viernes, 16 de noviembre de 2012




EL IDIOMA Y LA  EXPRESIVIDAD EN EL SER HUMANO



                                                                      Lucila González de Chaves


Hay en el ser humano, por constitución, una aptitud y una disposición para la recepción de impresiones y sensaciones que lo pongan en contacto con el mundo exterior; pero, también se manifiesta como igualmente innata la tendencia a influir en los demás, a atraerlos, a provocar temor, respeto, admiración, compasión, amor… A esta inclinación a hacer sentir nuestra presencia en la vida de los que nos rodean, la llamamos expresividad, y su manifestación más directa es la del lenguaje.

La expresividad tiene recursos que le son propios; unos actúan sobre el oído del que escucha, estimulando su interés; otros, excitando su imaginación con ciertas transformaciones de significado. Entre los medios fonéticos, es sin duda el más importante, el de la entonación. El tono en el que se pronuncia una frase, tiene una decisiva influencia en su sentido. Una expresión puede tener muy distintos significados según el tono con  que se pronuncia.

Todos los sentimientos, las emociones, el carácter, y hasta las diferencias geográficas se reflejan en el idioma, mediante  la entonación.

La alegría y el amor multiplican los matices; mientras que la tristeza, el desamor, el olvido, la preocupación los apagan. Un carácter vivo exagera las tonalidades del habla, mientras que la voz del ser enfermo, apocado u olvidado, es baja y suave y sin ningún matiz. En la exclamación, la naturaleza de la emoción es la que determina el tono. Si aquella es aguda, ésta también lo será. En cambio, las emociones deprimentes o de tono menor se expresan con la entonación más grave.

En nuestra lengua hay palabras que no son otra cosa que puro tono, simple exclamación sin contenido intelectual ninguno, sin mensaje, como: ¡caramba!, ¡oh!, ¡hola!,  ¡carajo!, ¡ja!, y tienen reservado su valor significativo a la índole y cantidad de sentimientos que pongamos al pronunciarlas.

Hay, además, otros recursos fonéticos que ayudan a vivificar la expresión, a intensificarla: sólo con silabear una frase, la convertimos en viva carga de intenciones expresivas ocultas, bien de acogida, o bien de rechazo. Otras veces, la repetición de una palabra aumenta el volumen de su significado: ¡te quiero tanto, tanto!  ¡Te lo he explicado miles y miles de veces!

En la literatura infantil, los cuentos están cargados de emoción mediante las repeticiones: “…y siguieron andando, andando, andando”;  “…y el anciano pensaba, y pensaba, y pensaba, y pensaba…”. “El niño soñaba y soñaba en poseer el tesoro…”
A veces ocurre el caso contrario: para hacerse más expresiva, la lengua silencia, corta, deja en suspenso la expresión: yo quería decirte que… ¡no me atrevo! ¡Hablamos…!

Son corrientes las elipsis (omisión de palabras) en el habla espontánea y natural. Casi podría decirse que ellas son la base del habla familiar. Tan llena de contenido psíquico, de relaciones y alusiones a las circunstancias se halla cada palabra, ayudada por el gesto y la entonación, que una frase puede callarse la mitad de las palabras, sin que ninguno de los interlocutores se entere siquiera.

Ocurre a veces que las elipsis son debidas a un sentimiento afectivo que hace callar, por respeto o por emoción, ciertas palabras significativas o centrales de la expresión. Todos conocemos el valor sentimental de los puntos suspensivos, que representan en la escritura una interrupción colmada de contenido emotivo.

Dice la escritora Carmen Pleyan de García López: “La raíz psicológica de la expresividad se manifiesta de un modo claro en las tendencias que la rigen. Cuando se sienten vivamente las cosas, la misma fuerza de la emoción hace que veamos como incolora e ineficaz la lengua habitual, y reclamemos de ella una mayor capacidad expresiva... Este deseo de intensificarla se manifiesta de un modo espontáneo en la exageración.  (…) Está tan plagada de hipérboles (exageración de la verdad) nuestra lengua, que muchas de ellas llegan a no sentirse ya como tales (…)”.

El uso de sinónimos es también un recurso expresivo. A veces, la emoción nos hace insistir en una idea y, entonces, acumulamos sinónimos que dibujan, con preciso contorno, lo que estamos sintiendo. Esta misma insistencia nos lleva, a veces, a usar pleonasmos (empleo de palabras redundantes). El abuso de tantos sinónimos hace que el lenguaje se vuelva pesado, feo, melindroso. Es el recargo de adjetivos que tanto daño hace al idioma.

En general, los sentimientos negativos, como: odios, rencores, desprecios, desamor, indiferencia, buscan su expresión en la ironía y en el sarcasmo; de esta manera, dichos sentimientos cobran intensidad por medio del contraste.

La plasmación lingüística directa de lo afectivo la constituyen las interjecciones, los vocativos y los imperativos; pero, todos sabemos que los aumentativos y los diminutivos no expresan muchas veces aumento o disminución del significado del sustantivo, sino que van implicados en ellos muchos matices teñidos de ternura, de amor, de compasión, de desprecio, de ironía, de falsa aceptación del otro, según los casos o el tono con  que se pronuncien.

El verbo es otra de las partes de la oración que ofrece gran variedad afectiva. Son razones de tipo puramente afectivo, las que hacen que muchas veces se alteren las leyes lógicas; por ejemplo: el presente histórico que generalmente usamos cuando nos emocionan los hechos al narrarlos (Bolívar vence a los españoles en Boyacá), o cuando nos identificamos con ellos. También, en el habla familiar se echa mano del futuro para indicar el presente en los casos en que no tenemos seguridad en la afirmación (serán los tres de la tarde).
A veces, los tiempos del subjuntivo (yo quisiera; ¿podrías venir mañana?; desearía verte; ¿me querrías igual?) están sometidos a matizaciones determinadas por sutiles aspectos psicológicos, ya que en ellos cabe mucho más la intervención subjetiva del hablante.

Recordemos que el modo subjuntivo del verbo, es el modo del deseo; así como el modo indicativo es el modo de la realidad.

El estudio de los procedimientos que se utilizan para conseguir la expresividad ha llegado a constituir una especialización de la ciencia filológica llamada estilística. Sin embargo, los lingüistas están siempre frente al dilema: ¿el hombre es expresivo por un afán estético, o por un motivo social?

Indudablemente, todos hablamos con emoción, pero es sólo el artista de la palabra el que encuentra un modo mejor y más bello para decir las mismas cosas. Sabe expresarse con donosura y belleza; y tanto si habla como si escribe, puede formular su pensamiento con claridad y elegancia, y transmitir su íntima emoción en las palabras.

Es el artista de la palabra el que encuentra la frase feliz, la palabra refulgente, la expresión sugestiva que todos leemos con deleite amoroso; frases en las que las palabras caen como gotas, una a una en nuestra mente, y van dejando allí una impresión estética, una sensación armónica…

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