El pasado 22 de marzo
de 2013, salió al mercado editorial el libro número 14 de doña Lucila González
de Chaves, bajo el afortunado título de “Literatura, investigación, lecturas y
análisis”.
El pasado 22 de marzo de 2013, salió al mercado editorial el libro número
14 de doña Lucila González de Chaves, bajo el afortunado título de “Literatura,
investigación, lecturas y análisis”. Se trata de una obra pulcra, bien diseñada
y atractiva, cuya carátula aparece ilustrada con la obra “ En Contravía”, del
artista Óscar Velásquez Tamayo, quién también tuvo el honor de prologar dicho
tratado. Es un compendio de 430 páginas “deliciosas, como toda la creación de
doña Lucila”, dividido en cuatro capítulos, esenciales y coherentes. Ellos son:
1. Ensayos, 2. Poetas, 3. Novelistas, y 4. Libros (comentarios y citas
textuales). El primer capítulo presenta un cúmulo de ensayos tratados con
donosura y propiedad, como: “Presencia femenina en El Quijote”, “Don Quijote o
la caballería rediviva”, “El hidalgo inmortal”, “El sentimiento amoroso en la
literatura”, entre otros 27 adicionales. El segundo capítulo, Poetas, nos
presenta en forma breve y precisa, la vida y obra de poetas entrañables como
Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Fancisco Luis Bernárdez, Gabriela Mistral,
Rubén Darío, Sor Juana Inés de la Cruz, entre otros 11 nombres que han
hermoseado por años a la gran literatura. El capítulo tres, estudia a novelistas
esenciales como André Maurois, Ernesto Sábato, Miguel Ángel Asturias, entre
otros. El capítulo cuatro, Libros, se abre como un banquete al buen lector,
pues en 96 extraordinarias páginas nos entrega sendos y breves comentarios bien
fertilizados con citas textuales, certeras y oportunas. El libro cierra con una
bibliografía, a mi juicio, justa y necesaria, y un bosquejo biográfico completo
donde el lector puede cotejar la calidad de la obra y las virtudes mismas
de la autora.
Escribir, que conlleva dos
condiciones esenciales: competencia lingüística y capacidad cognitiva, y,
colateral a ello, múltiples actitudes y aptitudes, no es fácil, por obvias
razones, y es por ello que debemos ponderar, reconocer y recomendar la obra en
su conjunto de doña Lucila González de Chaves, la maestra, por excelencia, del
idioma castellano.
Joven aún, como en el famoso poema del celebrado yarumaleño Epifanio Mejía,
“conocí” a doña Lucila, cuando el bicho de la lectura y la escritura se me había metido
por los ojos y los poros. Entonces yo era un estudiante adolescente, de los
primeros años del bachillerato, en un pueblo antioqueño donde los buenos libros
eran pocos y los suplementos dominicales de los periódicos se constituían
entonces, en una deliciosa golosina. En uno de ellos aparecía una columna hebdomadaria
que ella firmaba con el título de “Funcionalidad del idioma”. Desde entonces,
he sido “alumno” (y por suerte, ahora, amigo) de ese manojito de huesos, saber
y ternura que responde al nombre de Lucila, y que se apellida González, y que
casó con el músico Luis Eduardo Chaves Becerra, con quien tuvo a Luis, Carlos,
Ana y Juan, y ahora aparece en el mar de la virtualidad con el sugerente nombre
virtual de “Aprendiz de brujo”.
Nacida en Medellín, pero llevada a Titiribí desde muy corta edad (por una
de esas jugadas definitivas del destino), vivió allí su infancia (en la tierra
de su admirado poeta Jorge Montoya Toro), al cuidado de los siempre añorados
abuelos y de la tía Maruja Restrepo, a la sazón maestra del pueblo. Muy pronto
regresó a Medellín para ejercer su fructífero magisterio en varias de nuestras
más queridas instituciones educativas, entre ellas el Centro Formativo de
Antioquia, CEFA Hoy, más que nunca, doña Lucila es paradigma viviente de un
idioma vivo,hermoso y dúctil como
nuestro español. Ella, tan parecida hoy en su sonrisa y vigor a su sentencia:
“El idioma siempre será un adolescente”, es ejemplo diario de respeto,
amor y cultivo por el idioma; es desafío vital para nuestros maestros,
periodistas y estudiantes (entre otros especímenes), que maltratan día y noche
el idioma, sin que encuentren en ello reato alguno de conciencia, y menos de
responsabilidad académica.
Cada vez que tengo la oportunidad de saludar y abrazar a doña Lucila, veo
en ella a mi primera maestra, y es entonces cuando esbozo una sonrisa de niño, como cuando Gabo
recibió el Premio Nobel, y acordándose de Rosa Fergusson, su primera maestra,
pronunció su nombre y ensanchó una sonrisa de niño feliz.
Puntada final: bienvenido éste, su libro número 14, mi querida doña Lucila,
y los muchos que le faltan.
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