martes, 20 de septiembre de 2022

EL NOMBRE COMÚN DE UNA MUY ESCASA VIRTUD

 


LA AMISTAD

 

Lucila González de Chaves

Maestra, escritora y periodista


Estamos asistiendo al cumplimiento de las palabras proféticas del jesuita Teilhard de Chardin, el sabio sacerdote francés de asombrosa lucidez científica, quien dijo:

“Nuestro mundo estallará si no aprendemos a amar”.

Este tiempo se caracteriza por la competición y la ambición de poder, de saber y de tener; y, por darles paso con todas sus secuelas, hemos olvidado amar y servir.

Ya no entendemos que, en nuestros hogares, instituciones, ciudades, en nuestro país, en el mundo entero, todo se derrumba por falta de amor. A lo que hay que agregar el temible arrasamiento de los virus que solo podremos sobrellevar si nos toleramos los unos a los otros.

Es la hora de orar por el amor entre nosotros. Un amor que despierte el perdón, la esperanza y la confianza, el optimismo, la fe, el respeto, la fraternidad, la tolerancia, la sensibilidad por la bella simplicidad de las cosas y de las personas; que nos dé claridad y humildad.

 ¡Hace tanto que la política, la frialdad del saber, el dinero y el poder, el narcisismo y la superficialidad   nos silenciaron todo esto!

Quiero citar apartes de dos textos escritos por dos hombres muy distantes en el tiempo, en el espacio y en la historia, pero fuertemente unidos en la grandeza.

Uno es San Pablo, el apóstol iluminado que, encendido de fe, nos dejó las más maravillosa y profunda definición del amor, en su primera Carta a los Corintios, escrita hacia el año 55 de nuestra era. Él dice:

“Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, y me faltara el amor, no sería más que bronce que resuena, y campana que toca. Si yo tuviera el don de profecías, conociendo las cosas secretas, con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero si me falta el amor, nada soy.

“Si reparto todo lo que poseo a los pobres, y si entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado, pero si no tengo amor, de nada me sirve.

“El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto, y siempre le agrada la vedad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta”.

El otro autor, fallecido a finales del siglo XX, fue un brillante abogado y escritor, hijo de esta Antioquia dolorida, y testigo de su calvario en la historia que hoy vivimos; es el doctor Oscar Peña Alzate, quien, ante la tumba de su gran amigo, declaró:

“[…].  La amistad no es un ´conocerse´, no es un ´simpatizar´, no es el mero ´compañerismo´, ni una muestra de circunstancial cariño. Ella es más profunda, más sólida, es imperecedera porque está enraizada en las almas que la nutren.

“[…]. El ser humano necesita de la amistad para habilitar su soledad, para impulsarse, para liberarse de las cadenas del egoísmo, para gozar de la nobleza. Un ser humano sin amigos es naturaleza árida…

“La amistad cubre el espacio de la vida. Quien no la conciba o la recele, es un indolente o un resentido alimentado de migajas.

“La amistad nos procura siempre un mástil y una vela para navegar en el proceloso mar de la vida.

“No se le puede dar la espalda a un amigo, sino para llevarlo a cuestas”.

Por mi parte, creo que debemos pensar en los siguientes aspectos:

Tener un amigo no es del cotidiano acaecer. Confundimos al amigo con el compañero de trabajo, o de pupitre en el aula, o con el contertulio, o con el vecino.

Debemos identificar la amistad para diferenciarla de los demás impulsos del afecto. La amistad no nos llega por generación espontánea; nace y se fortalece en el laboratorio del alma. Hay que buscarla, se encuentra en donde menos se espera y, una vez, hallada, hay que alimentarla con gentileza, gallardía, desinterés, servicio y lealtad. 

La LEALTAD es la prueba de fuego de la amistad.

Hay que buscarla en el interior de las gentes, en su alma, en sus sentimientos, en su luminoso razonar. Una vez que ella crece con libertad y limpieza, procura una amorosa sombra a nuestra doliente contextura humana y aliento espiritual a nuestra alma.

Ser amigo no es DAR; es DARSE con desprendimiento, ayudar sin esperar nada a cambio, aconsejar y compartir con prudencia, analizar y corregir sin causar heridas, reconocer sabia y honradamente los valores del amigo sin melindres ni adulaciones, gozar con sus triunfos sin envidiarlo, acudir con presteza en su angustia; que nuestra tabla de medida no sea la retribución sino la del desinterés.

La amistad no es lejana; está hecha de calor humano. Es sumisa, plácida, solidaria, y jamás se desdobla en odio o en desengaño o en deslealtades. Ella no es excluyente, es polivalente, no admite el egoísmo, no convive con la pasión sino con la virtud, es, ante todo, auténtica.

 

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