarse a la importancia de la idea o el pensamiento que se quiere expresar. Las ideas sencillas y claras producen escritos breves; las complejas, escritos largos. No hay que alargarse en lo que no es necesario.
11. Evitar las fallas de sentido o incoherencias, las faltas de lógica... son producto de la charlatanería, el chamboneo, el querer ser muy originales, la falta de respeto por el idioma, la superficialidad, la pereza para cuidar y pulir lo que se escribe, etc. 

DICE EL MAESTRO AZORÍN:

Escribamos brevemente, lo más brevemente posible. Seamos sobrios y llanos en todas nuestras páginas. Nada de abalorios, sibaritismos de expresión, ni vocablos suntuosos. Lo que en el mundo envejece y se extingue con más prontitud es la novedad. Hay que decantar y comprimir la frase: quitarle sus meandros y su ramaje vano. Hacerla limpia, emotiva, directa y fina como aguja de surtidor.

Desdeñemos, nosotros también, lo superfluo, lo accesorio, lo inútil y dejemos tan solo en nuestras páginas lo sustancial y peculiar. Es el único camino de hacer obra perfecta y duradera.”



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